Esteban Guida
Fundación Pueblos del Sur (*)
Especial para El Ciudadano
Ante la crisis de organización que manifiesta la economía argentina, diversas opiniones se manifiestan respecto al diagnóstico y las medidas que hay que tomar.
El gobierno a cargo del presidente Alberto Fernández ha mantenido el énfasis en las medidas de estabilización, procurando aliviar las consecuencias socioeconómicas que dejó la crisis del gobierno anterior, con un particular incentivo a los sectores con mayor capacidad de exportación. La definición política del rumbo económico que adoptó su gestión fue explicitada por el propio presidente en su mensaje al Congreso de la Nación el 1º de marzo de 2020 (antes de que se declare la pandemia de covid-19). Allí quedó claro que para este gobierno la Argentina no necesita reformas sustanciales en la estructura económica (de hecho, más adelante celebraría que el acuerdo con el FMI de marzo de 2022 no incluía cambios en este sentido).
En la misma línea interpretativa se ubica el sector político que gobernó bajo la gestión de Mauricio Macri. Los cuestionamientos están enfocados en el problema del gasto público y el financiamiento del déficit fiscal; pero llamativamente la crítica no está en las medidas (ya que muchas de ellas fueron implementadas durante su gestión), sino en las personas que las implementan; típica crítica neoliberal ante las fallas evidentes de un modelo neoliberal. Por cierto, tampoco cuentan con una propuesta alternativa al modelo económico vigente; sobre todo, luego de la firma del acuerdo con el FMI celebrado por el gobierno de Fernández, con el cual oficialismo y oposición quedaron ubicados en la misma orientación macroeconómica.
En general podría decirse que, cuando la crítica se enfoca en las medidas redistributivas, en la conducta del gasto público o en los efectos (lógicos y esperados) de las medidas tomadas para cumplir con las exigencias del acuerdo con el FMI, no hay cuestionamiento al ordenamiento actual de la economía. Allí también se ubican los sectores empresarios más poderosos, algunos profesionales y periodistas que exigen que el Estado deje de intervenir en la economía para que la total libertad de acción de los individuos ordene per se el desorden existente. La estructura está bien, pero hay que dejarla funcionar libremente.
Es cierto también que algunos plantean la necesidad de llevar a cabo reformas estructurales. Sin ir más lejos, Alejandro Werner, ex director del Departamento Occidental del Fondo Monetario Internacional, figura clave en el acuerdo que el organismo firmó con Argentina en 2018 bajo el mandato presidencial de Macri, dijo que “Argentina necesita mucho más que un plan de estabilización (…) que va a necesitar de un plan de reestructuración de la economía que va a requerir de un acuerdo político”.
Llamativamente, en esta diversidad de opiniones se omite la definición precisa y clara de los objetivos políticos del orden económico pretendido. ¿Es que se da por cierto que todos quieren lo mismo para el país? ¿Es que todos quieren organizar la economía argentina en términos de los mismos objetivos? La respuesta, claramente, es no. Pero son pocos los que se atreven a declarar el fin último que motiva sus opiniones y propuestas en materia económica. Por eso, ante la falta de un organización y representación política real de los deseos y aspiraciones de las mayorías populares, más vale suponer que todos queremos lo mismo y que cada uno se acomode lo mejor posible a la cruda e invariable realidad.
No es cuestión de cambiar por cambiar. Los cambios estructurales se definen en términos de los objetivos políticos que se propone para la organización económica del país. De otra forma, ¿para qué cambiar? Juan Perón lo explicaba con meridiana claridad: “Cuando las decisiones económicas siguen un patrón inadecuado, la distribución del ingreso queda subordinada al mismo, más allá de los buenos deseos de cualquier gobierno”.
No sería sensato pensar que Alejandro Wagner, al afirmar la necesidad de un cambio estructural, lo hace adscribiendo al concepto de justicia social, sobre el que ponemos reiterado énfasis en esta columna dominical. Se sabe que los organismos internacionales de crédito fueron creados para garantizar el nuevo orden económico luego de la Segunda Guerra Mundial, lo cual implica para países como el nuestro un rol determinado en la División Internacional del Trabajo. Es justamente la vigencia de esta situación la que nos encierra en la trampa del subdesarrollo, esquema económico que se ha mostrado incapaz de garantizar un nivel de vida básico a la población y sostener un sendero de crecimiento armónico para sus integrantes.
