El jueves pasado el Ministerio de Agricultura autorizó la comercialización en el país de la semilla y los productos derivados del trigo HB4, modificado genéticamente para ser más tolerante a la sequía. La autorización estaba pendiente desde 2020, a la espera de que fuera avalado también por Brasil, el principal comprador del trigo argentino, lo que sucedió a fines del año pasado.
El trigo HB4 fue desarrollado por la científica del Conicet y la Universidad Nacional del Litoral Raquel Chan en asociación con la empresa Bioceres, que tiene entre sus accionistas a Hugo Sigman y Gustavo Grobocopatel. Incorpora un gen del girasol que le permite mejorar su rendimiento en condiciones de estrés hídrico y también fue autorizado en las últimas semanas por Australia, Nueva Zelanda y Colombia.
En el caso de la soja HB4, que incorpora el mismo “evento de transformación genética”, fue aprobada hace dos semanas por China, el principal consumidor de soja en el mundo. Un trámite crucial para la Argentina que esperaba que se destrabara esa gestión para hacer efectiva su autorización interna.
La aprobación de los transgénicos toma velocidad en el contexto de guerra entre Rusia y Ucrania, dos países que, en suma, producen un tercio de la oferta mundial de trigo. Con los puertos bombardeados y las cosechas alteradas, los gobiernos buscan diversificar las fuentes de aprovisionamiento de alimentos. A esa circunstancia se suma la reciente prohibición impuesta para exportar este cereal en India, el segundo mayor productor de trigo, con el objetivo de garantizar el consumo de sus propios habitantes.
El presidente Alberto Fernández estuvo de gira en Europa la semana pasada y buscó ofrecer a la Argentina como proveedor de alimentos y energía. Los papeles para que el Viejo Continente habilite también los cultivos HB4 están presentados, pero hasta ahora no fueron aprobados. Esta demora no se explica porque sea una región más rigurosa que otras ni porque tenga una reticencia especial a los transgénicos, sino porque suelen utilizarlo como una barrera paraarancelaria que protege la producción nacional.
Críticas de ambientalistas y productores
Dentro del país, el trigo y la soja HB4 encuentran su principal resistencia en dos grupos muy distintos, incluso enfrentados entre ellos en algunos aspectos: sectores ambientalistas y los actores más tradicionales del campo.
“Los productores agropecuarios recibimos con mucha preocupación la decisión del gobierno nacional que permite sembrar trigo HB4. Si bien estamos a favor de la tecnología, no tenemos certezas del impacto que puede tener en la comercialización del producto en los mercados externos”, escribió en sus redes Nicolás Pino, presidente de la Sociedad Rural Argentina. “Esta norma provoca un enorme riesgo comercial dado que todos los países que nos compran no aceptan”, completó en un comunicado el Centro de Exportadores de Cereales (CEC).
En el evento A Todo Trigo 2022, que se realizó el jueves y el viernes pasado en Mar del Plata, el ministro de Agricultura, Julián Domínguez, respondió las críticas. “No soy un trastornado que toma gestos para comprometer el trigo argentino. Ayer mandamos todos los protocolos a China del evento genético. Estamos tomando todos los recaudos para tener toda la previsibilidad en los mercados asiáticos”, sostuvo.
En los hechos, la aprobación no cambiará, al menos en el corto plazo, el escenario productivo. Actualmente solo produce trigo transgénico la empresa Bioceres, que en 2021 cultivó 55 mil hectáreas y planea mantener ese volumen este año. Esos granos HB4 son procesados por 13 empresas que elaboran productos para alimentación animal y de personas, que son comercializados en la Argentina y Brasil. Pese al alerta de algunos sectores ambientalistas, que en mayo del año pasado iniciaron una campaña contra Havanna por anunciar que comenzaría a producir alfajores con trigo modificado y forzaron a la empresa a volver sobre sus pasos, los argentinos y argentinas (y los brasileños y brasileñas) ya comemos, sin saberlo, trigo HB4. En el país no existe ninguna obligación de rotulado.
Entre los sectores ambientalistas que se oponen, el punto más sensible apunta contra los efectos nocivos que podría generar en la salud el mayor uso de productos fitosanitarios. Un informe del ingeniero agrónomo Fernando Frank para Acción por la Biodiversidad señala que se suele evitar mencionar “el otro transgén que contiene el trigo de Bioceres, que le otorga tolerancia al herbicida agrotóxico glufosinato de amonio”. El uso de este producto generaría efectos adversos no solo en las comunidades cercanas a los cultivos por su mayor presencia en “aire, aguas, suelos”, sino que, de acuerdo con este trabajo, podría dejar rastros en los alimentos.
Es un argumento que la científica Chan buscó refutar. Según su explicación, el gen resistente al glufosinato de amonio se introduce como “marcador de selección”, para poder identificar cuáles fueron las plantas que se transformaron; una vez terminado el proceso, se sabe que las plantas que son rociadas con este producto y sobreviven son las que incorporaron exitosamente el gen HB4. Si bien se usa el glufosinato, podría utilizarse cualquier otro herbicida de los que se usan en la agricultura. También se cuestiona que, frente a la posibilidad de cultivar soja o trigo con menor necesidad de agua, esta tecnología impulse una expansión de la frontera agrícola, lo que podría traer aparejado desmontes y desplazamiento de comunidades. En la otra vereda, los defensores de la tecnología HB4 opinan que estas semillas permiten “mejorar el rinde donde ya se produce” o “plantar trigo donde solo se podía plantar soja”, pero no “cultivar en el desierto”.
Argentina, tercero en el ranking de países con más cultivos transgénicos
En la Argentina, esta tecnología no es novedad. Los cultivos genéticamente modificados que se siembran a gran escala son soja, maíz y algodón y las características que se han incorporado son tolerancia a herbicidas, resistencia a insectos, o ambas características en la misma planta. Hace poco se comenzó a cultivar también alfalfa tolerante a herbicida y con menor contenido de lignina. A muy pequeña escala, se cultiva cártamo transgénico para producir quimosina (un insumo para la fabricación de quesos) y, dentro de poco, se cultivará papa resistente al virus PVY, según información oficial.
En total hay 65 “eventos de transformación genética” aprobados en el país y solo el HB4 es un desarrollo íntegramente argentino. El primero en obtener luz verde fue la soja tolerante al glifosato, en 1996, desarrollado por la multinacional Nidera.
En cada aprobación intervienen tres estructuras bajo la órbita del Ministerio de Agricultura. La Coordinación de Innovación y Biotecnología (Conabia), que evalúa los posibles riesgos sobre los agroecosistemas; el Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria (Senasa), que analiza los riesgos potenciales para la salud humana y animal derivados del consumo y la Subsecretaría de Mercados Agropecuarios, que chequea la conveniencia de la comercialización del producto genéticamente modificado en el mercado mundial.
Según el Servicio Internacional para la Adquisición de Aplicaciones Agrobiotecnológicas, unos 17 millones de agricultores siembran cultivos genéticamente modificados en más de 190 millones de hectáreas, distribuidas en 29 países. Argentina es el tercer país del mundo con mayor superficie con cultivos transgénicos; se siembran todos los años unos 25 millones de hectáreas y, además, los productos elaborados a partir de estos cultivos se exportan a decenas de países, incluyendo a la Unión Europea, China, países del sudeste asiático, India, gran parte de los países de Latinoamérica y de Medio Oriente.