Dos de los libros del uruguayo Roberto Appratto siguen tensando algunas de las variables de la llamada “literatura del yo o autobiográfica” o, si se quiere, literatura a secas que siembra datos de la existencia del autor, desperdigados entre la memoria (no siempre) efectiva y la creación actualizada –mientras se escribe– de todo lo constituido como instantáneas de un pasado que sustenta su existencia, están ahora reunidos en uno solo.
Se trata de un volumen (bulk editores) que reúne dos novelas cortas del poeta y narrador oriental, Íntima y El origen de todo, donde ensambla y opone textos sobre su padre y su madre a partir de procedimientos reveladores en un tono más bien reflexivo donde se pregunta incluso sobre los recursos que provee la literatura y sobre las posibilidades que tendría el estatuto de verdad para contar esa intimidad.
En Íntima (publicado originalmente en 1993), como se llama el primero de ellos, Appratto se ocupa de su padre en un despliegue de pasajes donde se cifran sentimientos y extrañamientos, todo en una prosa diáfana, directa y hasta fecunda para escarbar allí donde se hace difícil precisar conductas y comportamientos de un padre con el que se jugó un partido difícil (algo que se descuenta en la mayoría de las relaciones padre-hijos de la generación a la que pertenece Appratto) pero, a la vez, dotado de cierto esplendor que ahora surge en la evocación.
De movida, Appratto duda de todo lo que narrará, ya cribado el recuerdo de sesgos culturales estandarizados: “Nunca es fácil ser fiel a la verdad, porque de inmediato nos caen sobre la cabeza cientos de lugares comunes o huellas culturales que corroen nuestra manera de evocar y convierten todo relato biográfico en falso, en ejercicio de una licencia poética que funciona, más bien, como vacación del cerebro”, dice a las pocas páginas de Íntima.
Una epifanía en la que coinciden la vida y el relato
“No alcanza con las imágenes”, subraya después Appratto, y la pregunta de cualquier lector sería: ¿es además suficiente el lenguaje para captar la vida? En todo caso lo que surge de la lectura de ambas novelas es una unidad inseparable, hasta podría decirse un puente entre la escritura y la vida (de él con sus padres), por el que Appratto transita entre el informe de marcado laconismo: “…Años de no saber qué podía esperar uno del otro y que se resolvía en una difícil tensión de no hablar…”, y la reflexión con la que construye la narración: “…Yo conozco solo una parte (del padre), la superficie enloquecida (…) que permite sacar conclusiones arbitrarias y parciales, a completar a medida que aparecen…”.
Pero también a partir de la creación –que no recreación– de un pasado quizás improbable y producto de los vaivenes de la imaginación para encontrar un nuevo sentido a la relación con el padre y la madre impulsado por lo que sabe de él mismo. Lo escribe así: “…Como no hay confrontación con la realidad, nunca, más allá de la óptica personal…prefiero pasar de lo fidedigno a lo creativo: a la construcción de un padre desde lo que puedo saber de mí…”.
Sin embargo, la creación está ceñida por el recuerdo, por hechos, situaciones, conductas, gestos, lo que compone la identidad de los padres, el pasado crudo que se impone nítido en la experiencia narrativa, para que de esa experiencia surja la contaminación entre lo que se pensaba entonces y lo que se piensa ahora para hacer más comprensible ese pasado y no revestir los relatos de sociología o de parodia.
“En cierto sentido, las contradicciones cotidianas de mi padre son la base de mi percepción de la realidad…”, y “En el trabajo de recuperación de una vida está (…) la ilusión de entender, que tiene menos que ver con la verdad que con el logro de un momento (…) y que podría llamar una epifanía en que coinciden la vida y el relato…”, escribe cuando trata de ubicar algunas de las cosas nimias que constituían a su madre y en algunas de las cuales Appratto se reconoce ahora en la mediación de lo escrito.
