Mary-Claire King nació cerca de la ciudad de Chicago, en los Estados Unidos, el 27 de febrero de 1946. A los 19 años se graduó en matemáticas con altísimas calificaciones en la universidad privada Carleton College, de Minnesota, pero después se volcó a la genética humana, obtuvo un doctorado en la especialidad de la Universidad de California y abrió un novedoso camino experimental y teórico. Su historia tiene mucho que ver con la de la Argentina: en 1983, aplicó por primera vez sus conocimientos genéticos en el campo de los derechos humanos junto a las Abuelas de Plaza de Mayo, quienes un año antes habían solicitado a la American Association for the Advancement of Science un especialista que las ayudara a identificar niños desaparecidos durante la última dictadura cívico militar. El contacto, no obstante, fue por intermedio de un científico argentino exiliado tras sufrir un intento de secuestro de la Triple A, antes del golpe de Estado genocida.
Mary-Claire King fue seleccionada para realizar el trabajo, que aceptó enseguida. Viajó a la Argentina para obtener información y de vuelta en los Estados Unidos inició un proyecto junto a otros especialistas. Entre ellos, el prestigioso genetista italo-norteamericano Luca Cavalli-Sforza, fallecido en 2018 y entonces catedrático de la Universidad de Stanford.
Ya se habían desarrollado pruebas genéticas para determinar la paternidad, pero no para establecer el parentezco con un salto de generación. Era lo que necesitaban las Abuelas, ante la trágica desaparición o asesinato de sus hijos, los padres de sus nietos apropiados por el terrorismo de Estado. Es que en muchos casos sólo tenían indicios insuficientes desde el punto de vista legal, y entonces, a partir de una nota periodística sobre un hombre que buscaba comprobar paternidad, comenzaron a indagar la posibilidad de una prueba biológica que no deje resquicio de dudas y sea aceptada por la Justicia. Hasta entonces, no existía. Ellas la promovieron.
El índice de abuelidad
Un experto del equipo comandado por Mary Claire dijo que «el secreto era transformar estadísticamente la fórmula del índice de paternidad, teniendo en cuenta que estudiaba marcadores genéticos y había una generación de la cual no tenías datos, la de los padres desaparecidos». Y admitió que «requirió una serie de complejas manipulaciones estadísticas y probabilísticas».
El Índice de abuelidad es una fórmula estadística que, a partir de material genético, establece con una precisión indubitable la probabilidad de parentesco entre una abuela y su nieto o nieta.
La formación y experiencia de Mary-Claire King fue relevante para que la investigación fuera exitosa y diera por resultado una técnica que permite identificar a los nietos a los que les habían robado la identidad después de asesinar y desaparecer a sus padres. Las técnicas que desarrolló fueron utilizadas también para identificar a más de 750 niños y adultos masacrados en la población de El Mozote, en El Salvador.
El exiliado argentino que hizo contacto
Victor Penchaszadeh, genetista argentino exiliado en Estados Unidos, fue quien contactó en 1982 a las Abuelas con Mary-Claire King, mientras él trabajaba en la Universidad Cornell de Nueva York. Penchaszadeh había tenido que abandonar el país siete años antes, luego de un intento de secuestro por parte de la organización paramilitar Triple A, durante el gobierno de María Estela Martínez de Perón.
El argentino se recibió de médico pediatra en la Universidad Nacional de Buenos Aires y luego obtuvo posgrados en genética humana, bioética y salud pública. Entre 1976 y 2006, vivió y trabajó en el exterior. Fue profesor en la Universidad Central de Venezuela, escala previa a su exilio en los Estados Unidos, país donde también dio clases en las escuelas de Medicina Mount Sinai y Albert Einstein, de Nueva York, y en la de Salud Pública de la Universidad de Columbia.
Regresó al país en 2007. Estuvo al frente de cursos en la Universidad Nacional de La Matanza y hoy preside la Red Latinoamericana y del Caribe de Bioética, bajo la órbita de la Unesco, además de dictar clases magistrales y posgrados en la Universidad Nacional de Tres de Febrero (Untref).
“Ellos pensaban que a los hijos de los subversivos había que entregarlos a buenas familias, pensaban que iban a salirse con la suya, que podrían desaparecer a miles de personas, apoderarse de sus descendientes y que todo eso iba a quedar en secreto. Que podían hacer un genocidio y que no se iba a saber”, dijo Penchaszadeh hace unos años.
Mary, un largo trayecto en derechos humanos
La científica estadounidense que fue contactada por su par argentino en el exilio colaboró además con la Justicia local en la realización de pruebas de ADN a restos exhumados de padres y madres con el fin de que se pudieran iniciar acusaciones por casos criminales contra sus asesinos.
El compromiso con los derechos humanos de King –en la actualidad, y con 76 años, profesora de la Universidad de Washington– se extendió a organizaciones como Médicos por los Derechos Humanos (Physicians for Human Rights) y Amnesty International.
Ayudó a identificar personas asesinadas por el Estado o fuerzas parapoliciales o paramilitares en Chile, Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Haití, Honduras, México, Ruanda, los Balcanes y Filipinas.
Esa trayectoria fue reconocida con la National Medal of Science en 2014 y el Premio Shaw de 2018, conocido como el Nobel Oriental, que premia a «las personas, independientemente de su raza, nacionalidad y creencia religiosa, que han logrado importantes avances en los medios académicos y de investigación científica o aplicación, y cuyo trabajo ha dado lugar a un profundo y positivo impacto en la humanidad».
De la estadística a la genética
Mary-Claire King es hija de Harvey W. King, que trabajaba en el departamento de personal de la Standard Oil of Indiana, y de Clarice King.
Obtuvo el doctorado en genética bajo la dirección del reconocido bioquímico y genetista Allan Wilson, fallecido en 1991, quien la impulsó hacia investigaciones en las que podría aplicar su excelente formación en matemáticas y estadística.
Wilson y King comenzaron un estudio pionero sobre biología evolutiva, que permitió analizar las similitudes moleculares entre humanos y chimpancés mediante el análisis comparado de proteínas. Pudieron demostrar que los seres humanos y los chimpancés son genéticamente idénticos en un 99 %.
«Desde que era una niña he disfrutado con las matemáticas y me gradué en esta especialidad en el Carleton College. En 1966 me trasladé a Berkeley como estudiante graduada, allí seguí un curso de genética e inmediatamente me enamoré de esta disciplina. Terminé mi doctorado en Berkeley en 1972, estudiando el problema de la evolución molecular humana», repasó durante una entrevista en 2014.