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Evita por Aurora Venturini y el relato de una biografía ficcional sobre la «dama de la esperanza»

Amiga y colaboradora de Eva Perón, la escritora toma la narración como dispositivo experimental para contar esa memoria que las unió en el último libro que publicó antes de morir, "Eva, Alfa y Omega", un texto que desplaza los bordes de la ficción y la verdad para construir un relato casi mitológico
Milena Heinrich, Télam
Amiga y colaboradora de Evita, la escritora Aurora Venturini toma la narración como dispositivo experimental para contar esa memoria que las unió en el último libro que publicó antes de morir, Eva, Alfa y Omega, un texto que desplaza los bordes de la ficción y la verdad para construir un relato casi mitológico sobre la figura de la abanderada de los humildes, la «reina sin corona» como la llama en esta plataforma literaria tan cautivante como audaz en la que retrata fragmentos de su infancia, el amor con el general Perón, su entrega a la causa de sus «grasitas» y el uso que hicieron «los caranchos» del duelo popular y de su muerte.

Aurora Venturini (1921-2015) aceptaba con osadía la identidad de un destino que asumiría para toda la vida. «Yo voy a ser peronista siempre», repetía y así lo declaró con determinación en una entrevista con la agencia de noticias Télam en 2013. Es que como estudiante universitaria y militante, fue testigo de la «década infame» y el ascenso de Perón, una conquista de la que ella misma se sentía parte como miembro de los «antiguos», tal como se trasluce en el libro publicado ahora por Tusquets en el que recuerda su juventud universitaria en La Plata, cuando con sus compañeros hicieron un logo con la sigla DLDL dirigido a Pedro Pablo Ramírez, quien ejercía la presidencia del país: ««Dele, dele, general», pidiéndole que le otorgara la Secretaría de Trabajo y Previsión a Juan Domingo Perón», escribe.

Venturini fue amiga de Evita. Esa amistad se forjó cuando trabajó como asesora en el Instituto de Psicología y Reeducación del Menor. De hecho, el universo de ese espacio donde Aurora fue trabajadora social también ingresó de algún modo a su ficción, como se adivina en Las Primas, su debut al reconocimiento cuando ganó el Premio Novela de Página/12, el galardón que disparó la circulación de la autora a sus 85 años.

Dora Barrancos, en el prólogo del nuevo libro, no desarticula esa identidad peronista con el estado de reserva que mantuvo su obra durante tantos años: «No puede soslayarse la idea de que esa inscripción fue responsable de las operaciones para impedir su más temprana consagración intelectual».

De reciente publicación, cuando este martes se cumplen 70 años de la muerte de Eva Duarte, la «dama de la esperanza, «la presidenta sin sillón», sólo dos de las tantas maneras en que la nombra Venturini a su amiga «hermanita de los cabecitas», el libro de Tusquets lleva el título Eva, Alfa y Omega. Y Pogrom del cabecita negra, porque reúne dos textos distintos que dialogan con el peronismo. El primero es una memoria que juega con la ficción a partir de algunos nodos que la autora decide relatar y posicionar desde su original aparato literario y además es un texto que escribió cuando estaba por morir, mientras que el segundo, Pogrom, tuvo otra circulación porque ganó el Premio Municipal de la Ciudad de la Plata en 1973 y retrata, en palabras de Dora Barrancos, «una historia punzante sobre una familia arrojada al descarte».

«Siempre tuve el pasaporte en regla, pues entendía que ya no era persona grata entre el profesorado de la escuela, ni en la facultad, ni en ninguno de los círculos llamados cultos a los que asistía. Nunca negué ser peronista y los que desde hacía un tiempo me miraban de reojo, aunque no fueron dejados cesantes, dado que el peronismo no cesanteaba a nadie, no me hablaban», escribió Venturini refiriéndose esta vez a los 70.

La escritora se había exiliado antes en París, tras el Golpe de Estado del 55, y en la bohemia francesa trabó amistad con otros nombres de la escena intelectual como Jean-Paul Sartre, Juliette Gréco y Simone de Beauvoir.

Con ese grado de implicancia a veces, como partícipe de lo que cuenta, y otras desde una narradora que bordea su elocuente y monstruosa creatividad imaginaria, los bosquejos de Eva, Alfa y Omega devienen en un relato devoto, casi mitológico pero que también trae datos biográficos distintos sobre Evita. Aurora Venturini se permite en esta memoria o «narrativa autobiográfica», como la denomina Barrancos, ser lo que sabe ser: una escritora. «(…) aunque requiera del apoyo de algo acaecido en la realidad, crea fantasiosamente», advierte ella misma en un epílogo al final del texto sobre su propia maquinaria de escritura, sin traicionar nunca al lector.

Venturini hace de este texto un experimento entre la liturgia que acaricia la figura de Eva, su singular capacidad narrativa y los hechos que decide contar: fragmentos, digresiones, evocaciones de charlas, escenarios, relecturas, correcciones de las historias trascendidas (por ejemplo, expone y elige una de las dos historias que rondan el mito sobre el primer encuentro entre Juan y Eva en el Luna Park o en el acto por el terremoto de San Juan).

