Por: Emilia Ricciatti/ Télam
El teletrabajo como formato impuesto repentinamente por la pandemia, las aplicaciones como ámbitos crecientes de fuentes de empleo y las tareas de cuidado como centro de la vida cotidiana producto de la suspensión de clases o la reducción de la vida social son apenas algunos aspectos que atravesaron las condiciones laborales de los últimos tiempos y la abogada laboralista María Paula Lozano y la historiadora Victoria Basualdo analizan los ecos y alcances de estas transformaciones en el acceso al trabajo y el desarrollo laboral de las mujeres y las disidencias.
En el marco del Día de las y los Trabajadores, Télam convocó a estas dos pensadoras y militantes para indagar cuáles son los desafíos para pensar el panorama laboral, qué medidas imponen las desigualdades que fueron visibilizadas y profundizadas con la pandemia al asumir más tareas de cuidado y qué retos impone esta coyuntura para la implementación de políticas públicas que busquen intervenir y modificar estructuras de precarización.
«La pandemia tuvo un efecto impactante en el campo de las relaciones laborales, que fue estudiado desde una gran cantidad de perspectivas y desde diversos campos, utilizando distintas herramientas, aunque todavía creo que no tenemos una dimensión cabal de sus alcances, para lo cual se necesita tener una mayor perspectiva, difícil cuando aún estamos transitando este tiempo. La pandemia tuvo además un efecto acumulativo con otros procesos, como las políticas de gobiernos de derecha en la Argentina y la región», señala Basualdo.
Para la investigadora del Conicet y del Área de Economía y Tecnología de Flacso, «en la Argentina, con las políticas desplegadas por el gobierno de Mauricio Macri entre diciembre de 2015 y 2019 y los intentos de reforma laboral que intentaron profundizar, amplificar y expandir algunas de las tendencias más relevantes de precarización que habían ganado terreno en el largo plazo, persistiendo aún en etapas de cambios progresivos del mercado de trabajo y de revitalización sindical».
En tanto, Lozano, también socióloga y una de las compiladoras del libro «Derecho laboral feminista» (Mil Campanas), asevera que «durante la pandemia hubo crisis de los cuidados que tienen que ver con las tareas reproductivas, realizados en su mayor parte por mujeres» e identifica cómo la falta de un sistema integral de cuidados impacta en el desarrollo de esas tareas que «son imprescindibles y no están reconocidas como trabajos salvo cuando se tercerizan y actualmente son realizadas por los hogares y especialmente mujeres y disidencias».
«La división de roles, donde desde un punto de vista binario a las mujeres se les asignó el trabajo en el hogar y al varón el de proveedor que se desempeña en el ámbito público, sigue formateando relaciones sociales y especialmente la normativa laboral, que continúa basándose en esas premisas», apunta la abogada y cita la Ley de Contrato de Trabajo que es «la norma general para el empleo privado, y regula también a cierto sector público, y reconoce dos días de licencia para el padre, sin adecuarse a lo que se ha avanzado en igualdad de género, por ejemplo».
¿Cómo impacta esta desigualdad en el día a día?
«Se calcula que las mujeres trabajan tres horas más por día en tareas de cuidado y esto no está reconocido a nivel salarial; por el contrario, opera como una barrera invisible, como un peso para la posibilidad de gozar de todos los derechos laborales», explica la abogada y agrega que «también limita el acceso al empleo porque hace que las mujeres opten por jornadas de tiempo parcial porque no pueden conciliar los trabajos de cuidados con los remunerados».
El objetivo, advierte Lozano, es «pasar a un paradigma de corresponsabilidad parental en materia de cuidados, que el Estado, las empresas y las organizaciones de la sociedad civil como los sindicatos y también los hogares se comprometan y den una respuesta en tareas de cuidados».
De hecho, advierte que «sigue existiendo una división de roles y, al momento de ir a trabajar, las mujeres solo tienen que ocuparse de trabajos precarizados, sin estabilidad».
