Andrea Mazzuca (*)
Una mañana calurosa de febrero de 2020 conocí a María. Estaba acompañada por su hija más pequeña y su pareja. Se acercaron de manera espontánea al Centro de Convivencia Barrial, una de las instituciones referentes en el barrio. Sentados alrededor de un escritorio, él se encargó de explicar que María no tenía DNI. Nunca tuvo DNI. No sabe leer ni escribir. Nació en la casa, en el campo y hace muchos años que están juntos, tienen cuatro hijos. María parecía incomodarse, por momentos miraba para arriba o detenía sus ojos hacia la ventana, en silencio. En ese momento surgieron muchas preguntas, que intenté que ella pudiera ir contestando, y aunque sus respuestas fueron con monosílabos iniciamos una conversación que hasta el día de hoy continúa encendida. María no puede precisar fechas de su propia biografía, ni los nombres de los lugares en los que transcurrió su infancia. No sabe con certeza
cuántos años tiene y con la mirada titubeante dice que festeja sus cumpleaños “el Día del Niño”. Acordamos que sería necesario iniciar el “trámite de Inscripción tardía”, como se denomina.
Para ello, el asesoramiento permanente y las perseverantes intervenciones de la abogada de la Secretaría de Desarrollo Humano y Hábitat permitieron avanzar con el trámite.
En el recorrido para lograr el DNI fue necesario asistir a Tribunales Provinciales, al Registro Civil, pasar por la Jefatura de Policía Regional ll. Todo esto en el contexto de la pandemia de covid-19, que dificultó aún más la llegada a cada organismo público debido a las restricciones en la modalidad de atención. En cada viaje María fue relatando que tiene cinco hijes: el mayor no tiene DNI y no está alfabetizado. Los cuatro hijes que siguen tienen DNI, pero sería necesario hacer rectificación de cada una de las partidas de nacimiento, que es otro trámite y luego de obtener el DNI de María. La hija más pequeña desde este año está asistiendo a un jardín de infantes y durante las horas de adaptación en la institución, por invitación de las docentes, María se animó a dibujar números y letras con crayones de distintos colores. Tiene dos nietos que no alcanzan los dos años y ellos sí tienen DNI. En este tiempo de enlazar identidades, María acompañó a su hijo más grande, junto al papá, a la Defensoría Zonal para realizar el trámite de documentación. También a otro de sus hijos, de 19 años.
En una de las mañanas en que asistíamos a Tribunales me dijo: “No puedo dejarlo solo, porque está amenazado y golpeado. Una bandita del otro lado lo agarró anoche”. Con el miedo y el riesgo, resolvió que se quedaría a su lado.
Y el turno en Tribunales se convirtió en la búsqueda de una asistencia médica.
Luego de ese episodio se mudaron, porque María y su familia habitan temporalmente en distintas zonas como un modo de protegerse, y porque también los lugares ocupados han sido siempre en forma de préstamo. Los vínculos familiares aparecen para calmar la falta de un lugar estable y aunque éstos vivan en condiciones de hacinamiento les ceden un espacio en sus casas.
Ella nunca perdió su interés por obtener su DNI. Continuamos asistiendo a Tribunales y otra mañana, en pleno julio, mientras esperábamos que nos atendieran, María, con la voz temblando, dijo: “No encuentro a Ema, no sé dónde está, la estoy buscando hace varios días y nadie sabe dónde está”. Acompañamos a María hasta el Centro Territorial de Denuncias para realizar la búsqueda de paradero y durante la espera Ema se hizo presente entre nosotras, en la palabra de su madre: “Ella quería trabajar para comprarse ropa, zapatillas, y cuando volvía a casa, me decía que estaba bien”.
Luego de unos días de búsqueda María solo lloraba esperando que la Policía encuentre a su hija de 14 años. En un momento recordé algo que una vez leí: el verdadero dolor es ineludible, porque cuando el dolor cae sobre ti sin paliativos, lo primero que te arranca es la palabra.
Ema apareció y se fue a vivir a otro barrio con su papá, conviviendo en la casa de una señora conocida, con quien sale a juntar cartones todas las mañanas. Ema tampoco sabe leer ni escribir y dice que quiere aprender; hace varios años perdió su DNI, al que recuerda con forma de libreta. Con Pablo, el papá, se realizaron entrevistas en varias ocasiones para realizar la actualización del DNI de Belén, de 16 años, otra de sus hijas, quien tuvo un bebé hace pocos meses, y también de la niña más pequeña. Con la pesadez en la mirada y su deambular por la sobrevivencia, se presentó siempre a los turnos en el Registro Civil.
María siguió asistiendo a los distintos organismos públicos acompañada por su hija más pequeña. Cuando la espera se tornaba pesada para la niña, detrás de mi barbijo resonaban como zumbidos algunas canciones infantiles, y entre risas la niña cantaba, bailaba y saltaba esfumándose así el tiempo de espera. María ahora vive con su hija más pequeña en otro lugar del barrio, a la espera de lograr convivir con algunos de sus hijes y de una respuesta habitacional. Ya sin pareja, porque reconoció que él la maltrataba y ella no quiere sufrir más esa situación. Construir un lugar propio, establecer lazos de confianza entre vecinos, ser parte de un territorio y cuidar a sus hijes bajo el mismo techo, quizás sea la nueva identidad. Ahora con una partida de nacimiento en mano, María espera su Documento Nacional de Identidad. Los hijes quedan esperando otro presente con identidad y goce de sus derechos, contenidos en su nombre y apellido.
(*) Licenciada en trabajo social (matrícula 423). Colegio de Profesionales de Trabajo Social de Santa Fe 2ª Circunscripción