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“Reina Hormona”, la ley del deseo en tiempos de distopías y diversidades

El imperdible primer largometraje del realizador rosarino radicado en Barcelona, Enzo Monzón, se presentó este lunes por la noche en una sala Lavardén con aforos pero colmada, con la presencia del director, el elenco y todo el equipo artístico    

El 17 de enero del año pasado, el talentoso realizador rosarino de cine y teatro radicado en Barcelona Enzo Monzón llegaba a la ciudad con un objetivo claro: rodar en unos pocos días, con los recursos disponibles y al frente de un equipo que en gran medida lo acompaña desde hace tiempo y que desborda de talento y creatividad, Reina Hormona, su primer largometraje.

En ese momento, aún era insospechado que una pandemia impondría, de algún modo, una especie de nuevo orden a la humanidad que, más allá de todo y de todes, deberá entender que la salvación, en todos los sentidos posibles, será colectiva y diversa o no será.

Sin embargo, esa sensibilidad única e inexplicable pero poderosa del arte hizo que la película se adelantara al presente y que lo distópico sea una marca de sentido en el film que este lunes tuvo su estreno local en una sala Lavardén con aforos pero completa y todo indica que se volverá a ver en noviembre.

En ese mundo de distópias diversas que se adelantó al presente, un grupo de personas habitan una “casa de acogida”, una especie de geriátrico que dista bastante de los habituales o conocidos, pensado para la comunidad LGTBIQ+. Humor absurdo y delirante llegando al disparate, homenajes varios al cine de Pedro Almodóvar y a Queen y una rareza: allí se produce la hormona de la felicidad (un guiño interno hacia el mismo colectivo), algo que dejó de existir en el mundo de afuera, para algunos, el ámbito donde se vive una supuesta “normalidad” que, claramente, no existe y todo es en blanco y negro.

Sin embargo, en un plano más profundo, el nuevo trabajo del talentoso y creativo realizador, rodado mayoritariamente en Rosario con algunas escenas en el Barrio Gótico de Barcelona con artistas catalanes, habla de la soledad, de lo inexorable del paso del tiempo, de aquello que se supone es la felicidad, de lo diverso como una lógica tangible del mundo del presente, todo desde la óptica trans que lo fascina desde siempre, lo que da al material una vigencia única, un latir y un respirar que inevitablemente navega y conecta con el presente porque además, en todo momento, esos personajes tienen clara conciencia de lo que implica la finitud.

Todo pasa en un futuro muy cercano donde Reina dirige la casa en cuestión para personas mayores de la comunidad LGTBIQ+ y donde lo biológico fue reemplazado por el género autopercibido. Allí, mediante singulares procedimientos, se producen unas poderosas hormonas de la felicidad para la gente de afuera que ya no se ríe. Pero en una sociedad capitalista, la tragedia frente a la especulación genera un gran desequilibrio y lo peor se vuelve inevitable, incluso con el pasado de Reina que irrumpe en el presente en medio de un final inesperado.

Si se considera como una nueva etapa en la producción audiovisual de Monzón la que comenzó en 2018 con el estreno de su cortometraje El Drac de Miuka y siguió al año siguiente con el mediometraje Plastick Atack, en este primer largometraje, fiel a su estilo, Monzón muestra un gran crecimiento desde lo narrativo para desarrollar una historia que si bien, por un lado, tiene una fuerte impronta de distopía kitsch, por otro, es eminentemente política, con un protagonismo casi absoluto de su actor fetiche y gran maestro, el talentoso y referencial Omar Serra, la Reina a la que alude el título del film, y con la intención de romper las hegemonías no sólo discursivas sino también de los cuerpos y la desnudez.

Hallazgo estético con grandes momentos del equipo de actores y actrices, algunos giros y momentos memorables, con diálogos jugosos y orgánicos puestos en función de un disparate bien urdido donde Monzón hace gala de esos “bichos y bichas” como le gusta definir a los personajes de sus películas, Reina Hormona discurre sobre algunas problemáticas propias de un colectivo cuyos referentes aún continúan peleando por un espacio en la sociedad sin forzar ni verse sometidos a las condiciones a las que, supuestamente, ésta los quiere someter. Pero sobre todo en un presente con un notable avance de la derecha que, al mismo tiempo que se ganan esos derechos, desde esos lugares se los vuelve a poner en cuestión.

Inteligente, irreverente, cutre, literal y alejado de las sutilezas, algo que el público agradece de su desfachatada y poderosa poética de la imagen, el cine de Monzón, esta vez más que nunca, pareciera jugar a consagrar dos homenajes en uno: por un lado a las primeras películas de su amado Pedro Almodóvar, donde La ley del deseo aparece claramente referenciada, y por otro al cine del recordado director argentino Jorge Polaco, donde la oscuridad y la decrepitud se ven mixturadas con la ingenuidad y la inocencia, abrevando en lo pueril como un lenguaje en sí mismo.

Por lo demás, desde la más absoluta independencia, tanto estética como económica, Enzo Monzón, que más allá de vivir en España siente que nunca se fue de Rosario y regresa cada vez que puede, transita un gran momento de su carrera que sólo puede ir por más como director, donde confluyen una idea de lo performático que apoya fuertemente desde la dirección de arte, y donde la ambigüedad y la libertad sin remilgos ni dobles lecturas se ponen por delante de la heteronormatividad.

Pero sobre todo, donde él mismo se volvió parte de su objetivo performático, abriendo el estreno de este lunes con un deslumbrante vestuario de estilo fauno de Lorena Fenoglio al ritmo de la música original de Diego Ferrey, algo así como mitad boxeador y mitad cisne negro sobre altísimos coturnos (una creación exclusiva de Rolando Canzani), y haciendo bailar a la platea antes de entrar, como en un gran Dark Room, al mundo de sus amados personajes que, del otro lado del túnel oscuro, fueron color, diversidad, pluralidad y sobre todo, felicidad.

Un gran equipo

Con un elenco encabezado por el referido Omar Serra, a todas luces su gran actor fetiche y un referente para la comunidad artística local que supo de este presente hace décadas, integran el elenco del film María Caila, Andrea Boffo (a quienes por estos días también dirige en teatro), Mauro Guzmán, Oscar Mario Sanabria Rosso, Sebastían Tiscornia, Augusto Zürcher, Marzia Echenique, Bibiana Blason Jahn, Laly Rolón, Carolina Boetti, Diego Ullúa, Germán Germinale, Nacho Estepario, Nicolás Costantino, José Malé Franch, Leandro Barticevic, Amarú Bellydance, Daniela Ponte, Adriana Jaworski, Lisette Ann Belen, Raúl Marciani, Lisandro Quinteros, Damian Le Diable, Mauricio Aguil, Carola Cardinale, Alex Campá, Lucas Rivero, Pablo Ruiz Díaz, Griselda Montenegro y Elektra Trash.

Al mismo tiempo, también participan del film los artistas españoles Isabel Llanos, Tato Cantin, Gil Garriga, Toni Garreta, Santi Nadal Navarra, Josep Jaume Rubín De Celis Torres, Albert Infante, y como estrella invitada, Brigitta Lamoure.

La estupenda dirección de arte es de Irene Inés Depetris, la asistencia de arte de Amaru De Lucca Maye, esculturas de José Vivas, iluminación de Marcelo Díaz, asistencia de iluminación de Mario Cappadoro y Ulises Fernández, maquillaje y peinados de This is Art 44 y gráfica de Franco Rasia, con asistencia de dirección Alex Campá.

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