Por Federico Trofelli y Lucas Centurión / Diario Tiempo Argentino
Villa Ballester está casi irreconocible. Edificaciones en altura remplazaron a los antiguos caserones de las familias migrantes europeas y de los porteños que a fines del siglo XIX y principios del XX habían huido del ruido de la Capital. Sin embargo, aún conserva reliquias como los adoquines sobre la calle Lacroze, declarada Patrimonio Histórico Cultural del partido de San Martín, que se mantiene como antaño. En los alrededores de ese empedrado se montó un polo gastronómico por el que transitan a diario decenas de trabajadores en bicicleta y en moto que formaron una cooperativa en pandemia para concretar la inédita iniciativa de hacerle frente a las aplicaciones de reparto de comidas y proponer otro modelo que cuenta con el apoyo de comercios y vecinos.
Trabajadores Repartidores Unidos (TRU). Las y los integrantes lucen con orgullo sus mochilas, gorras y camperas con las iniciales de la cooperativa que construyeron hace poco más de dos años. Pablo Gómez tiene 51 años y si bien tuvo diferentes trabajos, el oficio de repartidor lo acompaña desde siempre. “Arranqué cuando era chiquito, en los ’90 ya era motoquero. Iba a la pizzería, hacía videoclubs repartiendo las películas. Había un boom de deliveries en ese momento. Obviamente gratis… El trabajo era tan precarizado que con la propina, el plato de comida y unos mangos se sustentaba. Sin obra social, sin aguinaldo”, describe el presidente de la cooperativa, quien admite que “desde los ’90 a hoy, la precarización se profundizó”.
“Ahora se cree que el repartidor está bajo todas las normas laborales vigentes. Está bien visto que sea monotributista o que trabaje para una aplicación. Yo trabajé para una y hace dos años que estoy queriendo que me reciban una Carta Documento porque no se sabe ni dónde están”, insiste Pablo, quien hasta los primeros meses de la pandemia anduvo desde una punta a la otra de San Martín con Pedidos Ya.
En ese entonces, este hombre curtido por la velocidad y las adversidades del clima en la cotidianeidad de las calles de la ciudad, advirtió que mientras a los trabajadores de otras regiones como CABA, zona norte, oeste, sur o Gran La Plata, eran incentivados por la aplicación con un bono por lluvia o por trabajar en fechas especiales como los Día del Padre o de la Madre, “para la zona noroeste, que somos nosotros, nunca nos daban nada. Nos discriminaban. No teníamos ese derecho”. Y comenzó a hablar de estas problemáticas con otros compañeros.
Así empezaron a discutir si debían sindicalizarse, armar una empresa u otro tipo de emprendimiento. Por esos días de cuarentena, los repartidores de diferentes puntos del AMBA se reunían en el Obelisco y tras asistir a algunos encuentros resolvieron que lo mejor era hacer un camino propio. Sin considerar aún formar una cooperativa, Pablo arrancó solo, por su cuenta, por fuera de las aplicaciones. Cuando acordó con cuatro o cinco locales sumó a su hijo, que lo ayudaba en bicicleta. Cuando los negocios ya fueron seis o siete, se incorporó otro compañero. Había un escenario posible para poder crecer.
Hace un año se conformaron como cooperativa y hoy son 17 compañeros que se turnan para trabajar los siete días de la semana, de 8 a 24, y cuentan con 50 locales adheridos de Villa Ballester. En la actualidad no pueden sumar más negocios por falta de repartidores ya que «el objetivo siempre fue mantener la mejor calidad del servicio»: que el pedido llegue en las mejores condiciones, directo del local gastronómico al domicilio de la persona.
Pablo se cansó de pedir una mano en organismos oficiales y partidos políticos. “Solo nos apoyaron organizaciones sociales como el Movimiento Evita. Hoy somos parte de la Unión de Trabajadores y Trabajadoras de la Economía Popular (UTEP)”, destaca el presidente de TRU. Más allá de que la esencia es la calle, junto a otras seis cooperativas comparten un espacio en el edificio de La Disco de Oro, una fábrica de empanadas emblemática de San Andrés que fue recuperada por sus trabajadores y trabajadoras.
“En cuanto a la cantidad de pedidos estamos un poco por debajo de Pedidos Ya, que tienen grandes clientes como McDonald’s y Burger King, pero por encima del volumen de Rappi. Tenemos un grupo de WhatsApp para cada cliente, que conoce a los repartidares. Hay una relación más humana, personal”, añade.
Nicolás Ayala, de 20 años, llegó a TRU a través de un posteo de Facebook cuando tenía 18. “En ese momento tenía una bicicleta y parábamos con Pablo y los chicos en la rotonda de Ballester. No teníamos ni local. La zona era muy amplia y a los tres meses me pude comprar la moto”, cuenta. Alejo Gómez, también de 20, era repartidor de Pedidos Ya y entró a TRU invitado por el hijo de Pablo, de quien es amigo: “me planteó la idea y probé. Me gustaba porque veía que él sacaba pedidos, no se quedaba quieto en la casa esperando 25 mil horas».
