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Adultos mayores y pandemia: derrotar el tiempo a fuerza de risas y afectos

Según un estudio elaborado por el Observatorio Humanitario de la Cruz Roja Argentina, la pandemia hizo estragos en el universo de los adultos mayores. Hoy es momento de reanudar lazos y disfrutar afectos

Elisa Bearzotti (*)

 

Especial para El Ciudadano

 

El domingo, después de casi dos años de escucharnos a través de audios de Whatsapp, compartir emoticones y desarrollar con amor y valentía el resistente hábito del saludo mañanero, tuvimos la dicha de poder abrazarnos nuevamente con mis amigas y amigos de “la barra del Tiro”. El nombre alude claramente a la amistad forjada en los confines del Club Tiro Suizo, ícono de la zona sur rosarina, semillero de jóvenes que alimentan la práctica deportiva de muchos clubes de la región, custodio fiel de la infancia de nuestros hijos, acumulador de anécdotas eternamente conservadas en el libro de nuestras vidas, e impulsor de los mejores asadores del país (“los muchachos”) que competían en estrategias y creatividad a la hora de alimentar a la vasta prole de hijos, amigos, y amigos de amigos, durante cada verano. Juntos disfrutamos de festejos y risas (los 8, los 9, los 10 de nuestros niños, luego los “15” de las niñas, casamientos, nacimientos de nietos y nietas, nuestros 40, 50, 60 y… seguimos contando) y también sufrimos las inevitables ausencias de quienes partieron demasiado pronto. Sin darnos cuenta, entre “trucos” y “burakos”, nos donamos confidencias, entrecruzamos temores y defendimos proyectos, escalamos el “Everest” de nuestra existencia y aprendimos a vivir el presente con la alegría de quien sabe que las pequeñas cosas encierran la savia de vida.

 

El asado del domingo, cuidadosamente planificado al aire libre, vino al encuentro de los temores y angustias vividos durante el último año y medio, por eso las lágrimas no tardaron en aparecer, aunque prontamente el evento se cubrió de risas por las torpezas recurrentes de algunos, los lamentos por los kilos de más de otros (culpa de la pandemia) y la alegría por los proyectos lanzados a partir de la definitiva confrontación con la fragilidad humana que estimuló el “Qué vamos a esperar… Me compré el terrenito y apenas pueda le planto la pileta”. Durante la tarde, la sensibilidad a flor de piel no dejó sitio sin visitar, cubriendo el espacio con brindis varios por la dicha del rencuentro y los cumples atrasados, mientras el jolgorio se envolvía con expresiones de deseo: “Qué suerte que estamos bien”; “Es el primer asado con amigos desde el 2019”; “¿Cuándo fue la última vez que nos vimos?”, y “¡Che, repetimos pronto… Si la Delta nos deja”.

Claro que no hablamos de ello, porque entre amigos no se necesitan demasiadas palabras, pero la necesaria catarsis de abrazos largos y apretados, besos y palabras tiernas al oído, agradecimientos sinceros y bromas repetidas, puso en evidencia que el universo de los “adultos mayores” –del cual ya formamos parte– recibió buena parte de los golpes propinados por esta pandemia. Según un estudio elaborado por el Observatorio Humanitario de la Cruz Roja Argentina, la pandemia hizo estragos en nuestro rango etario, ya que somos el grupo que más tuvo que resignar contacto social presencial, promoviendo el aumento de la ingesta de medicamentos y psicofármacos, y recibiendo maltratos en lugares públicos sólo por el hecho de tener más edad. La investigación de la Cruz Roja abarcó a 1.787 personas mayores de 65 años, en 20 provincias argentinas, y formó parte de un programa integral implementado por esa organización internacional para detectar los efectos de la pandemia en diversos grupos sociales.

Del estudio se desprende que, en nuestro país, el Índice de Bienestar de Adultos Mayores (Ibam), elaborado para medir la calidad de vida de la población más vulnerable y basado en el nivel de satisfacción en cinco áreas claves de la vida cotidiana –alimentación, afecto, salud, economía y recreación– resultó de 5,2 en una escala del 1 al 10. Este Índice descendió a medida que aumentaba la edad de los encuestados y fue menor en regiones urbanas densamente pobladas como el área metropolitana de Buenos Aires. Aparentemente, alejarse de las grandes ciudades, ser parte de una familia y tener hijos y nietos mejora la percepción de bienestar. “Existe una correlación directa entre el estado general de salud y el nivel socioeconómico. A su vez, tener hijos y vivir fuera del Amba condicionan positivamente la salud de las personas encuestadas”, señaló Rodrigo Cuba, subsecretario de Desarrollo Humano de la Cruz Roja Argentina. Y agregó: “Se muestra con claridad que muchos de los adultos mayores necesitan encontrar el modo de recuperar sus lazos sociales y sus salidas cotidianas, en la medida de lo posible”.

La encuesta mostró, además, que la recreación, uno de los aspectos más valorados por los adultos mayores, fue el más tocado por la pandemia. Un 56% declaró que está poco o nada satisfecho con su situación, mientras que sólo un 33% de los encuestados continuó encontrándose con amigos de manera presencial o virtual, en comparación al 73% que lo hacía antes de la crisis sanitaria. Por otro lado, se nota también una disminución entre quienes se dedicaban a la actividad física, y tareas emparentadas con el arte. El miedo al contagio, sumado a la ansiedad sobre el estado la salud de los familiares y la incertidumbre por las medidas sanitarias restrictivas, generaron un combo que terminó impactando fuertemente sobre la salud mental de los mayores. La consecuencia fue un aumento en el consumo de tranquilizantes, ansiolíticos y sedantes, en una proporción que subió del 28 al 37%.

Sin lugar a dudas, la pandemia resultó estresante para todo el mundo. Los pocos metros de los domicilios actuales no alcanzan para contener las necesidades y deseos de todos los miembros de la familia, de manera que cada uno debió someterse a un plan imprevisto e indeseado. Sin embargo, a medida que pasan los años, cuando las ilusiones han dejado de ser el alimento que nos nutre y vivimos aferrados a realidades dispares y a veces inclementes, hay algo que ya no se negocia: el tiempo. Cada momento es precioso e intransferible, y por eso queremos llenarlo de afectos, encuentros, reuniones, alegrías. La pandemia cortó de cuajo con esas experiencias, y además nos puso en contacto con nuestra propia vulnerabilidad, volviendo real la posibilidad de enfermar y morir sólo por tener la osadía de salir de casa. Sí, atravesar el fuego y seguir contándolo no es poca cosa, de modo que, muchachos, bien vale la pena seguir abriendo una botella del vino bueno, brindar por lo vivido y lo por vivir, dejar amarradas nuestras penas en los rincones y aventurarnos a la sorpresa de cada día con la certeza de los afectos intactos, a pesar de los años, de los temblores planetarios y de nuestros propios terrores… que aún hay risa para rato, y resuena más fuerte cuando estamos juntos.

 

(*) Dedicada a la “barra del Tiro”

 

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