Elige el español para hablarle a los que ama profundamente y la voz se entrecorta, la emoción gana, lo quiebra, pero como tremendo competidor que es, Emanuel Ginóbili vence la pulseada contra las lágrimas, apoya sus codos contra el atril, retoma fuerzas y, como puede, envía el mensaje más fuerte de la noche: “Papá, cómo me hubiese gustado que estuvieras acá y puedas entender lo que está pasando hoy. Mi primer fiel y más grande seguidor, te extraño, te extraño mucho viejito”.
La mención a Yuyo, quien no pudo viajar por razones de salud llega después de agradecerles a sus hermanos y antes de mostrarle su amor a mamá Raquel, su esposa Manny y a Dante, Luca y Nicola, a quienes les regaló un inigualable: “Si pudiera elegir un momento para parar el tiempo y disfrutar para siempre, es ahora con ustedes”.
Manu Ginóbili es el hombre de la noche. Nada es casualidad en la NBA, ni siquiera el orden de los discursos, y la enésima muestra del respeto que se ganó el bahiense fue ser la palabra de fondo de la ceremonia, una que lo movilizó como nunca y en la cual repasó y agradeció (en este caso en inglés) a buena parte de los que lo acompañaron durante su carrera, desde el chiquito de Bahiense del Norte hasta la leyenda de los Spurs que se quedó sin camiseta para colgarla en lo alto del estadio, y pasando por la etapa italiana, esa en la que pasó de promesa a realidad y de joven a hombre.
Con los invitados de acá (compañeros y DT de selección, familiares, amigos) y los de allá (San Antonio a pleno) subió al escenario junto a Tim Duncan, quien una vez más jugó bien callado con cara de poker, pero que también como siempre dijo mucho sin hablar. Manu resaltó la locura de lo vivido en San Antonio con la que fue un equipo-familia que logró todo, pero a su vez al mismo tiempo lo disfrutado con la selección, a la que definió como “hermandad”.
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Ya el saco naranja del viernes había quedado en el hotel y el nuevo anillo llenó la zurda, pero en su vestimenta hubo algo especial, unas zapatillas Nike en las que predomina el celeste, blanco y dorado argentino con el 04 del año olímpico, más parte delantera negra y gris con los títulos de los Spurs.
La galería de estrellas fue enorme, entre los que entraban al Salón de la Fama en la generación 2022 y los que fueron a acompañar, pero desde la mismísima alfombra roja quedó claro que el hombre de la noche era el argentino.
Hay situaciones que son tan abrumadoras que hay que naturalizarlas para buscarle la lógica y sacarlas del rincón de las utopías. Y con Ginóbili ya pasó una, dos, tres, cuatro, mil veces.
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Tal vez el más imponente exponente de un país que suele encontrar sus héroes en el deporte recibió el último y más grande homenaje que el mundo del básquet (NBA o FIBA) le podía rendir. Y sólo se puede aplaudir y agradecer.