“Me quedé porque vi que era otra cosa. En la App se me rompía la moto y me decían ‘arreglala y volvé cuando puedas’. Acá mando un mensaje en el grupo y al toque tenés un compañero que te ayuda si necesitás emparchar la rueda, una herramienta o plata –continúa–. Hay otro compañerismo. Eso es lo bueno de la cooperativa, porque siempre están pase lo que pase. En Pedidos Ya si te pasaba algo, te dicen ‘sos monotributista, sos tu dueño, manejate’”.
Karen Peralta, de 21, llegó a TRU por recomendación de Alejo. “Estaba laburando en Rappi, donde tuve muchos problemas. Me robaron la bici y estuve parada como un mes sin poder laburar”, grafica.
“Un día cayó Alejo y me comentó que estaban tomando repartidores. No tenía ni bici y me dijo que fuera igual. Fui así nomás, ahí lo conocí a Pablo y a otro compañero que me hizo la entrevista. Me dijeron ‘si querés arracás ahora, ahí afuera hay una bici’. Me prestaron la mochila y arranqué. Es mucho mejor que la aplicación”, concluye Karen.
Para Pablo, la fórmula es simple: “el repartidor que viene a trabajar en la cooperativa tiene que llevarse bien con el comerciante y con sus compañeros, tratar bien al vecino y ser responsable, porque si falla, le falla al compañero”. >>
«Si en una app pasa algo que no te gusta, no tenemos dónde quejarnos»
Diego Faggioli es el presidente de la Federación Bonaerense de Gastronómicos y uno de los referentes del prominente polo gastronómico de Villa Ballester. Desde su negocio (Berlina) le explica a Tiempo las ventajas de poder contar con la cooperativa TRU: “trabajar con ellos significa que el pedido va a llegar bien, en condiciones. Tenemos un ida y vuelta permanente. Si hay una demora, si se rompió una moto, sale otro repartidor a buscarlo. Todo esto lo sabemos al instante y el cliente también”.
“El pedido es entregado por alguien de confianza –añade–. Se está manipulando un alimento y es una responsabilidad muy grande. Ellos son siempre los mismos. Se genera todo un círculo. Creo que eso es lo más importante”. Faggioli destaca que el resto de los negocios del barrio ven con buenos ojos la iniciativa y están a la espera de que sumen más repartidores para adherirse al sistema.
“Si en una app pasa algo que no te gusta, ni el cliente ni yo como dueño tenemos dónde quejarnos. A veces el pedido nunca llega o llega incompleto o directamente en malas condiciones, y no podés pedirle perdón al cliente por algo que no fue tu culpa, porque no tenés acceso. Eso con TRU es imposible que pase”, continúa. Para el referente gastronómico, la organización de estos trabajadores redunda en futuros beneficios: “el día de mañana van a poder pedir créditos para cambiar la moto o la bicicleta y seguir mejorando sus condiciones de trabajo”.
En pandemia los pedidos de delivery crecieron exponencialmente, pero con ellos la precariedad laboral y el desamparo ante el anonimato de las apps. Faggioli confía, al igual que TRU, que pronto estas unidades productivas se repliquen en otros puntos del Conurbano y del país.
«SOLO POR UNIR PARTES Y SIN PRODUCIR, LAS APPS SE LLEVAN ENTRE UN 20% Y UN 30% DE CADA PEDIDO»
No solo los trabajadores reclaman a las apps, los negocios también comenzaron a alzar su voz. “Los viernes a la noche, por ejemplo, nos empezamos a dar cuenta que Pedidos Ya nos apagaba. Decían que tanto mi bar como otros estábamos cerrados. Claro, concentraban todos sus repartidores en McDonald’s y Burger King, porque tienen convenios con ellos. Direccionaban los pedidos sin avisarte”, reclama Diego Faggioli, de Berlina. Solo por unir partes y sin producir, las apps “se llevan entre un 20% y un 30% de cada pedido. Es muchísimo. Más que mi rentabilidad, y ni hablar cuando te imponen los descuentos para promocionar su marca. Mi mujer, que es contadora, para hacer un seguimiento de los pagos de las aplicaciones tuvo que hacer un programa especial, porque lo hacen a los 15 días, trabajando tu plata y con el monto que quieren”, añade el empresario.
COOPCYCLE
Los integrantes de TRU están evaluando utilizar la aplicación Coopcycle, que es de código abierto. Surgió en Europa tras multitudinarias movilizaciones de repartidores que se quejaban de las desiguales condiciones laborales que las tradicionales aplicaciones les imponían. Coopcycle fue creada por la federación de cooperativas de entrega en bicicleta. Varios desarrolladores resultaron clave para que los trabajadores de reparto y negocios gastronómicos puedan encontrarse. “Es francesa y ya trabaja en Europa. Llegó a México este año y la idea es bajar Coopcycle a toda Latinoamérica. La app está liberada, con ciertos requisitos”, explica Pablo.