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A 40 años del hundimiento del crucero General Belgrano: un buque muy noble

Hoy se cumplen 40 años de la mayor tragedia naval de la Armada argentina, un hecho que marcaría un antes y un después en la guerra de Malvinas en el que murieron 323 tripulantes y 770 sobrevivieron no solo al ataque con dos torpedos, sino a la tormenta y las bajas temperaturas en altamar

Laura Pomilio y Agustina Pasaragua

Hoy se cumplirán 40 años de la mayor tragedia naval en la historia de la Armada argentina, un hecho que marcaría un antes y un después en la guerra de Malvinas: el hundimiento del crucero ARA General Belgrano, en el que perdieron la vida 323 tripulantes y 770 lograron sobrevivir no solo al ataque con dos torpedos, producido el 2 de mayo de 1982, sino también a la tormenta y las bajas temperaturas en altamar que los pondrían a prueba hasta su rescate.

El día anterior al ataque, el General Belgrano, que cumplía la tarea de interceptar comunicaciones británicas a fin de identificar los movimientos del enemigo, había recibido órdenes para patrullar las aguas al sur de Malvinas junto a los destructores Piedrabuena y Bouchard, en una zona fuera del área de exclusión militar de 200 millas de radio fijada de forma unilateral por el Reino Unido.

A bordo del ARA General Belgrano el clima era tranquilo y de mucha camaradería entre sus 1093 tripulantes quienes, previo al conflicto bélico, habían realizado en su mayoría varias navegaciones y múltiples simulacros de combate y de abandono del buque; esos ejercicios serían fundamentales para ganar valiosos minutos y salvar la vida de muchos luego del ataque británico.

“Se había formado un lindo grupo, hasta fraternal diría. Éramos muy jóvenes pero en cuanto zarpamos el 16 de abril, ya iniciado el conflicto, lo tomamos con normalidad y mucha responsabilidad”, recordó Carlos Acosta, sobreviviente de la 6° división de artillería del crucero, oriundo de la localidad santafesina de Arocena.

“Como estábamos lejos de Malvinas el clima era tranquilo, era una zona de exclusión. Me acuerdo nítidamente cómo el teniente Gilli nos recordaba, al formar a viva voz, «¡Estamos en guerra, señores!» y yo no quería escucharlo, «guerra» era una palabra muy fuerte para mí”, rememoró Héctor Spesot, uno de los radiotelefonistas del Belgrano, proveniente del pequeño pueblo santafesino de Lanteri.

Escapar gracias a la “nobleza” del Belgrano

El General Belgrano, un crucero de 13.500 toneladas de origen estadounidense botado en la 2° Guerra Mundial que salió indemne del ataque japonés a Pearl Harbour, no contaba con sonar para detectar la presencia de submarinos, por lo que no pudo identificar a tiempo la amenaza del submarino nuclear HMS Conqueror de la Marina británica, que lo acechaba a 400 millas y tras 30 horas de seguimiento.

Al recibir la orden de atacar, a las 16:02 del domingo 2 de mayo de 1982, el Conqueror disparó 3 torpedos Mark-8: el primero impactó en la sala de máquinas y el segundo destruyó la proa del General Belgrano, mientras que el tercero intentó dañar al destructor Bouchard pero, sin dar en el objetivo, explotó a 100 metros de ese buque algunos minutos después.

El ataque tomó por sorpresa a los tripulantes del Belgrano; algunos, como Acosta, recién tomaban su guardia y en un primer momento lo atribuyeron a una incursión aérea; otros, como Spesot, pensaron que “habían chocado contra algo contundente”, por el freno en seco de la marcha del barco. El presentimiento, en cualquier caso, fue el mismo: “la situación era grave”.

“Cuando escuché el impacto del primer torpedo pensé que se trataba de un ataque aéreo, porque al pegar en la zona que no estaba acorazada del barco fue como si nos sacaran del piso de un golpe, medio metro para abajo. Yo acababa de tomar mi turno, estaba en la sala de máquinas, abajo, en la «panza» del barco”, describió Darío Volonté, por entonces maquinista naval del Belgrano, hoy un cantante lírico reconocido en todo el mundo. Volonté ayudó a sus compañeros heridos, quemados, con heridas de distinta gravedad, a abandonar la sala de máquinas hasta llegar a cubierta.