Basualdo, compiladora junto a Diego Morales del libro «La tercerización laboral: orígenes, impactos y claves para su análisis en América Latina», cuenta que desde el «Programa Estudios del Trabajo» en el Área de Economía y Tecnología de Flacso abordaron recientemente algunas de las transformaciones laborales más relevantes y se detuvieron en las dinámicas de protesta y organización en los primeros tiempos de la pandemia, analizando las distintas etapas primero de aislamiento y luego de distanciamiento, las actividades y trabajadores/as considerados ‘esenciales’, y las diferencias entre trabajadores de planta, tercerizados/as, y no registrados/as todo lo cual fue encarado por diversas corrientes y sectores del movimiento sindical con diversas respuestas que fueron desde la confrontación a la concesión.
«Abordamos también casos de industrias, la siderúrgica por un lado, y la agroindustria azucarera por otro, que permitieron analizar los impactos en actividades y territorios muy diferentes. La dimensión de género apareció como central en todo el proceso, por la mayoritaria carga de las cruciales tareas de reproducción en las mujeres, que en la primera etapa de la pandemia quedaron sin cobertura, con el cierre de escuelas y la parálisis de toda la estructura de cuidados», analiza.
Basualdo resalta que lo que encontraron fue «superposición de las jornadas laborales productivas y reproductivas en un mismo espacio de la casa, en la mayor parte de los casos no preparado para albergar esta diversidad de situaciones, el peso del teletrabajo y sus impactos en la extensión de la jornada, el aislamiento y la imposibilidad de discutir condiciones, la situación crítica en barrios populares en los que el aislamiento era casi impracticable, y en los que las redes comunitarias de sostén y alimentación estaban motorizadas centralmente por mujeres, la dificultad del cuidado de menores y mayores en un contexto crítico de emergencia pandémica fueron algunas de las cuestiones que aparecieron en estos y otros trabajos sobre la pandemia y sus efectos».
Al momento de ubicar desafíos, la investigadora subraya la importancia de «pasar de contemplar compensaciones parciales para la supervivencia a poder pensar en políticas de empleo y de discusión de condiciones de trabajo y de niveles salariales en un contexto inflacionario que genera una enorme preocupación, particularmente con los sectores fuera del mercado laboral o en sus segmentos más vulnerables».
Sin embargo, advierte que «se requiere en forma urgente plantear un diagnóstico global que contemple las formas en las que el cambio tecnológico impacta en las relaciones laborales, y plantee formas efectivas de garantía de derechos frente a tendencias emergentes como el trabajo en la economía de plataformas, así como políticas protectorias respecto de la tercerización laboral, combinadas con un impulso del trabajo registrado como vía imprescindible para la inclusión de sectores muy amplios».
Lozano pone en escena la necesidad de «una reforma laboral con carácter feminista» para transformar la Ley de Contrato de Trabajo de 1974, que define como «una norma protectora de los derechos de los trabajadores pero conformada a la luz de un paradigma patriarcal».
«En estos casi 50 años, gracias a la lucha de los feminismos, se han visibilizado desigualdades estructurales y esto debe traducirse en un reconocimiento normativo. Hay que modificar lo que tiene que ver con trabajo insalubre para todos los géneros. La ley debe contener una licencia por violencia de género, por ejemplo».
EL ROL DE LAS MUJERES EN LAS ESTRUCTURAS SINDICALES
La abogada laboralista María Paula Lozano y la historiadora Victoria Basualdo dialogaron con Télam sobre las formas de organización política en un mundo del trabajo precarizado y se animaron a pensar pistas para abordar el crecimiento en representación de las mujeres en las estructuras sindicales.
«En la historia siempre han sido las trabajadoras y los trabajadores quienes han encontrado las mejores formas de organizarse. Si tenemos derechos laborales hoy es porque hubo luchas obreras o grandes movimientos sindicales que, a lo largo de la historia y a través de diferentes corrientes y estrategias de lucha, lograron alcanzar esos derechos», se posiciona Lozano.
