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“Vamos hacia una profunda reforma académica y pedagógica en la universidad”

Con motivo de cumplirse los 54 años de la Universidad Nacional de Rosario, el rector Franco Bartolacci realizó un balance de su gestión y destacó los desafíos que se vienen para encarar lo que denomina una “profunda reforma de la cultura institucional de la universidad"

La Universidad Nacional de Rosario cumple 54 años este 29 de noviembre y además de ser tiempo de festejos, es ocasión propicia para trazar balances, reforzar objetivos, renovar desafíos. Así lo plantea el rector Franco Bartolacci que asumió en agosto de 2019 y desde ese entonces encara lo que denomina una “profunda reforma de la cultura institucional de la universidad”. Obras de infraestructura, inversión en ciencia y tecnología, creación de más de 70 nuevas carreras y trayectos, nuevas escuelas medias, puesta en marcha de la Agenda 2030, son algunos de los ejes de esta gestión que en diciembre va a proponer una reforma académica pedagógica que prevé implementar cambios a partir del año próximo.

“Se produjo un empoderamiento de la comunidad que habilitó a que pasen un montón de cosas que hace tiempo no pasaban, la universidad atravesó en estos últimos años un proceso de expansión inédito en toda su historia, en todos los registros más importantes, en materia académica, en producción científica, de infraestructura, de política de extensión, y de innovación institucional”, enumeró el rector sin dejar de recordar que todo esto ocurrió en el contexto excepcional de la pandemia, además de las enormes dificultades económicas de este último año.

—Cuando llegó al Rectorado, ¿Cuáles eran las áreas más importantes para transformar, las estructuras más difíciles de mover?

—Lo más difícil de revertir es que hay una cultura de cierto conformismo, la universidad es una institución tremendamente transformadora que tiene una potencia fenomenal en todos los temas de Rosario y la región, puede hacer un aporte porque tiene con qué pero muchas veces descansa en su zona de confort. Se asume como una entidad que acredita formación de excelencia –efectivamente lo hace en las carreras tradicionales–, entonces se cumple con la misión y punto. Creo que la universidad, por ser consecuencia del esfuerzo colectivo que hace la sociedad para sostenerla, más que nunca tiene que hacer un aporte no sólo para garantizar una formación de excelencia sino reformándose profundamente para hacer mejor eso y para poner todo lo que produce en materia de desarrollo científico tecnológico al servicio de los problemas de la ciudad.

En ese sentido, es clave el proceso de discusión que denominamos Agenda 2030 –en Chile la Cepal nos va a reconocer como una buena práctica en educación superior y aconseja a todas las instituciones hacerlo–. La Agenda 2030 generó un proceso de modernización bien democrático y horizontal y un consenso de cuáles son los objetivos de la institución, lo que llamamos la universidad que queremos. Se puso en evidencia que muchas veces lo que falta es la convocatoria, no es que no hay ganas, había que generar en la comunidad las ganas de hacer este cambio.

—Después de la pandemia se anunció un cambio a aulas híbridas, ¿cuáles fueron los avances?

—Crecimos mucho, pero la discusión es mucho más profunda. Hay un registro en infraestructura que cambió, ya no son sólo nuevos metros cuadrados los que se incorporan, sino que hay que invertir en tecnología. Pudimos avanzar mucho en aulas híbridas en escuelas y facultades con una inversión inicial de 60 millones de pesos hace dos años atrás. Este año ya estamos en la tercera convocatoria para seguir sumando esos dispositivos, que se utilizan mucho, al aula. Igual hay un eje ahí que se va construyendo de cuánto de presencialidad y cuánto de virtualidad hay que tener, el desafío es combinar creativamente las dos cosas, la presencialidad es imprescindible y es la esencia de lo que hacemos en la universidad, al menos en la nuestra, pero también la virtualidad te permite romper fronteras que tradicionalmente fueron obstáculos para el acceso a la educación superior.

Esa es una parte de problema, pero creo que se queda corto, es más profundo: es discutir la arquitectura del aula en su concepto más amplio, la incorporación de tecnología y para qué, cuánto tiempo se extiende la clase magistral, qué hacemos con la tecnología con la que llegan los alumnos (que están con el teléfono en la mano todo el tiempo), entonces lo que era novedad 30 años atrás, que era compartir un teórico que los jóvenes no habían leído, hoy no tiene nada de novedoso porque los jóvenes tienen acceso al texto de múltiples maneras antes de la clase que dicta el profesor. Lo sabíamos antes de la pandemia, en la Agenda de 2030 apareció como diagnóstico, pero la pandemia aceleró todo. Este año hicimos cuatro encuentros con docentes, un taller con estudiantes, una encuesta a estudiantes que fue muy potente y en diciembre vamos a poner a consideración un documento que propone una reforma académica pedagógica en la universidad para empezar a implementar cambios a partir del año que viene.

—¿Hacia dónde avanza el trabajo docente, qué surge de los encuentros docentes que intentan modificar una forma de enseñar centenaria?

