Por Romina Sarti*
La puerta quedó entornada y nos encontramos nuevamente: las segundas partes suelen ser malas así que paciencia, esperemos pasar este momento y llegar a una tercera. Adhiriendo o no a lo que postulamos en el primer encuentro, está claro que las diversidades movilizan, inspiran, contienen, despabilan. Nos atravesaron de tanta homogeneización que nos perdimos en ese laberinto columbario, esperanzadoramente anacrónico gracias a las luchas, visibilizaciones, reclamos y activismos cada vez más enérgicos y multitudinarios.
Hoy reflexionaremos sobre la palabra (en formato insulto), esa arquitectura sonora que contiene conceptos, y de ellos surgen interpretaciones, supuestos y prejuicios. Los conceptos son producto de una construcción simbólico-hegemónica que cataloga, delimita, especifica. Claramente las definiciones son necesarias, sin embargo, la carga epocal y subjetiva que podemos hacer con su uso puede acurrucarnos creyendo en el susurro de un “te amo” al oído, como despedazarnos con un insulto vociferado que, por lo general, se fundamentará en una característica basada en la diversidad:
Puto/a de mierda – Gordo/a de mierda – Judío/a de mierda – Mogólico/a de mierda
Ya Fontanarrosa hablaba de la fuerza de la palabra mierda por esa r intermedia; sin embargo, en nuestra interpretación, la caca es el concepto más puro de esta locución: la caca como lo que es, el desecho, lo que no sirve, lo que da asco, ese fétido y desagradable residuo a eliminar y no ver más, siquiera recordar su olorosa existencia (gastando toneles de aerosoles con un perfume a lavanda), sin embargo la mierda viene a darle más fuerza a la connotación negativa que padece socialmente esa diversidad sexual, física, religiosa, motriz, neurológica; doble desecho reciclable sólo si es normalizado, homogeneizado, igualado a aquello que es aceptado:
Hetero – Flaco/a – Occidental – Sano/a
Nos preguntamos entonces, ¿cuántas veces un insulto fue acompañado de una palabra “normal” o socialmente aceptada, vinculada a algo bello, aprobado?
diosa de mierda – bombón de mierda – primermundista de mierda (¡acá entré en duda!)
Sólo viene a nuestra mente “la rubia tarada” de Prodan (más allá del estiramiento espacio temporal, ya que refiere a una abstracción crítica de la sociedad de consumo que hace el artista de la época), y no mucho más (pero era tarada, es decir tenía “alguna tara”, algún “problema”). Esa rubia heteronormativa, aceptada, tapa de revistas, señora de algún jugador de polo, también es llevada al estereotipo del insulto: tonta, poco inteligente, una suerte de analogía de la o el modelo idiota. ¿La falta de luces eclipsa su belleza?, ¿la discapacidad nos reduce como mera existencia? Al negar o dificultar la participación en la vida social, vincular, recreativa, laboral, educativa, sexual, etc.; estamos negando de alguna manera esas características propias que nos hacen humanos (zoon politikon), y no arquetipos homogéneos: no vemos, desechamos y tiramos perfume de lavanda y hacemos como que aquí no ha pasado nada.
Necesitamos aclarar que no adherimos al insulto de la rubia ni del rengo, no caemos en la falsa dicotomía de unes contra otres… no, debemos trascender esa superficialidad analítica y entender que la agresión, la violencia verbal, es violencia y punto. Sin embargo es llamativo como cuando se pretende ofender o atacar, se lo hace combinando palabras en las que, por lo general, lo diverso es protagonista.
Aunque en el score lleve la ventaja el grupo de las diversidades, en el marcador heteronormativo también hay supuestos que descalifican, dañan y generan marcas. Sin embargo, el medallero (paraolímpico) que desborda de trofeos es el del colectivo de la discapacidad.
El/la mogólico, el/la paralítico, el/la ciego, cuando va de Tinelli a cantar genera ternura, emoción y admiración; ahora cuando es “la maldita lisiada” de la novela y se justifica su desgracia por haberle querido “robar” el novio a la protagonista hay una suerte de goce interno, de equilibrio divino merecido.
Sin embargo, cuando esa persona se deshace del estereotipo mediático y va en busca de trabajo no es tenida en cuenta aunque su cv esté a la altura; o muches mapadres que buscan con desesperación un banco en una escuela” integradora” para terminar con el derrotero de la estigmatización que padecen como familia se resignan a “lo que sea”. Ahí muere la lágrima emotiva, pendulamos entre la emoción mediática y el desinterés diario, entre la soberbia disfrazada de empatía y la ignorancia más limitante que nos hace negar al otre.
Volvamos a los conceptos, a las palabras, no neguemos toda definición y retomemos el tratamiento que detallada la Convención de las Personas con Discapacidad (CPCD) sobre la palabra: discapacidad es un concepto que evoluciona y que resulta de la interacción entre las personas con deficiencias y las barreras debidas a la actitud y al entorno que evitan su participación plena y efectiva en la sociedad, en igualdad de condiciones con las demás. La discapacidad es el resultado entre las limitaciones individuales de las personas y las barreras actitudinales del entorno (CPCD, 2006). Esta nueva manera de entender a la discapacidad como una cuestión de derechos y como construcción social – dinámica en su contenido- pone de manifiesto que las personas con discapacidad pasan de ser objetos de asistencia (negando su voz, acción, elección, etc.) a sujetxs de derecho (ciudadanía inclusiva, autonomía).
Deficiente – Inválido – Especial
No definen, no dan identidad, no representan a la persona. El razonamiento opuesto nos tiende la trampa del capitalism life style: suponer que toda persona “capaz”, “normal”, “heteronormativa”, es necesariamente, autosuficiente, independiente, autónoma, libre, feliz.
* Licenciada en Ciencia Política (UNR), docente titular de Problemáticas de la Discapacidad en Tecnicatura de Acompañante Terapéutico y en Ciclo de Licenciatura de Acompañante Terapéutico de la Universidad del Gran Rosario (UGR).