Una de las autoras del reciente libro «Derecho laboral feminista» no duda en sostener que el modelo sindical argentino ha sido y es «muy eficaz» porque justamente ha crecido.
¿Qué implica esa ampliación? «Hoy las organizaciones no son solo las que representan a trabajadores formalmente reconocidos como empleados sino que también existen organizaciones sociales que aún no tienen el reconocimiento como tales. Por ejemplo, las personas que trabajan a través de las apps y ya han comenzado a organizarse y van formando sus sindicatos y el Estado debe avanzar en su reconocimiento porque están comprendidos en el artículo 14 bis», asevera.
En ese sentido, explica que «las formas de organizarse las tienen que encontrar los propios sujetos, los propios protagonistas porque es la manera de lograr estas transformaciones».
En sintonía, Basualdo resalta que «sin dudas la movilización y organización es el amplio arco de organizaciones de los y las trabajadores/as desocupados, no registrados y/o precarizados o informales es un rasgo característico del proceso de organización social y sindical argentino».
«La fortaleza de la organización territorial en villas o barrios de emergencia, con estructuras organizativas crecientemente complejas y en espejo de la organización sindical clásica, contemplando la elección de delegados/as y la existencia de comisiones organizativas. En los años 80 y 90, al calor del incremento de las tasas de desocupación, se configuraron nuevas organizaciones de desocupados/as en la forma de Movimiento de Trabajadores Desocupados/as y Uniones de Trabajadores Desocupados/as en todo el país», recupera y destaca que «las mujeres fueron centrales para garantizar mecanismos colectivos de supervivencia y promover formas de lucha, que incluyeron medidas que afectaron la circulación, como los cortes de ruta, cuando no era posible afectar el ámbito de la producción».
Basualdo subraya que «todos estos procesos previos son importantes para comprender el grado de organización de los y las trabajadoras de la Economía Popular, entre los cuales es un dato muy significativo la conformación de la Confederación de Trabajadores/as de la Economía Popular (CTEP), que confluye con otras organizaciones territoriales».
Sobre el crecimiento de las mujeres en los espacios de representación sindical, Lozano expresa que «los feminismos han protagonizado una verdadera revolución en los últimos años que ha transformado todas las estructuras, incluidos los sindicatos que se conformaron a la luz del patriarcado y eso se expresa en que la mayoría de las conducciones son varones».
En ese punto, subraya que «esto es algo que no es estanco porque se está transformando y muchas mujeres han avanzado adentro de los sindicatos, se han organizado con redes, y lazos con compañeras de otros sindicados», y señala que «han permeado estructuras y hoy se generan nuevos debates».
En ese marco, indica, sobresale un ejemplo como el «los años de aporte por las tareas de cuidado que eran una demanda que planteaba ‘los años que nos faltan se los llevó el patriarcado’ y hoy un decreto reconoce esos años de aporte».
Por lo tanto, Lozano señala: «Estos son avances ganados por los feminismos, queda mucho por hacer, todavía la desigualdad es importante pero estamos en una transición y en las estructuras sindicales se empiezan a visualizar también estas transformaciones».
Para Basualdo, «el movimiento feminista está consolidando vínculos estrechos tanto con las organizaciones sindicales tradicionales, como con organizaciones de trabajadores/as de la economía popular, y con otros como el movimiento de migrantes».
«El peso creciente del movimiento feminista en la Argentina no es un hecho repentino, sino que es fruto de un proceso de construcción valioso de décadas, con emergentes como el Encuentro Nacional de Mujeres desde los ochenta hasta la actualidad, con la incorporación de la dimensión plurinacional y de las disidencias», afirma.
«Uno de los cambios más interesantes en los últimos años es la creciente inclusión de análisis de la desigualdad de género en términos económicos, con un crecimiento importante de la economía feminista, y la creciente conexión de grupos feministas con el movimiento sindical y otras organizaciones, que se plasmó en la creación de colectivos diversos de mujeres sindicalistas en diversas regiones del país», señala y cita los encuentros nacionales de colectivos como «Mujeres sindicalistas», con la presencia de más de cientos de participantes.
