Claudia Lorenzón
El atentado contra la obra Los Girasoles, de Van Gogh, en Londres, por parte de activistas ecológicas vuelve a abrir el debate sobre el uso de las obras de arte para advertir sobre distintas problemáticas, como el sistema de explotación de los recursos energéticos, con una modalidad que, desde el observador, genera alarma, lleva al repudio, y abre la reflexión acerca de la efectividad de estas acciones y de la utilización de una obra de arte como instrumento de protesta.
La acción del grupo Just Stop Oil, que tuvo lugar la semana pasada sobre la pintura –protegida por un vidrio– creada en 1888 por el pintor impresionista holandés y valorada en 84,2 millones de dólares, se viralizó a nivel mundial en un hecho de este grupo que se suma a otros realizados en julio de este año, en la Galería Nacional de Londres.
La sopa de tomate chorreando sobre los emblemáticos girasoles, en la National Gallery, y difundida a través de las redes, generó alarma, que era precisamente lo que buscaban las activistas, hasta que se informó que la pintura estaba protegida por un vidrio. Pero, qué efectos tuvo en el marco de otras acciones que el grupo viene realizando para advertir sobre los daños a la ecología.
¿Fue efectiva? ¿Logró llevar el mensaje que el grupo se propuso? ¿Cuándo una obra de arte se resignifica y transforma al ser intervenida?
El director del Museo Nacional de Bellas Artes, Andrés Duprat, el investigador y docente de la Universidad de las Artes (UNA), Juan Albin, y la artista plástica Guillermina Grinbaum opinan al respecto.
La acción falló como herramienta política
Vincent van Gogh “pintó siete versiones de sus girasoles, cinco de las cuales están en museos de acceso público: la National Gallery de Londres; el Museo de Arte de Filadelfia; la Nueva Pinacoteca de Múnich; el Museo de Arte Sompo en Tokio y el Museo Van Gogh de Ámsterdam. De las dos restantes, una pertenece a una colección privada estadounidense y otra fue destruida por el fuego en 1945, durante la Segunda Guerra Mundial”, precisa Duprat.
En cuanto a la acción realizada por el grupo ecologista, Duprat considera que “fue eficaz en su concepción práctica, pero fallida en su concepción simbólica” al señalar como aciertos prácticos “la elección del lugar: la National Gallery de Londres, uno de los museos más famosos y visitados del mundo, que recibe más de 6 millones de visitantes por año. Los activistas eligieron una obra icónica, popular y valiosísima como Los girasoles, realizada por uno de los artistas más célebres y conocidos por el gran público a lo largo de la historia del arte. Con esas dos elecciones, se garantizaron prensa mundial”.
La acción “de abrir las dos latas de sopa y arrojar su contenido a la pintura en simultáneo fue rápida y repentina, lo que permitió llevar a cabo el plan sin que los guardias tuviesen tiempo de reaccionar e impedirlo”, evalúa el especialista y agrega: “Los activistas sabían que la obra estaba protegida por un vidrio, por lo que el elemento arrojado no iba a tomar contacto directo con la pintura, y también sabían que la mayoría de la gente ignoraba ese dato, por lo que el shock y el impacto mediático estarían asegurados. Hasta que los expertos del museo no aclararon que existía un vidrio protector, la mayoría creyó que efectivamente habían arruinado una obra maestra para siempre”.
Luego de esa vandalización, “los activistas adhirieron sus manos a la pared con un pegamento instantáneo, para evitar ser expulsados de la sala y contar con el tiempo necesario para manifestar sus consignas y completar su protesta, lo que hicieron en menos de un minuto. La acción contemplaba la reacción de los visitantes y ocasionales testigos, quienes formaron parte del plan sin saberlo, al cumplir con la documentación y la viralización necesaria del episodio. El resto de los daños fueron menores: se mancharon el marco de la obra, la pared de la sala y el piso”.
