A Mérida le dieron la primera cachetada de racismo a los 3 o 4 años. Estaba en el jardín de infantes y una compañerita le dijo que ella no podía ser princesa, porque las princesas no pueden ser negras. Pasó mucho tiempo hasta que pudo identificarse como afrodescendiente y entender que el privilegio de poder ser una princesa se llama, en realidad, privilegio blanco, y que ella no lo tenía porque su piel tiene más melanina que la de otras personas. Esa misma melanina y ese pelo ensortijado vienen a echar por tierra también un mito cuasi fundacional de este país: el de la Argentina blanca, europea que bajó de los barcos. Mérida Doussou Sekel tiene 30 años, es profesora de historia, afrodescendiente y activista antirracista. En el último 8M, fue una de las oradoras que, desde el escenario en el Parque Nacional a la Bandera, llamó a reconocer y reivindicar la historia negra del país. “Para ser antirracista lo primero que hay que reconocer es que unx es racista, porque fuimos criadxs en esta sociedad”, dijo a La Cazadora.
“Yo no me autopercibí como afrodescendiente hasta 2016, en el Encuentro Nacional de Mujeres de Rosario, cuando participé del taller Mujer y Afrodescendencia”, contó Mérida. Ese fue el primer año en que se realizó ese taller, que se reeditó en los encuentros que siguieron. “Fue ahí que empecé con un proceso identitario zarpado. Me di cuenta que eso era una identidad”. No es que Mérida no entendiera de que se trataba el racismo: su papá es cubano pero, para ella, el negro era él. “En la secundaria, cuando alguien decía «negro de mierda», yo saltaba a defender a mi papá, no a defenderme a mí», recuerda.
En el taller de Mujer y Afrodescendencia, Mérida comenzó a desarrollar un reconocimiento identitario. “Pude decir «yo soy afrodescendiente», preguntarme qué implica eso. Reconocerme yo y a su vez reconocer que esa identidad también era política. Y ahí apareció también la necesidad de organizarme con otras compañeras. También empecé a bailar candombe afrouruguayo. Los tambores me rompieron la cabeza y el alma”, contó. “Se fue dando así, de a poco, con la danza y con el tambor, conocer la historia de los movimientos afro de América Latina. El asesinato de Marielle Franco también me marcó. Fueron todas cosas que generaron una conciencia política grande en todas las personas que somos activistas».
El encuentro con otrxs afrodescendientes de Rosario terminó de consolidarse en 2019, en el Encuentro Nacional de Mujeres de La Plata. “Después del Encuentro armamos Afromujeres y Disidencias Rosario. Después entendimos la necesidad de que se amplíe y sumar también a varones y también a compañerxs recializadxs que no son afrodescendientes, pero sí son de pueblos originarios, y surgió el Bloque Antirracista”, detalló Mérida. En conjunto, llevaron adelante acciones políticas ante situaciones de discriminación y violencia. Hoy el grupo está menos activo, pero este 8M se unieron para marchar desde la Plaza San Martín hasta el Monumento bajo una misma consigna: “Sin racismo nos queremos”.
Ese día, Mérida subió al escenario del Parque Nacional a la Bandera junto a Noel Naporichi, de pueblos originarios. Hablaron de terricidio y de ancestralidad. Del borramiento de sus pueblos de la historia argentina y de la necesidad de un feminismo interseccional y antirracista.
El feminismo interseccional reconoce que el género no es el único eje de opresión, sino que existen múltiples ejes de discriminación que se entrecruzan. Desde esta cosmovisión, la experiencia de una mujer no puede concebirse como universal sino que es diversa y abarca distintas experiencias. Así, no es lo mismo ser una mujer cis heterosexual que una mujer trans, lesbiana o bisexual. Tampoco es lo mismo ser una mujer blanca que una mujer indígena o afrodescendiente. Las opresiones que pesan sobre cada grupo no son las mismas, ni gozan de los mismos privilegios.
“El feminismo antirracista viene a plantear que tanto el género como la raza son invenciones coloniales. Hay que deconstruir el género, pero también la raza si vamos a pensar en derechos para todes”, remarcó Mérida.
La blanquitud argentina
“El privilegio blanco parte de una estructura de racialidad donde, según tu tono de piel, tenés más o menos derechos. Y desde ese lugar unx se para para hablar”, explicó Mérida. “Tiene que ver con la blanquitud, con este sistema político, económico y social que, junto con la clase social, hace que vos puedas tener más derechos y más facilidades”.
“Por ejemplo: yo, al ser mestiza, tengo muchas menos situaciones de racismo cotidiano que otras compañeras que tienen más melanina que yo y la viven peor. Porque el racismo es así: mientras más melanina tenés, más lo sufrís en la calle. Y si sos extranjero o extranjera, ni te cuento”, remarcó Mérida. La xenofobia, otro factor de discriminación.
En Argentina, ser blanco también otorga el derecho a tener una historia. Porque incluso el presidente dijo públicamente que “los argentinos vienen de los barcos”, reforzando el mito de que en Argentina no hay negros, porque los mataron a todos en la guerra del Paraguay, o porque murieron por la epidemia de fiebre amarilla. Argentina, un país que pretende ser europeo y blanco negando parte de su pasado.
Para Mérida, el proceso de invisibilización de las raíces negras de Argentina se dio desde lo discursivo y desde lo estadístico. “Cuando vos vas a los archivos y a los primeros censos, en la época colonial había mucha población no blanca. Había castas: cuando te censaban ponían tu nombre, tu edad, y si eras blanco, pardo, moreno o negro”, explicó la profesora de historia. “Pero los censos dejaron de preguntar sobre la cuestión racial en un momento, y eso se combinó con un proceso histórico que, desde Mitre y Sarmiento en adelante, pasando por toda una generación de intelectuales, planteaban al negro y al indígena como bastardo, como personas que hacían retroceder al país. Eso derivó también en que mucha gente no quisiera identificarse como negro, escondían a sus antepasados, por lo que implicaba”, amplió.
De hecho, en su paso por el Instituto Olga Cossettini, donde estudió el Profesorado de Historia, se encontró con muy escasa bibliografía sobre la historia negra de Argentina, sobre los procesos de organización de las personas esclavizadas. «Tuve que armar mi propia bibliografía para formarme en ese sentido», remarcó.
Mérida se ríe cuando cuenta que ella toda la vida se consideró blanca. «Yo doy clases en barrio Toba y veo en las caras de mis alumnos muchos mestizaje de afro con indígenas. Y ahí digo: ¡Qué increíble cómo está instalado el discurso de que todos somos blancos! ¡Me pasó a mí teniendo a mi papá que era negro!»
Este año, el censo volverá a introducir la cuestión de la ascendencia, y preguntará por la cuestión afro y de los pueblos originarios. Tal vez sea el primer paso para desmitificar nuestra historia.
Salir del binarismo
“Para construir un país antirracista es necesario salir del binarismo blanco/negro. Yo no concuerdo con los discursos que dicen que si sos blanco no podés hacer tal o cual cosa. Necesitamos ampliar el espectro y entendernos desde la diversidad. Con lo que hay que romper es con el discurso de la blanquitud, que es una forma de pensar, no un color de piel. Es una forma de ubicarse frente al mundo, de pensar que alguien vale más o menos que otras personas. Hay que pensarlo desde lo político y económico, no desde un color de piel”.