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«Nada de carne sobre nosotras», el poder de las palabras que dialogan con la muerte

Más allá de la resistencia de algún pequeño sector de la sociedad rafaelina, la valiosa propuesta de Site Specific sobre cuentos de Mariana Enríquez, adaptados por Analía Couceyro a la cabeza de un gran equipo artístico, ofreció funciones en el cementerio local en el marco del Festival de Rafaela

Como en otras ediciones del Festival de Teatro de Rafaela (FTR), los espacios urbanos y los no convencionales se ven redimensionados en la presente edición por una serie de propuestas que buscan un diálogo con esos lugares a los que el teatro no suele llegar. En ese sentido, el concepto de «ciudad escenario» se potencia y se consolida en el contexto de un encuentro que, claramente, tiene como valiosa premisa que las propuestas lleguen a todos los lugares posibles y a todos los públicos que transiten esos mismos lugares, algo que en sí mismo es un gran acierto de este encuentro que transita su 17ª edición.

Entre esas propuestas, aparece en la presente edición del FTR que finaliza este domingo por la noche luego de nueve días, Nada de carne sobre nosotras, un proyecto de Site Specific, es decir que establece otro ámbito por fuera de lo que suponen las generalidades de las escénicas contemporáneas para desarrollarse, que en este caso fue concebido para ser realizado en cementerios, lo que en sí mismo plantea un desafío y al mismo tiempo una tensión y un interés por instalarse en un ámbito de escala urbana y público (los hay también privados, no fue el caso), que en el mismo momento que transcurre la propuesta está abierto a los visitantes, lo que puede alterar su recorrido o postas a las cuales llegar, e incluso sus tiempos y hasta quizás sus desenlaces.

Más allá de las rispideces que la programación de esta propuesta porteña generó en algún sector de la sociedad rafaelina que luego de un editorial publicado en un diario local y de los corrillos en grupos de WhatsApp buscando que se «prohibida» y hasta se hizo presente en las puertas del cementerio, en principio, el material tiene a su favor un encuentro poderoso y vital: el de una serie de cuentos de la periodista y escritora Mariana Enríquez que fueron adaptados por la talentosa actriz y directora Analía Couceyro, quien es parte de este recorrido, con uno de esos relatos a su cargo, junto con Ariel Farace, Susana Pampín, Lisandro Outeda y Rocío Domínguez.

Con cuatro funciones programadas, entendiendo como tal la puesta en marcha de un tránsito performático por el cementerio local (en Buenos Aires se presentó en el Cementerio de la Chacarita, y formó parte del Fiba), Nada de carne sobre nosotras habilitó, como pasa en muchas ciudades del mundo, ése ámbito para desarrollar una propuesta artística (en Rosario también las hay) que, más allá del intento de censura previa, de la presencia y de los rezos en la puerta de los que pretendían la suspensión y que parecían representar las intenciones políticas de algún sector (la derecha siempre atenta y esperando volver), y hasta un pequeño intento con ribetes de boicot ya dentro del cementerio en la función oficial de la programación (la primera de este viernes) que adelantó el final de uno de los relatos, las funciones se pudieron concretar en su totalidad.

A pie, con los actores y actrices como guías, el público acompaña, camina lento, en una especie de procesión que pareciera apelar al concepto del «flâneur», ese caminante que sólo recorre, especta, mira el entorno y se impregna de él, hasta llegar a ciertos lugares donde todo se detiene y los relatos asumen el compromiso de hablar de la muerte; «sobre hechos marcados por el recuerdo de alguien que murió, alguien que desapareció o, al contrario, por alguna aparición. Los cuerpos se transforman en mediums que convocan fantasmas al presente», plantea de manera elocuente el equipo artístico.

Nada de carne sobre nosotras toma su nombre, precisamente, de uno de los cuentos de Enríquez que aparecen adaptados, incluido en la majestuosa y multipremiada colección Las cosas que perdimos en el fuego. Si bien Enríquez es una referencia dentro del género terror y los relatos van por ese camino, la propuesta es, en sí misma, una invitación a reflexionar acerca de la muerte, de cómo cada uno se vincula con ese hecho y de lo que se supone que pasa después; pero sobre todo con el dolor, con el miedo a morir y el miedo a la pérdida, con las consecuencias de ese acto de partida del que poco se sabe, donde la consternación es un signo y una marca indeleble.

Apelando a la tensión que proponen el espacio y su impactante arquitectura, acompañar el recorrido, casi como un responso silencioso y compartido gracias a la presencia de cinco actores enormes que habitan esos relatos en cada una de sus postas desde un lugar de gran compromiso y respeto, la propuesta acerca al espectador a la idea de finitud con la que se suele estar peleado o distante.

Al mismo tiempo, Nada de carne sobre nosotras pone atención en lo incómodo, en lo diferente, en una visión del mundo como la de la autora de los cuentos donde la oscuridad es una materia, un caudal imparable, y donde lo íntimo se vuelve público, llevando a cada espectador o espectadora a preguntarse qué es la muerte, si tiene o no un sentido, porqué se le teme a eso desconocido que, sin embargo, es la única gran certeza de todos los seres humanos.

Pero sobre todo, el material sirve para potenciar un universo donde la literatura se encuentra con un soporte espacial con el que, de inmediato, entabla un valioso diálogo: ése donde la muerte interpela entre la ritualidad y la potencia de un teatro que, como gran paradoja, en algún momento, se despega de todo su entorno por su enorme e incuestionable vitalidad.

Allí, por la suma de una serie de aciertos de este valioso equipo de trabajo, caminando por los recodos de un cementerio, cada uno de los visitantes, inevitablemente y más allá de las resistencias de unos pocos que parecieran responder a un «Dios» que no escucha, que niega y que no ve, por un rato, pudieron evocar en la memoria a sus propios muertos.

 

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