Ana Clara Pérez Cotten
La decisión de la editorial Almadía de rescindir un contrato a la escritora colombiana Carolina Sanín por su postura sobre la política identitaria encendió el debate alrededor de la cancelación y, con la cadencia del efecto dominó, generó una ola de repudio en redes contra autoras que se habían solidarizado con la autora de Somos luces abismales, como Mariana Enríquez o la psicoanalista Alexandra Kohan y que, ante la virulencia de acusaciones como “escritoras transfóbicas” o “terfs”, decidieron abandonar en un solo movimiento la discusión y sus cuentas en Twitter.
Aunque por momentos pareciera ser una rencilla de “minorías intensas” (las trans, las escritoras, las activistas feministas y el mercado editorial independiente articulados en el microclima de Twitter) alejada de una coyuntura material marcada por una inflación que solo recrudece la desigualdad, lo cierto es que la dinámica que tomó el tema da cuenta de un mapa más grande, más epocal: las dificultades que se generan en la conversación pública en redes y lo complejo que se torna hacer lugar a la opinión del otro.
La decisión de Almadía, basada en considerar que la autora tiene una lectura transfóbica de los debates que se están dando en el feminismo, tiene antecedentes con lógicas casi especulares. La novela Degenerado de Ariana Harwicz, donde el narrador asume la identidad de un hombre que ha sido detenido y juzgado por violar y matar a una nena, fue traducida en países como Rumania, Irán, Irak, Egipto, pero generó pánico editorial en los países del continente europeo.
“Es esa lógica perversa de que nadie se salva. Muchos en Estados Unidos han acusado a otros de hacer obras homofóbicas, de apropiación cultural, de supremacía blanca, transfobia”, dijo la autora. Hace pocas horas, la editorial Siglo XXI suspendió en la Feria de Guadalajara la presentación del libro “Cuando lo trans no es transgresor”, de Laura Lecuona y, según explicaron, la decisión se tomó de común acuerdo con la autora. A Lecuona, al igual que a Sanín o a JK Rowling, se las acusa de “Terf”: “Feminista Radical Trans-Excluyente”, un término que está extendido en internet entre mujeres trans y mujeres cisgénero para repudiar a quienes muestran reparos ante la inclusión de la cuestión trans en los debates feministas.
Cancelación: una práctica grosera y de mal gusto
“Tanto a Mariana como a Carolina las conozco a través de la lectura parcial de su obra, que es lo que me interesa de un escritor o una escritora. Pero pienso que así como tengo toda la libertad de no leerlas si lo que hacen no me gusta, estoy en todo mi derecho a hacer lo mismo si tienen posiciones personales que considero dañinas o feas o lo que fuere. Es una elección y me la paso eligiendo qué leo y qué no”, advierte la escritora Paula Puebla, en un intento de insistir con la posibilidad de separar la obra del autor.
Pero la autora de “El cuerpo es quien recuerda” prefiere no pecar de ingenua, luego de haber conocido la hostilidad por sus lecturas políticas o sobre algunas posiciones feministas. “Después del raid de cancelaciones comenzado hace algunos años, siempre acompañadas por la sesión de escrache pertinente, después de que muchas personas perdieran vínculos, oportunidades, trabajos e, incluso, en muchos casos algunos decidieran terminar con su vida, pareciera que se llegó a un consenso. Un poco tarde, la mayoría acuerda que la cancelación es una práctica que está mal. Para que se llegara hasta acá, fue necesaria esa fase punitivista, de represión por otros medios”, analiza y sostiene que en verdad son pocos los que quieren quedar pegados a esta práctica “grosera y de mal gusto”.
La escritora Marina Yuszczuk, premiada recientemente con el premio Sara Gallardo por su novela La sed y editora del sello Rosa Iceberg, prefiere no analizar la polémica generada alrededor de Sanín como un caso de cancelación editorial. “Me parece más bien un parteaguas; es difícil pensar en cancelación cuando se trata de cancelar un contrato editorial, y no a una persona, es decir: una editorial independiente no desea tener trato con una autora ni difundir sus libros. Mientras tanto ella suma seguidores en redes, interviene públicamente y es posible que consiga otro contrato a corto plazo. ¿Dónde estaría la cancelación?”, repasa.
En la Argentina la decisión editorial generó debate pero no impactó en los planes más inmediatos de edición. Blatt y Ríos, el sello que edita a la autora colombiana en el país, publicará su cuarto libro, Ponqué y otros. “No dejen de leerlo cuando llegue a las librerías. Es un Sanín: es una joya. Estamos orgullosos y agradecidos de ser sus editores”, sostuvo el sello en Twitter. ¿Son entonces las redes, con el reduccionismo del formato y su dinámica multiplicadora, las que empantanan el debate?
“Lo que pasa con las redes es que están cargadas de violencia, y de un autoritarismo que recorre todo el espectro. Que le dijeran transfóbica a Mariana Enriquez es de un nivel de brutalidad muy alto. También que le reclamaran una retractación pública por haberse solidarizado con Sanín. Lo policial asoma en todas partes”, dice Yuszczuk.