En efecto, hace muchos años que la Argentina viene siguiendo un patrón inadecuado. Los sucesivos gobiernos han intentado con más o menos esfuerzo y éxito alternar la distribución del ingreso, pero sin afectar sustancialmente la cuestión estructural.
Para ser precisos, el patrón adecuado debe partir de una mirada enfocada en el bien común, para organizar la economía con el fin de responder a los requerimientos de la persona humana integrada en comunidad, y no a las apetencias individuales o sectoriales; podríamos comenzar incluso (para simplificar) con la prioridad de lograr que todas las personas tengan lo mínimo e indispensable de una vida digna, en términos de nuestros propios valores (no según lo que dictaminan personas ajenas al sentir popular); esto es, mediante la creación de trabajo privado, digno y genuino que puede lograr un sistema económico virtuoso de creación de riqueza y valor.
Si el todo es mucho más que la suma de las partes (como creemos), podemos orientar la política económica en dirección a lograr un nivel mínimo de satisfacción de las necesidades materiales y espirituales del conjunto de los argentinos, habida cuenta de que nos ubicamos en un territorio y con una cultura que nos permite sobradamente alcanzar estos objetivos.
La tarea económica comienza entonces con la identificación y priorización de la demanda de bienes y servicios que responda a nuestra realidad común (no sólo al interés de los sectores concentrados de poder). La oferta, en consecuencia, deberá responder cuanto menos a esa demanda (no al deseo de maximizar los beneficios individuales). Nada es fácil y simple, por eso se necesita la coordinación de todas las fuerzas productivas para superar los desafíos que impone la realidad local e internacional actual.
Semejante desafío político no podría jamás quedar reservado al intelecto de una persona, un gabinete económico, o un sector en particular. Esta concepción de la economía “no puede aplicarse como un conjunto de medidas técnicas si no está integrada en una visión del Hombre y el mundo de carácter radicalmente nacional”, afirmaba Perón, y éste es, sin dudas, el gran desafío que tenemos por delante, y del que, inexorablemente, debemos participar todos sin mezquindades ni intereses particulares.
¿Quién puede pensar que quienes usufructúan el statu quo actual van a permitir una nueva organización de la economía argentina en base a estos criterios y valores? Desde esta perspectiva, y habida cuenta del problema que eso implica, lo económico se integra y parte de un nuevo enfoque del problema político actual. ¿Qué Nación queremos ser? ¿Qué país le queremos dejar a nuestros hijos? ¿Cuáles son los valores sobre los que se fundará nuestra comunidad? ¿Cuáles serán las condiciones de vida digna que procuraremos para el conjunto de los habitantes de nuestro territorio?
Si logramos establecer parámetros claros en este sentido, podremos participar con mayor criterio de la definición del rumbo económico y las medidas necesarias para encauzarlo. Tamaña tarea requiere la participación de todas las personas, organizadas en torno a sus objetivos particulares, en aporte al conjunto con miras a ser un pueblo feliz en una Patria grande.
No hay que ser economista para participar de esto; todos somos imprescindibles en esta misión. Cada uno en su función deberá realizar una tarea solidaria para aprovechar el máximo la capacidad creativa el país. Todos tienen que organizarse para que su participación trascienda largamente la discusión sobre su interés particular, ya que el país necesita que cada grupo social defina cuál es la comunidad a la que aspira y proponga acciones concretas para lograrlo.
El año que tenemos por delante es una nueva oportunidad para poner en discusión lo que queremos lograr como país; si queremos ser una verdadera Nación, o simplemente una colonia bien administrada. Sólo con una toma de conciencia verdaderamente nacional, podremos exigir a nuestros gobernantes las decisiones políticas que respondan al deseo y las aspiraciones de nuestro ser nacional.
(*) fundacion@pueblosdelsur.org