Pasó hace varios meses. Un lunes en uno de los grandes centros comerciales que tiene Rosario. Había una promoción de electrodomésticos y eso hizo que mi familia y yo fuéramos a consultar unos precios. Con niños de 4 y 2 años la cena estaba cantada. Querían la famosa cajita feliz de uno de los locales de comida rápida. Allí, de repente me pareció observar a Antonela, la esposa y madre de los 3 hijos de Leo Messi. Estaban en uno de los rincones que tiene el lugar y donde hay una especie de pelotero en el que los más pequeños se fanatizan.
Antonela se fue y dejó a los tres pequeños junto al resto de sus familiares (por parte de ella): madre, tías y primos.
Allí estaban los tres pequeños. Al ser un día de semana no había mucha gente, pero pude observar cómo los miraban y trataban de inmortalizar el momento bajo una foto tomada desde el celular desde lejos y con el zoom a punto de estallar (supongo).
En el pelotero estaban los tres hijos de Messi, sus primos y mis hijos. Escuché a una de las empleadas del lugar pedir si podían tomarles una foto y por supuesto dijeron que no. También les ofrecieron cerrar el espacio para ellos y se negaron. Supongo que preferían disfrutar el momento “como uno más”, a pesar de ser la familia más reconocida del planeta
Mientras los pequeños jugaban no podía dejar de pensar en qué fuerte tiene marcada la cultura rosarina la familia Messi. Leo siempre recuerda al club de fútbol de sus amores, Newell’s. Siempre que puede vuelve a Rosario a compartir con su familia el tiempo libre. Siempre nombra a la ciudad donde nació. Su acento sigue siendo rosarino con la famosa “ese” aspirada.
Leo no estaba, estaba cumpliendo sus compromisos futbolísticos del otro lado del charco, pero allí estaba su descendencia, disfrutando del patio de comidas de un centro comercial sin seguridad a la vista. Eso fue un lunes, el miércoles Leo jugó la Finalissima contra Italia en Londres, donde Argentina gritó campeón.