Pese a todo ese despliegue, “la falla o debilidad del atentado fue conceptual, ya que lo que pretendían denunciar se vio eclipsado por la impactante lectura simbólica de la acción. Y claramente nadie podría articular el simulacro de dañar una obra de arte con una protesta en defensa del medioambiente o con una crítica al orden mundial. El medio contradijo y destruyó el mensaje, pues se pretendió poner en discusión el orden mundial con aquello que lo sustenta, es decir, los medios de comunicación. Como herramienta política la acción falló rotundamente, y la prueba es que hoy el público está hablando de la vandalización de la obra de Van Gogh y no de las consignas propuestas por los activistas”, afirma categórico el experto.
El escándalo es cuando se daña una reproducción de la naturaleza y no cuando se devasta el planeta
En coincidencia con Duprat, el docente del departamento de Artes Visuales e investigador de la UNA, Juan Albin, considera que esta vandalización “no es un caso interesante en cuanto a los procedimientos y las prácticas que sin duda pueden ser más complejos, elaborados y sutiles que las que nos tiene acostumbrado en el arte contemporáneo, el artivismo, esa palabra que nombra un cruce particular entre activismo político y activismo artístico”.
Para el investigador, la objeción acerca de la efectividad de la acción tiene que ver con que la intervención no constituyó “una nueva obra o una práctica artística que resignifique” la emblemática obra de Van Gogh y en este sentido recuerda “una obra del francés Marcel Duchamp en la que intervino una reproducción de La Gioconda de Leonardo Da Vinci, dando lugar a otra obra”, por lo que el camino elegido por los ecologistas “no era el único camino posible” para dar cuenta de una denuncia. En esa obra que menciona Albin, y que tiene como centro una de las tantas reproducciones de La Gioconda, Duchamp agregó bigotes y barba a la Mona Lisa, escandalizando a la sociedad del 1900. Esa obra, bajo el título de “L.H.O.O.Q”, que en francés se lee como “elle a chaud au cul”, y en español puede traducirse como “está caliente”, se subastó en 2017 por 750 mil dólares. Lo que para Albin sí resulta interesante es “la pregunta que provocaron en la sociedad: por qué nos escandalizamos y consternamos hasta el punto de hacer intervenir a la policía y al poder judicial cuando se daña a una representación de la naturaleza, de los girasoles en este caso, y no así cuando todos los días asistimos a la explotación y a la devastación de nuestro planeta”.
Acciones más de efecto o de impacto que de vandalismo
La artista plástica Guillermina Grinbaum se manifiesta de acuerdo con que haya acciones que “reclamen sobre temáticas de importancia para la sociedad y el planeta” y, al igual que Albin, se pregunta “si los actos que pretenden dañar una obra de arte constituyen un hecho artístico”. A favor del grupo ecologista que llevó adelante la acción, Gribaum recordó que “son acciones más de efecto, de impacto, que de vandalismo y de daño efectivo de la obra. Podrían haber arrojado pintura, ácido, romper la tela, pero eligieron sopa de tomate”.
La artista considera que estos actos se convierten en polémicos porque “por una parte logran el objetivo de llamar la atención, pero se cuestiona el accionar como «vandálico» y en este sentido afecta la adhesión a la causa que motorizó la protesta”.
Si bien destaca la veneración de las obras de arte que llevaron a extremar siempre las medidas para su conservación, cuestiona que “no tenemos conciencia del cuidado que requiere algo tan valioso como es la protección del medio ambiente: no me parece mal que la potencia del arte pueda ser utilizado como una herramienta de protesta”. Con más interrogantes que certezas, la artista, creadora de una obra que denuncia la trata de personas, se pregunta: “¿Podemos asegurar que estos simulacros no dañen efectivamente la obra en cuestión? ¿No se abre aquí una ventana para que se multipliquen los ataques por parte de quienes pongan en riesgo a la obra? Por otra parte, si se abusa del recurso, ¿se logrará el efecto buscado?”.
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