En aquella entrevista con Télam había adelantado algo: «Evita no lo conoce en el terremoto de San Juan, lo conoce en el Luna Park. A Perón le encantaba el boxeo, a su lado estaba sentada una muchacha que era la querida de él en aquel entonces. ¿Sabés cómo la llamaban? La Piraña, porque tenía los dientes en punta. La Piraña se levanta para ir al baño y Evita, que estaba entre la gente, corre y se sienta al lado. Y desde ese momento no se separaron más».

Venturini también se permite un monólogo interno de la propia Eva, una especie de sollozo en el que la «dama de la esperanza» le pide a Dios «un recreo» a su dolor, al menos «un año más» pero no para estirar su propia existencia per se, sino para poner en marcha los derechos sociales que faltaban. Esos pasajes muestran el modo en que Venturini ejercita la ficción y escribe situada desde otro tiempo, con un registro poético, de palabras de antaño, y a veces incorrecta para la actualidad del vocabulario.

Pero Aurora no traiciona a su amiga, la eleva como manto santificador que genera la imagen de una «niña muerta» y sólo a veces le desenrolla algunos atisbos de sombras para recordar que es humana, aunque su condición de mártir trasluce la potencia de lo que la autora define como la obsesión de su causa por el «pobrerío, los viejos y los niños».

«La generosidad de Evita era ilimitada; la paciencia no tanto; las broncas, espantosas», dictamina como ejemplo de esa doble fuerza, en las impresiones que parecen venir del recuerdo del vínculo laboral y personal que tuvo con ella. También dirá que nunca sintió tanta humillación como la que le impartió alguna vez su amiga.

Cuando Venturini publicó Los Rieles, uno de los libros que Tusquets reeditará en octubre próximo para completar el plan editorial en torno a la obra la escritora platense, le dijo a Télam que tenía una «primicia» y anunció la aparición de Eva, Alfa y Omega, cuya primera publicación fue en 2014 y ahora se reedita con otro sello, justo en el mes en el que se cumple el aniversario redondo de la muerte de la dirigenta política. ¿Por qué Alfa y Omega? se le preguntó. «Porque con ella empieza todo y con ella termina todo», respondió sobre esas dos letras del alfabeto griego que da cuenta del inicio y del fin.

La infancia de Evita tiene un lugar central en este texto, lo abre, quizá porque Venturini encuentra en ese pedazo de trayectoria biográfica las explicaciones o la semilla de lo que podrá venir después en la historia de una persona que solía contar que ella misma de niña vivió el dolor y de pequeña ya había aprendido a vivir en soledad. De a trazos, reconstruye escenas en Los Toldos, entre «tolderíos mapuches» mientras evoca charlas con Juana, la mamá de Eva y con Blanca, su hermana. Con ese manejo de la inocencia que combina con maestría con lo macabro, la autora indaga en ese tiempo en el cual Evita soñaba su destino de artista con micrófono en mano sobre las tablas de un «pueblo tristón».

Para Venturini ya se notaban las vísceras creciendo de la política de sensibilidad social entregada a sus descamisados que llegaría pocos años después. De hecho, la entrega es otro núcleo que la escritora refuerza quizá para encontrar explicaciones de su temprana muerte a los 33 años. «El duartismo saldría a luz del baldío de juegos y en las tolderías. De tal suerte, Eva existiría treinta y tres años de fuego y desespero. Vela sutil se consumiría en sueños convertidos en realidad tangible. Aunque la consumieran, nunca fueron inútiles», escribe la autora. Más adelante dirá que ni su marido, Juan Domingo Perón, la verá «en toda la jornada», en cambio «los nenes indios mapuches ensoñados y ahora todos los grasitas descamisados, pálidos de mal de pobreza, ellos pueden verla de día, de noche y entre sueños».

Eva infante, Eva enamorada, Eva sagrada y Eva profanada son algunos de los caminos por los que se detiene Venturini en este libro que a veces juega de incorrecto con la historia del peronismo, porque la autora también trasluce su enojo. Quizás por eso, en este texto, la fatalidad de Evita aparece como un trasfondo que está ahí esperando, como en esta pasaje que escribe cuando la conoce: «Tuve la sensación visual, acaso fuera alucinación, de un gran aro de oro puro en torno a esa criatura extraordinaria que deslumbraba. Y no devendría ni del atuendo ni del joyel, sino de una sumisión muy suya a una increíble magnitud. Sentía alegría y pena, pues toda luz habrá de apagarse, todo verdor desaparecerá…».

Experimento narrativo que bordea la verdad y la ficción, Eva, Alfa y Omega es, una vez más, una demostración de la original maquinaria narrativa de Venturini, nada obtusa, nada complaciente con las tendencias literarias y capaz de seguir expandiendo la literatura y la historia y hacer poesía, como el poema que le dedica a su amiga, al final, donde la saca de las estampas conocidas y la define: «Ella es pétalo de flores, es cisne y es venado».

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