Carlos Polimeni / NA
Una grieta tan evidente como la de la política divide hoy a los consumidores de música popular en la Argentina y buena parte del mundo occidental: el choque entre las estéticas que provienen del siglo XX y los nuevos géneros urbanos resulta por momentos estruendoso, aunque apenas si lo registren los medios tradicionales de comunicación.
El surgimiento de una camada de artistas cuyos oídos fueron conquistados por algunos de los muy diversos cruces que produjo desde los 80 la cultura de la música de las calles ofrece un panorama imposible de decodificar para quienes aprecian el “formato beatle” de la canción popular y no entienden como a los jóvenes pueden gustarle artistas que no necesitan de letras inteligentes ni armonías elaboradas para ser reconocidos.
“Para mí la música es armonía, melodía y ritmo y lo que hay ahora es ritmo, pero le falta la melodía y la armonía”, opinó en 2013 Charly García, cuando ante una pregunta sobre estas tendencias, que por entonces estaban insinuándose, planteó que la música producida sin instrumentistas y sin talento debería ser considerada una forma de “corrupción”.
“El tipo que forma un conjunto porque es lindo, o lo que sea, o porque baila bien, y no sabe un carajo de música, está concretando un acto de corrupción”, subrayó ante una pregunta en una conferencia de prensa. “Yo creo que la música es una gloria, pero no escuchamos música, escuchamos basura. Hacen discos con maquinitas tiki-tiki-tiki, como si fuese una oficina”.
En 2020, refiriéndose de frente a ese tipo de críticas, en el marco de lo que es también una pulseada por capturar parte de un negocio gigantesco, uno de los grandes referentes de la música urbana argentina de este siglo, Trueno, que tiene 20 años, escribió para su tema “Sangría”, del disco “Atrevido”: «Te guste o no te guste somos el nuevo rock and roll”.
“Yo me refiero a que somos el nuevo rock and roll en cuanto a representación”, explicó cuando ardía la polémica. “Somos la cara de la juventud, los voceros, somos los que bajan el mensaje al pueblo, la voz de un montón de gente que capaz no tiene el medio para hablarlo y somos nosotros esa línea de comunicación. Somos los que estamos en la ola ahora”.
Trueno, que grabó este tema picante acompañado por Wos, otro de los grandes referentes del costado más elaborado de la nueva música argentina, agregó, en una nota con la revista deportiva >Olé>: “Siento que lo que antes era la cara del país con otros artistas como Cerati, como Pappo o con los que quieras, ha cambiado. Hoy somos nosotros la cara de la juventud”.
“Sangría” dice: “Te exigen paz, mientras vienen a pisarte y la gorra corrupta nunca duda en dispararte / Hay autores de la calle que llegan a todas parte’, convertimos la esquina en una galería de arte / Somo’ la cara del pueblo haciendo que corra la voz / Eh, y mejor avísenle a Inglaterra que vamos con micrófono’ por la segunda guerra / Llegamo’ con los wacho’ con la ropa hecha mierda / Pero cuando escribimo’ los político’ tiemblan / Si Diego pone el centro, Batistuta mete el gol / Te guste o no te guste somo’ el nuevo rock and roll”.
Trueno, Wos, Duki, Nicki Nicole, Cazzu, Paulo Londra, Ca7riel, Acru, Tiago PZK, Duki, María Becerra, Dillom, entre otros, conforman hoy la Armada Brancaleone de una generación de entretenedores que llena estadios, hipódromos, festivales y teatros en Argentina y otras plazas de Latinoamérica, en un fenómeno que fue gestándose a través de la difusión por las redes sociales, sin ningún peso inicial de la agonizante industria del disco ni control posible de los mayores de 40 años.
Esta última semana de abril, el productor emblemático de la movida, Bizarrap, que como el resto podría parecerle a un desprevenido un chico más de Ramos Mejía, con 23 años, pocas palabras y otra gorrita con visera, anunció que si acumulaba más de 23 millones de comentarios en una publicación en Instagram, liberaba la canción de Londra que tenía lista, y en menos de 24 horas logró el objetivo.
Lo que estos artistas encontraron es un público cuyo oído no necesita adaptarse a los climas ominosos del trap, a la alegría sexópata del reggaeton, a las rimas forzadas del rap más pedestre, a las letras apenas elaboradas, a los ideales estéticos vinculados a Harlem y a Miami, porque ese universo era parte de su educación personal, en un proceso en que los gustos paternales importaron poco o nada, y que se produjo con mayor influencia de los celulares inteligentes, el wsp y las tablets que de las discotecas o bibliotecas o escuelas.
“La cultura rock incluía cine, teatro, literatura, artes plásticas”, dijo la semana pasada Pedro Aznar en una entrevista en Córdoba. “Un rockero debía tener una visión del mundo y ser difusor cultural (…) Ojo con (Carl) Jung, ojo con Walt Whitman, ojo con (Jorge Luis) Borges”, puntualizó con cuidado, pero con la lógica de su generación, que solía apreciar las sutilezas.
“Mientras tanto, el rock muta y alimenta otras músicas”, agregó con prudencia, sabiendo qué si algo caracteriza hoy a los muchachos bravos del sub 30, muchos de ellos vienen de las “Batallas de gallos”, uno de los modos del freestyle, es el carácter combativo callejero de su verba y sus aspectos. “Eso está bien”, agregó Aznar. “Después… están los gustos de cada uno”.