Las balsas ya se encontraban asignadas y preparadas para albergar a grupos de veinte tripulantes; estaban equipadas con elementos de supervivencia, como instrumentos de pesca, caramelos concentrados, agua y un botiquín de primeros auxilios.

El simulacro de abandono esta vez era real. Según lo aprendido en los entrenamientos, los marineros se dispusieron a abordar las balsas durante esa hora que “la nobleza del Belgrano les dio”, describió Volonté, para poderlo evacuar antes de que se hundiera 4200 metros bajo el mar, en el fondo de la cuenca de Los Yaganes, al sur de las Malvinas, en el Atlántico Sur.

La noche más larga del mundo

Algunas condiciones jugaron a favor de los sobrevivientes, como la forma lenta y gradual en que se hundió el crucero, o el hecho de que las llamas producidas por la explosión de los torpedos se mantuvieran en su interior y no se propagaran sobre el combustible desparramado por el agua que circundaba las balsas.

“Siempre digo que el Belgrano fue un caído más de Malvinas; peleó con nosotros y al momento de hundirse, por la forma en la que lo hizo, como un tirabuzón, no produjo esa presión ni esa succión que se hubiera llevado con él las balsas que flotaban a su alrededor, lo que hubiera provocado muchas más muertes. Se fue solo”, revivió Volonté.

Ante esa imagen del Belgrano hundiéndose lentamente, Spesot recordó la sensación que lo invadió: “El General Belgrano se fue al agua despacio y en ese momento no quise verlo; todo lo que teníamos ahí adentro se fue con el barco, que supo ser nuestro segundo hogar, donde estábamos protegidos por algo. Pero cuando desapareció el barco y no veíamos tierra, me agarró una desolación terrible”.

Una tormenta feroz azotó las balsas a partir de la tarde y a lo largo de la noche de ese domingo, lo mismo durante toda la madrugada del 3 de mayo: olas enormes, vientos de hasta 120 kilómetros por hora sumado a una sensación térmica que, se estimó, oscilaba entre los 10 y 20 grados bajo cero, pusieron a prueba la resiliencia de los sobrevivientes, que estuvieron entre 20 y 43 horas en altamar hasta ser rescatados.

“A mí me tocó estar en 3 balsas: la primera se rompió por el impacto al chocar contra el buque, quedamos en el agua y nadamos hasta otra balsa. Al subir estaba en malas condiciones, perdía aire, entonces el guardiamarina pensó la posibilidad de acercarnos a otra balsa. Entre tantos heridos, logramos con las manos fuertes amarrarnos a otra balsa”, relató el radiotelegrafista comunicante Jorge Alfredo García, procedente de Salta, quien aseguró que esa noche fue “la más larga de su vida”.

A seis horas del naufragio se ordenó la operación de búsqueda y rescate de posibles sobrevivientes en la que participaron buques y aeronaves bajo la consigna de “no dejar a ningún marino atrás”.

793 tripulantes rescatados

Del rescate participaron por mar los destructores ARA Piedrabuena y ARA Bouchard, el aviso ARA Gurruchaga y el buque polar convertido a hospital ARA Bahía Paraíso; por aire, desde Río Grande, la Escuadrilla Aeronaval de Exploración desplegó sus aeronaves Neptune, claves para el avistamiento de las primeras balsas –que ya se habían alejado unos 80 kilómetros al sureste del lugar del hundimiento– durante el mediodía del lunes 3 de mayo.

“Era más o menos el lunes al mediodía cuando pasó un avión, dio unas vueltas alrededor y desde la balsa tiramos pintura al agua, jugábamos con un espejo para dar luz y usábamos el kit de supervivencia con elementos para señalización para que nos vieran. Horas después, en medio de la oscuridad, vimos la luz del Gurruchaga que nos rescató; fueron nuestros ángeles de la guarda”, rememoró García.

Unos 793 tripulantes fueron rescatados de las heladas aguas del Atlántico Sur, 770 de ellos lograron sobrevivir. El martes 5 de mayo, los buques arribaron a Ushuaia donde desembarcaron a los sobrevivientes para que recibieran pronta asistencia y hasta el 9 de mayo se continuó con las tareas de la búsqueda y recuperación, pero ya solo se encontraron balsas vacías o con tripulantes sin vida.

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