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Poemas escritos desde una trinchera

En “Ceremonial del abismo”, Luciano Trangoni despliega con estremecimiento, desparpajo y osadía una serie de poemas vitales desde un sentido liberado de cualquier utilitarismo para desnudar una realidad devastadora e ineludible, el traspié que acerca al abismo mientras vivir sigue siendo necesario

Poemas vitales y llenos de imágenes componen el último poemario del rosarino Luciano Trangoni. Construidos con afilada actitud, el autor se corre de cualquier neutralidad y apuesta a describir ciertos malestares de la experiencia sin previsión ni gravedad, en todo caso con una provocativa inocencia indispensable para vivir, y en un su caso, para escribir.

Autor de La confusión de las lenguas (2012), El sanatorio de los hechiceros imaginarios (2016) y Los obreros de la tierra,  sus tres libros de poemas anteriores, ahora Trangoni destila Ceremonial del abismo (2021), y tal vez nunca más atinado el verbo porque página a página va surgiendo un sentido liberado de cualquier utilitarismo para dejar desnuda esa conjura del mundo, esa realidad devastadora pero ineludible, ese traspiés que acerca al abismo mientras vivir sigue siendo necesario.

En “Al otro lado del muro” escribe “…sentado sobre un neumático / pienso en la soledad / que dejé en herencia / a cada uno / de mis hijos…/ ¿alguien sabe dónde / o cuándo / el abismo retrocede?” “Cuando empecé a escribir este libro, acababa de iniciar una separación sentimental y fue una época complicada emocionalmente, sobre todo porque estaban mis hijos en el medio, una época oscura y en esa etapa de angustia se fue escribiendo un libro, que yo no sabía adónde iba”, dice Trangoni sobre algunas de las cuestiones que rondaron la escritura de Ceremonial del abismo, cuestiones que vibran con el lenguaje empleado, que tallan el acontecimiento con apenas la perspectiva de volverse inesperadas en el verso o la estrofa.

Un lugar de identidad, un refugio

Acá, a diferencia de su último libro Los obreros de la tierra, donde trazaba un itinerario con postas más definidas –los trabajadores bajo su eterno yugo, por decirlo brevemente–, hay como un asombro, porque se pone en juego cierto conocimiento intuitivo de unas cuantas miserias tocando siempre a la puerta.

El autor sabe de ellas, del desánimo que provocan y de las posibilidades de la poesía para emplazarlas y dar cuenta de las ruinas tras su paso. Escribe Trangoni en “Arte poética”: “…cuando todo huele inmundamente / en el espejo de los espejos / y la vida cuesta / más de lo que vale / entonces sí / me siento a escribir / el abismo / los temblores / la nada”.

“Creo que para mí (la poesía) es un lugar de identidad, un refugio, una trinchera en medio de una guerra, de un conflicto, y ese refugio es el lugar donde tomar aire, reunir fuerzas y continuar”, reflexiona Trangoni sobre esa herramienta expresiva con que va puliendo sus propios estremecimientos en frases o palabras donde pueden “oírse” sus esfuerzos por encausar la acosadora realidad.

Hay también una excitación surgida de lo que destella cuando la escritura transcribe una verdad propia, no la “verdad”, sino sólo aquella que la pulsión del poeta puede atribuirse. “una vez más el amor / que se dobla / se tuerce / se quiebra / en una esquina / donde nadie baja del auto / porque el miedo se dirige / siempre / hacia delante”, escribe Trangoni en “La obstinación del miedo”.

Mitología de las rajaduras

En varios poemas de Ceremonial del abismo, desde los títulos mismos, aparecen poetas, escritores, pintores y hasta cineastas. Despunta nítida la sorpresa en los poemas cuando Trangoni va topándose con los intersticios desde donde estos artistas se inmiscuyeron en su vida cotidiana, en la capacidad que tuvieron para navegar las tierras baldías de la soledad o el desconsuelo y cultivarlas hasta dejarlas impiadosamente fértiles.