Su madre atendía la casa con la luminosidad de un faro y es con esa misma luz que ahora ella se ilumina al cocinar, tender la ropa, coser, al hacerle de secretaria a su marido médico anotando mensajes de sus pacientes, al hablar con su vecina, enseñarle francés a su hijo e ir al cine porque amaba las películas y había un gusto elaborado en las que elegía. Es ahí, como en Íntima lo hace con su padre, que Appratto narrador “caza” fecundamente los propósitos que definen a su madre, dan relieve a su presencia y vuelven reveladores los momentos que, podría decirse, la memoria intenta no mentir(se).
La nariz del padre y los tangos bien silbados
A la vez, Appratto reflexiona sobre el instrumento del que se vale para recuperar algo de estos territorios perdidos que frecuentó en su vida como hijo: la escritura. “Hacer poesía es siempre un acercamiento a la cosa, un nombrar la cosa tironeada desde otro lado imperceptible desde acá…”, se lee en Íntima.
Es que Appratto se mide con ese tiempo pasado, con sus dudas, alumbramientos y desgarramientos y admite que nada le pertenece a quien cuenta “ni siquiera el padre” y sabiendo que todo se trata de una manera de mirar las cosas y la gente. “Así que hablaré de la subjetividad extrema con que, desde un relativo dominio del lenguaje, veo y conservo a mi padre…”, escribe.
Algunos descubrimientos resultan claves para poner de manifiesto la acción de este texto, es decir, todo lo que de misterio tiene la construcción biográfica en la literatura del yo. Cuando acompaña a su padre convaleciente antes de su muerte, el narrador se topa con la singular distancia que hubo entre ellos; también cuando se desayuna en que tal vez todo lo afectivo resida en recordar su nariz tal como ha quedado fijada, o su encendida y afilada manera de silbar tangos, y no en la suma de momentos vividos conjuntamente.
Es la nariz de su padre la que ocupa el lugar preponderante en el recuerdo ya que la ambivalencia del padre, que una cosa era como médico –al que sus pacientes reconocían como un excelente profesional, amable y generoso– y otra como progenitor de carácter vehemente y al que rápidamente, como se suele decir “se le saltaba la chaveta”, establecían sensibilidades diferentes casi para todo, incluso agudizadas hasta en lo ideológico cuando Appratto describe como su padre se veía con “jerarcas y figurones de la dictadura” y aclara que era de derecha.
Appratto reconoce que esas diferencias insuperables constituyeron puntos de vista y condiciones que predominan en su escritura, tanto en su aspecto crítico para ver a fondo la cuestión tratada como en cierta precisión en el uso de frases y palabras jugadas con absoluta libertad –así silbaba los tangos su padre– y rigor.
La perspectiva desde donde se ve el pasado
En esta novelas, padre y madre son fantasmas que Appratto revisa en toda su complejidad, en su tentativa de un nuevo encuentro consigo mismo, como si se tratase de un fotomontaje donde se seleccionan algunos recuerdos, se ocultan otros o se los trae falsificados; se atraviesan dolores y fronteras y el autor navega entre revelaciones rescatando vestigios de acciones, sonidos, a veces exponiendo hechos para negar su carácter de entonces y restituirles uno nuevo, el que propone su interpretación mientras se arman los fragmentos narrativos, siempre tutelados por la contingencia de la memoria de donde emergen imperecederos pero atípicos y hasta proféticos en su actual recepción.
Y no hay mejor forma de percibirlos, parece decir Appratto, que cuando se convierten en relatos; en la gracia con que se emplean el lenguaje y la técnica, en su estilo discreto pero inteligente, en las peripecias de su vida como hijo en las que muchos lectores podrán reconocerse. “El lenguaje, si se consigue escribir bien, que no quiere decir nada más que ajustarse a la perspectiva desde donde se ven los hechos del pasado (…) es decir: si se toma un tiempo para entender pero sin entender del todo, forma una curva que sostiene las cosas que se recuerdan (…) por más que todavía no se sepa qué significan ni qué relación tienen unas con otras”, esgrime en El origen de todo.