Curiosamente, o no, el rock está sufriendo en carne propia desde hace algunos pocos años la misma sensación que en los sesenta y setenta tuvieron en la Argentina los músicos de tango, folclore y jazz cuando las nuevas generaciones empezaron a ejercer su derecho a un gusto propio, con la prepotencia que significa desconocer el pasado e imponer condiciones a fuerza de cantidades.
Pero la verdad es que el rock sufre un largo proceso de decadencia como género, que ahora puede cuantificarse en la pérdida de público, cuyo origen podría rastrearse en un proceso comercial que lo apartó de su sentido inicial, seguido por una importante falta de renovación de figuras, que depara que, en general, sus fans ya no sean jóvenes ni adolescentes, sino personas maduras y hasta veteranas.
Hoy en el mundo de los algoritmos, de los likes, en ese universo virtual en que el trasfondo de Matrix ya ni siquiera llama la atención en que si no tenés Whatsapp no pertenecés, la escena tradicional mira con la boca abierta como una chica rosarina de 21 años, Nicki Nicole, que tuvo su primer éxito en 2019, está a punto de salir de gira por el mundo y ya vendió entradas para tres Gran Rex consecutivos dentro de siete meses.
Hace casi un año, Nicki sorprendió a los desprevenidos apareciendo de invitada en uno de los programas más influyentes de la televisión estadounidense, “The Tonight Show”, de Jimmy Fallon, interpretando “Wapo Traketero”, que por entonces tenía casi 100 millones de reproducciones en Youtube, y “No Toque Mi Naik”, en este caso acompañada por el portorriqueño Lunay.
Fallon presentó a la joven argentina como una “superestrella”, hecho refrendado por la realidad de que sus millones de seguidores, la enorme mayoría adolescentes y veinteañeros tempranos que recién ahora podrán ir a conciertos no tutelados, posibilitaron con su consumo de contenidos que también fuera nominada a los Spotify Awards, los Europe Music Awards y los Grammy Latinos.
Un asunto interesante es que se trata de un momento de la humanidad por demás particular, registrable en los cambios políticos, con los ascensos de las derechas, en la vida cotidiana, regida en parte por la tecnología, y en el tuteo de los mayores con una generación mucho más cínica y realista, cuyos profetas no ocultan que les importan un montón el dinero y la apariencia.
En España se bromea respecto a que la jubilación de Joan Manuel Serrat, y acaso varios otros cantautores de su generación es un efecto secundario de la aparición del impactante tercer trabajo de Rosalía, cuya presentación en vivo el Motomami World Tour consiste en una gira de ¡46 conciertos en 15 países!, incluyendo la Argentina, una rareza para una artista de 29 años.
En España vive una argentina que es parte de este fenómeno generacional, la cantante y compositora Nathy Peluso (26 años) que combina las estéticas del hip hop, soul, trap, jazz, rap y salsa con una personalidad explosiva qué, como ocurre con la casi totalidad del resto de las mujeres de esta generación, exhibe una sexualidad emancipada de tabúes y por demás empoderada, que conmueve o asusta, según el punto de vista desde el que se observe.
La explosión de popularidad de los protagonistas de este enorme fenómeno de renovación, para los cuales la película “8 mile”, de Eminem resultó tan inspiradora como lo fue para ¿sus abuelos? la del Festival de Woostock, también es un resultado de la era del covid-19, de la existencia de distancias por obligación, de la búsqueda de identidad de millones y millones de nuevos consumidores que se cansaron de las fórmulas anteriores.
“El género hoy cuenta con rubro propio en los Premios Gardel (Música urbana/Trap), y ha crecido al punto de absorber otros. Pensemos en L-Gante, un cumbiero influido por el reggaeton con vocación rapera, que tenía el hit «RKT», pero cuyo despegue de este año se dio a través de una session de Bizarrap, donde arengan con dos vinos de cartón en mano”, escribió el periodista Nicolás Igarzábal.
El trap, analizó, es “una música muy económica al momento de hacer un tema, todo lo contrario de lo que implica armar una banda con instrumentos y alquilar salas de ensayo y de grabación. Ahí está el poder de adaptación de la escena trapera: tanto la producción como el consumo suceden en computadoras y celulares. Es la música popular ideal para superar la crisis de la industria discográfica”.
Partiendo de esa idea, y para hablar del fenómeno de L-Gante, su colega Mariano del Mazo describió: “Los viejos no entienden por viejos; los rockeros resetean los prejuicios que tuvieron con otros ritmos, como la música disco y la cumbia; el de clase media mira el fenómeno como si se tratara de un safari; la política mete la cuchara aviesamente; la sociología intenta develar el secreto desde la academia; la tele invita al personaje del momento; los paradigmas de consumo se muerden la cola”.
Pero a pesar de los pesares, de que los parámetros escasean o no existen, a pesar de lo sorprendente que siempre tiene lo que rompe con la mayor parte de las tradiciones, la pesada nave de la música del siglo XXI va, chocando contra todo pero va, como si todos los vikingos del mundo se hubieran unido para remar y arrasar con todo lo que encuentren a su paso, incluyendo los modos de la civilización musical, según se concebían hasta antes de ayer.