Así desfilan Baudelaire, Lautréamont, Beckett, Tolstoi, Van Gogh, Akira Kurosawa con sus oscuridades, sus desmesuras y sus enigmas. “hay algo en Beckett que me trastorna / y yo no sé / si es exactamente su escritura / o el sombrío modo que ha encontrado / para condenarme definitivamente / a reptar / sobre las márgenes del abismo…” dice el primer fragmento de “Horror de Beckett”, donde el autor reconoce la disidencia ante cualquier mandato del escritor irlandés para fijar su propio estado de incomodidad y admiración; y también escribe en “Akira Kurosawa”: “me paso el día / las tardes / sentado a la ventana / dando golpecitos sobre el escritorio / esperando que la lluvia me revele / el sueño último de Akira Kurosawa / pero si he tenido el coraje de traicionar / cada uno de mis sueños / ¿qué dios se atrevería / a sentir / piedad por mí?, casi una mitología de las rajaduras, de lo inestable, de la fragilidad de la existencia que los acordes multiformes de estos creadores revelan al autor en la íntima complicidad con que construye el poema que los nombra.

“Creo que (este poemario) dialoga con el interior de la literatura, con autores que funcionaban como un refugio de la soledad que sentía mientras escribía, fueron los que me acompañaron en ese abismo que atravesaba en ese momento”, confiesa Trangoni.

Paisaje de interrogaciones

A través de la acumulación de lecturas del poemario, puede encontrarse en el conjunto cierta música, van “sonando” los poemas, encuentran su cadencia. El autor escarba en el lenguaje para encontrar un tono, aun con fuerte arraigo en la palabra, buscando lo que se halla en el fondo para armar un paisaje de interrogaciones, más o menos en la línea de “preguntando se aprende”, para expresar los delicados estados por los que pasa. “¿acaso a usted no se le han cerrado todas las puertas? / ¿acaso usted no ha abierto todas sus ventanas? / ¿acaso usted no tiene la costumbre de frenar con / escarbadientes / la rueda de su locura? / ¿acaso usted no dedica su tiempo a lo más / insignificante? / ¿acaso a usted no se le doblan los tenedores / cuando muere de hambre?, se lee en una parte del poema “Usted”.

“Esa musicalidad, esa composición final en el orden, cómo ubico los poemas, cómo busco los silencios, los tonos, todo eso lo encontré cuando los tenía escritos. Creo que la palabra es predominante, fundamental, en el interior de cada poema y el tono lo fui encontrando en la composición total del libro. También busqué el ritmo dentro de cada poema”, apunta Trangoni.

Se lee en Ceremonial del abismo una construcción especulativa de cosas que preocuparon al autor y que en los poemas palpitan a través de lo que no se sabe, de lo que puede preguntarse; poemas sufridos que aceptan la posibilidad de haberlo perdido todo en un golpe de timón para restañar pérdidas y heridas a través de su escritura. “¿debo continuar caminando en círculos? / ¿debo perpetuar esta agonizante ceremonia / en la que un espejo y su sombra son la llave de mi / celda? / definitivamente no / definitivamente sí”, escribe en el poema que da nombre al libro.

Imagen de un poeta

Al mismo tiempo, de modo sutil, en algunos poemas se cuela la sensibilidad para los desequilibrios de clase y su injusta figuración cuando Trangoni titula “El silencio cultural” a un poema que dice en su primera parte “siglos de sequía / en las pupilas húmedas / del pueblo latinoamericano / los ojos hinchados como bolsas de basura / repletas de trabajo en negro / colillas de tabaco importado / latas de cerveza americana…”.

“De lo ideológico y lo ético me cuesta desprenderme, está presente en este libro y en los anteriores, creo que eso tiene que ver con la identidad, es inevitable para mí, creo que es el aspecto más humano que pueda aparecer expresado en los poemas. En “El silencio cultural” está el capitalismo, el patriarcado, a mí me genera cierta necesidad de señalarlo”, subraya el autor.

“la neurosis / cuando estrena calcetines de algodón / en un cuarto sin luz / ni esperanzas / se parece a la balanza cirrótica / sobre la cual el poeta mide / la obstinada perfección / de su fracaso / lo demás / se arroja / en bolsas de basura”, se lee en “El poeta”.

¿Esa es la imagen de un poeta para Trangoni? “Me siento identificado, mientras escribía sentía que el acto de escritura, el acto poético, me rescataba del delirio, de haber saltado al vacío, el poema no es una declaración de lo que debe ser un poeta, pero cuando lo escribí lo era para mí, es un poema oscuro ligado al fracaso”, señala quien busca conformar en sus poemas una visión aguda y penetrante de los temblores existenciales, incluso valiéndose del desparpajo y la osadía, una cosecha posible solo desde el campo de la inspiración.

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