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¿Lionel Andrés Messi? De Newell’s, como Scocco, el Burrito Ortega, Ramón Díaz y el Muñeco Gallardo

En la guerra de los archisupermegahéroes los fanáticos tratan de llevar agua para su molino con argumentos insólitos, en los que el mito siempre va por delante de la noticia, el primer borrador de la historia

Cara de Messiii!!! El animador que solía cortarle las manzanas a Sofovich hacía una morisqueta y la burla terminaba de configurarse. Corría la mitad de los primeros dos mil y el genio de la Pulga ya brillaba en España y también en la Selección. Pero no había caso. Fue así durante al menos tres lustros.

Cara de Messiii!!! Lo repetía yo cada vez que Leo pifiaba la definición –cada vez que el equipo no estaba a la altura de la leyenda que lo conducía– y pronto surgía la comparación con un incomparable: Diego, personaje icónico, por origen, por rebelde, por auténtico, por contradictorio, por políticamente incorrecto, por excesivo, por… ¿aquel resultado del 86?

Mi Messi es ese pibe del que hablaba extasiada la gran mayoría de la prensa deportiva, alabando a los culés de Pep Guardiola, el fútbol total, la grandeza de esa Cataluña que se había opuesto al realismo y unitarismo madrileño. Y que yo miraba de costado, hasta casi con sorna, por alejado del fútbol, por mil razones.

Así había mirado yo, como buen gayina, al Diego bostero, opuesto al Príncipe uruguayo, a Enzo Primero Único Rey, como dice la canción. Como buen menottista y passarelliano, también hasta despreciaba a ese petiso retacón por bilardista, por los escribas y espiquers que, con Víctor Hugo al frente, querían borrar la legitimidad que en la cancha tuvieron el Matador, al menos un año gayina, y el resto de la Albiceleste en el 78.

Pero al Diego bostero aprendí a quererlo justo el día en que el Poder le cortó las piernas y los Neustadt le empezaron a cobrar aún con más saña que no agachara la cabeza ante ellos, la gente que no, la raza de los garcas. Ese ángel caído de a poco me enamoró, incluso bostero, incluso menemista, incluso todo.

Mi Messi es ese tipo derrotado dos veces en la final de la Copa América. Ese Messi humano, que se repone una y otra vez, se seca las lágrimas, las espinas y encara de nuevo. Ahí, digamos, aprendí a quererlo, resultadista yo, tal vez hasta que otro éxito me haga amarlo como al Diego: pero si yo te sigo desde el pesebre querido Pulga; jamás juré tu santo nombre en vano.

En el medio, claro, un debate algo ajeno a la rosarinidad, en el que una mitad odia a Leo por leproso, y la otra lo ama esperando el día en que ese muchacho bajito que se fue mil años atrás a Europa vuelva y pasee su magia algunos partidos en el Bielsa con la camiseta rojinegra.

Es la guerra de los archisupermegahéroes, lo que muchos soñanos ser cuando éramos pibes: Distéfano, gayina y madridista, el mejor del Siglo XX según la Fifa; antes que el Diego bostero, y hasta algo culé y algo leproso; que el Matador canaya y algo gayina; que el Charro Moreno, que fue gayina hasta la médula y terminó jugando en Boca.

¿Lionel Andrés Messi? Hizo cuatro goles en una prueba contra pibes más grandes con la camiseta N° 21 de River antes de partir a Barcelona. Por supuesto: es de Newell’s, como Scocco, Ponzio, el Burrito Ortega, Enzo Pérez, Ramón Díaz, el Muñeco Gallardo y Angelito Labruna. Ese es mi Messi.

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