Javier Torres es un pequeño productor apícola. Vive en Victoria, Entre Ríos, y tiene en la zona de islas unas cuantas colmenas que trabaja con su mujer y uno de sus hijos. La miel que obtiene la vende, en un 80 por ciento, en Rosario. Ahora, discute con su pareja si seguir o no con las abejas. No es la primera vez, sino otra más, que el fuego arrasa con lo que le permite sustentar, hasta hace un tiempo sin ahogos, a los suyos. Antes fueron las inundaciones. Superó esas pérdidas y ahora de nuevo lo acechan, como a sus colegas, las llamas. No quiere hablar sobre las causas y los responsables de las quemas, que dejan apenas un manto de cenizas sobre miles de hectáreas del humedal. «Cualquiera tiene miedo, hay muchos intereses políticos y económicos. La isla es un patrimonio muy rico», se excusa aunque no hace falta, porque esas determinaciones le corresponden al Estado, gran ausente hasta que las cenizas molestan a porteños y bonaerenses.
Torres explica que no tiene campo propio. Levanta las colmenas, y las cuida con su familia, en terrenos insulares. Y carga, con la sequía persistente, con una «mala racha de casi tres años». Es «doloroso, porque vivimos de la abeja, mi familia depende de la miel, una miel que está entre las mejores del mundo», expresa en entrevistas radiales.
El nombre del apicultor, uno entre muchos, todos con pequeños emprendimientos en el Delta del Paraná, surgió gracias a una publicación de Pablo Cantador, incansable recorredor de las islas y, además, responsable de un extenso registro fotográfico de sus paisajes, flora y fauna, que vuelca en redes sociales.
Al contrario de otras explotaciones, la obtención de la miel se adapta al humedal, y lo favorece con la acción polinizadora de las abejas. El encuentro de Pablo –Pablo LosAliadoS, en Facebook–, quedó plasmado en un posteo que se reproduce a continuación:
Javier Torres mira cómo el imparable fuego avanza en dirección al monte en el que están sus colmenas.
Mientras fotografiaba el avance del fuego, lo veo llegar junto a su hijo Lautaro. Tenían sus trajes puestos aún. Tendrían que ser blancos, pero estaban grises de cenizas.
Ni bien se sacaron la protección que les cubría la cabeza, comenzamos a conversar como si nos conociéramos de siempre.
Javier murmura. Otra vez se me queman las colmenas, me dijo con resignación, pero algunas pudimos salvar.
Su hijo me cuenta que apenas llegaron comenzaron a sacarlas sin los trajes. Y, como anécdota, que las abejas no los atacaron, como si supieran que intentaban salvarlas.
Años de esfuerzo y trabajo perdidos, algunos prenden fuego para salvar sus colmenas y perjudican a otros, dice mientras mira el horizonte que parece un infierno.
El único pasto que no se quemó es donde estaba parado, entre las cenizas del piso sólo quedó la silueta de mis botines.
Si no fuera por el avión que nos vio y nos tiró agua no sé qué pasaba, nos salvó la vida.
Sus manos lastimadas y ojos irritados por humo y fuego lo decían todo.
Una historia más… del interior de las islas.
16-08-22 (Zanjón Ancho).
¿Perejiles?
Cuando la presión social por la destrucción del humedal escaló, sin prevención acorde al desastre, sin control, sin información sobre los orígenes del fuego –lo que habilita cualquire hipótesis a falta de una oficial–, sin que la Justicia determine responsabilidades, la policía de Entre Ríos detuvo a otros tres apicultores oriundos de Villa Constitución bajo acusación de ser iniciadores de un foco ígneo en las islas. Sus familiares negaron tal asignación pirómana, por la cual los tres (entre ellos padre e hijo), continuaban este viernes bajo prisión preventiva por orden del Juzgado Federal de Victoria. No encendían, protegían con un cortafuego sus colmenas cuando las llamas estaban a punto de alcanzarlas.
«De los apicultores que conozco, ninguno hizo primeros fuegos», reforzó Torres en otra entrevista. Otra cosa es lo que hacen para proteger las abejas y sus ingresos económicos. «Carpimos, con la pala ancha o la azada», explica. Eso es levantar la vegetación –combustible– en una franja de «cinco o seis metros» para cortar el alimento de las llamas antes de que tomen las colmenas. Es lo que hizo él mismo, cuando Cantador lo encontró. El piloto de un avión hidrante observó desde el aire el esfuerzo y colaboró con una oportuna descarga de agua. Eso le dio tiempo a Torres para salvar, esta vez, su producción. Y lo agradeció.
Lo que se pierde es mucho: las abejas, cuenta el victoriense, no huyen y por instinto se quedan intentando proteger sus colmenas, con final letal.
Como el que afrontan otros muchos animales en las islas.
“Es cansador un incendio tras otro. No somos los dueños de las tierras, nuestra más grande oportunidad está en las islas, donde se conserva la naturaleza con una floración especial. Decaímos mucho económicamente, sólo tenemos reservas para subsistir», lamentó Torres ante el periodista Juan Chiummiento.