Formar parte de una obra, dejar fluir sensaciones que van más allá de la vista para ser cómplices de una pregnancia de sentidos múltiples y desde allí, con el cuerpo entero comprometido, acercarse al imaginario profuso, vasto, colorido, doloroso y revolucionario (entre muchas otras cosas) del pintor neerlandés Vincent van Gogh, al parecer redescubierto por las nuevas generaciones, entre otras cosas, por una serie de libros y películas sobre su compleja vida, dentro de las cuales aparecen como muy recomendables la ya histórica Vincent y Theo de Robert Altman (1990), así como también Loving Vincent, proeza estética de Dorota Kobiela y Hugh Welchman (2017), y la más cercana Van Gogh, a las puertas de la eternidad, de Julian Schnabel (2019), con una memorable interpretación de Willem Dafoe (nadie como él para dar vida al artista).
Pero ahora todos hablan de las muestras montadas en su homenaje. Una de ellas, en una de sus versiones, sigue siendo furor desde el verano en La Rural de Buenos Aires. Y desde el jueves último, tiene una parienta cercana en Rosario, Van Gogh Inmersive Art Experience, más pequeña aunque no menos interesante y con otras instancias, en el Centro de Expresiones Contemporáneas de Rosario (CEC, en el Franja del Río), que se puede visitar a diario, al menos por el momento, hasta mediados de julio, y que llegó a la ciudad con el acompañamiento de la Municipalidad de Rosario (también montada en un ámbito municipal), lo que lleva a pensar que, en algún momento, debería ser accesible a sectores de la educación, dado que se trata de un bien cultural de calidad, donde se conjugan la tradición con las nuevas tecnologías.
La muestra local está planteada a través de una serie de dispositivos estético-espaciales que ocupan casi todas las naves del CEC, cuyas improntas de recorrido sugieren que quede para el final la muy publicitada sala inmersiva, donde la deconstrucción, yuxtaposición y multiplicación de la obra de Van Gogh se redimensiona mediante el uso de la técnica audiovisual del mapping a través de diez proyectores que, en simultáneo, dibujan en paredes y pisos esa edición de imágenes de sus obras, acompañada de un relato (en español, que va de sus frases o momentos biográficos a sus históricas cartas) y un soporte sonoro musical muy atinado.
Previo a eso, en el ingreso, aparece una muestra estática de paneles que pone en situación a las y los visitantes, dos instalaciones accesibles (allí van todos por las fotos) de dos de sus obras más populares, “El dormitorio en Arlés” y “Terraza de café por la noche”, un dispositivo de espejos que pone en jaque la estabilidad de las formas y un sector destinado a la realidad virtual con una veintena de cascos que son un gran hallazgo no sólo para quien desconozca la técnica sino por la posibilidad que brindan de “ingresar literalmente” al imaginario pictórico del artista a través de La noche estrellada, entre más, una de las obras icónicas del mayor referente del postimpresionismo, apasionado por los azules y los amarillos, los autorretratos y los girasoles (la naturaleza en general), entre otras inspiraciones que comparten una fuerte carga emotiva que es transversal a toda su producción, que ronda las mil piezas, más allá de sus dibujos.
“La belleza perece en la vida pero es inmortal en el arte”, se lee en uno de los paneles-escena. La frase, que va perfecto con Van Gogh, aunque todo indica que pertenece a Da Vinci, pareciera sintetizar el sentido de esta especie de nuevo hallazgo de sus obras, de sus destinos, también, para resignificar el verdadero valor del arte en el presente donde dirime el mercado y los caprichos del capitalismo, en relación con la vida de un artista que murió solo y pobre y que hoy nadie puede ni siquiera imaginar el valor monetario de su obra, porque el simbólico no está en discusión.
“Puse mi corazón y mi alma en mi trabajo y he perdido mi mente en el proceso”, también se lee en otro de los paneles. Sí esta vez perteneciente a Van Gogh, la frase también se vuelve un manifiesto de su condición de artista en el delirio y la locura, con un período corto de producción pero muy cuantioso (particularmente su último año de vida, antes de suicidarse a los 37 años), que la muestra pone en discusión en su intención basal y no por eso menos especulativa, aunque bellamente lograda, de juntar en un mismo lugar, que lejos está de ser un espacio de exhibición tradicional, obras que aparecen dispersas en museos del mundo como el Van Gogh de Ámsterdam, la Galería Nacional de Arte de Londres o el Moma de Nueva York, entre otros.
Ahora, en otra forma y dimensión, están allí, muy cerca del Paraná. Como pasaba con el Ródano, en la ciudad de Arlés, al sur de Francia, donde el artista pasó sus últimos días, y cuando el frío parece haber llegado para quedarse, seguramente, la muestra regalará en Rosario unas cuantas «noches estrelladas».
Para agendar
Van Gogh Inmersive Art Experience se presenta en el Centro de Expresiones Contemporáneas (CEC, Paseo de las Artes y el río). Las visitas son de martes a viernes, de 10 a 18, y sábados, domingos y feriados, de 10 a 19. Las entradas se venden a través del sistema http://tuentrada.com. Los precios: martes a viernes 2 mil pesos. Jubilados y menores de 10 años, 1.500 pesos. Sábados, domingos y feriados, 3 mil pesos. Jubilados y menores de 10 años, 2.500 pesos.