EL MAPA DE DESIGUALDADES Y PRECARIZACIÓN LABORAL DESDE EL FOCO DE CLASE Y DE GÉNERO
En un mapa de desigualdades y precarización laboral, Victoria Basualdo pone el foco en aspectos que atraviesan al universo de trabajadores y trabajadoras amplificando la variable de tiempo para incorporar interrogantes y ejes al momento de pensar las condiciones económicas.
Por ejemplo, Basualdo realiza en «La tercerización laboral» un análisis del proceso de precarización laboral marcando dos hitos: los 70 como momento de implementación; y los 90 como consolidación de esas condiciones. ¿Cómo fue ese impacto para las mujeres? ¿Se pueden identificar características específicas en la inserción o proyección de las mujeres en el campo del trabajo en esos dos momentos?
«En esa publicación del 2014, otro libro colectivo del 2015 y en varios artículos y trabajos posteriores pensamos, junto con colegas especialistas de distintos campos y con protagonistas de la lucha sindical la problemática de la tercerización laboral y sus desafíos, tanto en la Argentina como en diversos países de América Latina. Por un lado, marcamos estos dos hitos, un primer salto en los 70 de la mano de las dictaduras y una segunda expansión en los años 90», puntualiza.
Además, recupera la preocupación por «una consolidación del fenómeno como estructural en las relaciones laborales con creciente incidencia incluso en períodos de expansión del mercado de trabajo y de mejora significativa de los indicadores, como sucedió en Argentina desde el 2003 en adelante».
La investigadora del Conicet explica que «se lograron estimaciones de su incidencia en varios sectores, tanto desde el campo académico, como desde el sindical e incluso desde dependencias estatales, antes del cambio de gobierno en 2015, y se pudieron verificar las brechas salariales entre trabajadores/as de planta y tercerizados/as, así como las diferencias en términos de estabilidad laboral (los contratos temporarios son la norma, por períodos muy cortos), condiciones de trabajo, equipamiento y capacitación, derechos y conquistas y posibilidades de organización sindical de tercerizados/as respecto de trabajadores/as permanentes».
«Durante el gobierno de (Mauricio) Macri, el proyecto de reforma laboral apuntó a profundizar aún más el alcance de la tercerización, promoviendo una desresponsabilización aún mayor de las empresas principales respecto del accionar de las contratistas, cuestión que finalmente no se logró por un proceso de notable movilización y resistencia social», destaca.
Con respecto a la pandemia, Basualdo explica que «los tercerizados/as fueron los primeros en sufrir los embates dentro de los registrados, porque por supuesto los no registrados son el eslabón más débil siempre entre quienes tienen trabajo. Pero la tercerización apunta justamente a condicionar y jaquear a los/as trabajadores/as registrados/as, instaurando diferencias entre trabajadores/as de primera y segunda categoría».
En ese sentido, propone no sólo aplicar una mirada de clase, sino también de género: «Esta dimensión es ineludible, no sólo por las diferencias existentes en todo el mercado de trabajo en términos de género, sino también por las inequidades en la distribución de las tareas de reproducción social, y específicamente en el tema de la tercerización porque muchas de las primeras actividades tercerizadas son altamente feminizadas, como las de limpieza o alimentación en los establecimientos laborales, tareas consideradas como ‘secundarias’ o ‘periféricas’ respecto de las actividades ‘centrales’ o ‘principales'», puntualiza.
En este sentido, sostiene que «hay una naturalización de la invisibilidad de estas mujeres que ocupan un papel central para el funcionamiento de estos espacios laborales y que sin embargo se ven como algo externo, a cargo de empresas de limpieza con altísima rotación y pésimas condiciones, o de contratistas de alimentación con vínculos renovados en forma permanente, no sólo en el sector privado sino en el sector público».