Néstor Kirchner pasará a la historia como el presidente argentino que fue capaz de reconstruir un proyecto de país después de la bisagra histórica que significó 2001. Al margen de las apreciaciones sobre el supuesto trabajo sucio que le tocó hacer a Eduardo Duhalde, lo cierto es que Néstor Kirchner –hasta finales de 2002 un gobernador patagónico que pasaba desapercibido para la mayoría de los argentinos– articuló un nuevo horizonte de país.
Como hijo de la crisis y resultado de un voto anti Menem, la impronta de su gobierno fue una grata sorpresa. Aquella frase al Congreso: “No llegué hasta aquí para dejar mis convicciones en la puerta de entrada a la Casa Rosada”, tiene mucho más cuerpo hoy que en ese momento, cuando millones de argentinos poco sabían de hacia dónde rumbearía el primer gobierno elegido por voto popular después del estallido de 2001.
Como fenómeno político nacional Néstor Kirchner fue hijo de la crisis, pero su mayor logro personal fue devolverle la política a la sociedad. Desde entonces movimientos sociales, sindicatos, organizaciones gubernamentales, luchadores sociales, fuerzas políticas minoritarias volvieron a participar activamente en la vida política argentina.
Nostálgicos del orden que acababa de derrumbarse lo vivieron (y viven) con espanto, pero el objetivo de Néstor Kirchner era oxigenar a un país que, como no podía ver el final de la crisis política de 2001, no sabía cuándo podía volver.
Kirchner entendió que, además de gobernabilidad, el país de 2003 sólo sería viable políticamente si perforaba las fronteras del PJ para sumar a sectores no peronistas; y socialmente si incluía y devolvía participación a los sectores desplazados y ninguneados en la etapa anterior. Comprendió que el modelo sólo cerraba si se sentaba a todos a discutir el nuevo orden que empezaba a construirse.
Fue en ese escenario Néstor Kirchner parió los cuatro grandes hitos de su gestión: la decisión de no reprimir la protesta social, la renovación de la Corte Suprema de Justicia, la política de derechos humanos y el pago de la deuda al Fondo Monetario Internacional.
El éxito de Néstor Kirchner estuvo en haberse animado a dar participación en la construcción de ese nuevo orden a una diversidad de actores sociales, políticos y económicos hasta ahí relegados. Fue la contratara de la última etapa neoliberal –1989-2001– en la que el debate político y la diversidad de la sociedad argentina fueron suplantados por dogmas neoliberales supuestamente tan infalibles como sus ejecutores. La experiencia neoliberal, que usó la corrupción como herramienta desarticuladora de obstáculos, había expulsado a tantos, había concentrado en tan pocos actores el poder de decisión e influencia, que apenas el modelo económico trastabilló el país entero saltó por los aires.
Con la extinción física del hombre que tuvo la sagacidad de saber interpretar las claves de su convulsionada época, y traducirlas en acción política y gestión de gobierno, se abre ahora el desafío de, pase lo que pase en 2011, defender la recuperación de la política para la sociedad. Es la garantía de un país más plural y democrático.