—Aparece una necesidad de capacitación y formación para el personal y eso lo estamos haciendo; ahora lanzamos diez cursos gratuitos de capacitación docente en estos temas, aparece la necesidad de esa transformación sin demasiadas certezas del “cómo”, el eje es seguir haciendo trascendente lo que sucede dentro del aula y en esa cosa conformista a veces se pierde. También es hacerlo rápido, este año generamos muchas instancias participativas pero el objetivo es producir un documento en diciembre que establezca pautas de trabajo para el año que viene. Este es un problema del sistema universitario argentino, no de nuestra universidad solamente, y es la lentitud para provocar cambios, entonces en un mundo que cambia vertiginosamente, casi que cuando vos lograste producir una transformación, tenés que empezar a discutir todo de nuevo. Y hay que hacerlo rápido porque, aunque suene alarmante, si la universidad no cambia mucho hay riesgo de que pierda su trascendencia en el mundo en que vivimos, al menos el lugar que ocupaba en otros tiempos.

—¿Se puede pensar en acortar carreras por ejemplo en Comunicación, Derecho, Política, que sean de cuatro años? ¿Se pueden revisar esos planes de estudios?

—Hay que hacerlo. Hay cosas que puede hacer la universidad pero hay que discutirlas a nivel nacional, porque estamos contemplados en una legislación vigente. Uno de los desafíos que tiene el sistema es modificar la duración de las carreras, sin dudas. Lo que proponemos como pauta es que en las nuevas carreras, las licenciaturas sean pensadas en cuatro años y el mínimo exigido de horas en la legislación vigente sea tomado como el máximo, esa es una reforma necesaria.

En estos años, desde 2019, creamos más de 70 carreras nuevas, la implementación del trayecto diplomatura que antes no estaba en nuestra universidad nos sirvió para poder multiplicar las propuestas, pusimos en marcha la tecnicatura en inteligencia artificial de tres años que anduvo muy bien, creo que hay que apostar más a las tecnicaturas, y todas las nuevas licenciaturas que pusimos en marcha las hicimos con un formato innovador que no fueron construidas desde una sola facultad, y son de cuatro años, la primera experiencia con graduados de turismo es muy buena. Y sí, en las carreras que ya existen hay que avanzar en la reforma de los planes de estudios.

—¿Qué pasa con carreras más tradicionales como Medicina que son tan extensas?, por ejemplo ahora apareció este problema de la falta de médicos pediatras, ¿hay algún plan de acortar esos trayectos?

—Requiere de investigación hacia adentro de la universidad y el sistema nacional de la universidad tiene que replantearse esto también, requiere de mucha voluntad, de decisión política institucional de provocar esos cambios, y requiere un cambio cultural, porque también sucede que a priori estamos todos de acuerdo que tal carrera debería tener otro tiempo de duración y después cuando vamos a discutir para reformar el plan de estudio, resulta que todos proponemos un poco más. Y revisar el formato, esa cuestión de que todo lo que existe en una disciplina tiene que enseñarse en el grado no va más en el mundo en que estamos viviendo, es parte del chip que tenemos que cambiar.

Esto se hace con debate y con compromiso de la comunidad, confío mucho en eso. Es más desgastante, requiere más trabajo pero haber logrado todas las cosas que hicimos de esta manera también provoca que los cambios sean más apropiados, más efectivos. El eje que viene es la reforma académica y pedagógica.

—Respecto a esto de multiplicar los trayectos de estudio y formación, el año que viene comienza Diseño, ¿hay más previstas, qué otros temas?

—Hay muchas en el área de la salud, del bienestar, educación física, nutrición, kinesiología, terapia ocupacional, que hay un reclamo. Es muy complejo poner en marcha una nueva carrera universitaria por todo lo que requiere, de recursos, de infraestructura, de personas, y en condiciones muy particulares como las que estamos atravesando. Lo que hicimos de haber puesto en marcha 70 carreras en este contexto es prácticamente revolucionario, hay que seguir en esa dirección porque buena parte del crecimiento que tenemos o la posibilidad de sostener la cantidad de estudiantes de la universidad va a estar asociado a esas nuevas propuestas.

Por ejemplo, hoy turismo está teniendo sus primeros graduados y suma cuatro mil estudiantes a la UNR que antes no podían transitar en el ámbito de la universidad pública. Tenemos casi dos mil preinscriptos a las carreras de Diseño de Indumentaria y Diseño Gráfico que arrancan el año que viene. El objetivo que nos trazamos en agosto de 2019 es hacer presente a la universidad donde no está y hacer que lleguen los que no llegan. Esto se hace de muchas formas, pero entre otras formas se hace multiplicando los trayectos de formación.

—La Escuela de oficios se suma a estas propuestas.

—En la Escuela de Oficios en un año tuvimos casi tantas consultas como inscriptos totales a todas las carreras de la universidad, esto pone en evidencia que había una expectativa de formación y capacitación de jóvenes de la región que no estaba contenida, está diciendo algo eso, buenísimo que lo hayamos canalizado a través de la Escuela de Oficios pero también nos está diciendo que tenemos que repensar todo lo demás. El Programa de Universidad Popular que está teniendo una experiencia maravillosa sobre todo en la sede de Casa Esmeralda, al igual que la beca de acceso a la universidad pública, que nos permitió poner recursos en ir a buscar a los que no llegaban, antes siempre lo poníamos en los que estaban cursando.

—¿Qué valor le das a las redes sociales?

—Soy muy crítico de lo que las redes producen, esa cosa aspiracional inicial de que las redes venían a democratizar y que permitían hacer correr la información por otros lugares, creo que eso se diluyó con el tiempo y creo que saca lo peor de todos nosotros en todos los sentidos; sí le doy mucha importancia como herramienta de comunicación con la comunidad. En el Rectorado, como en muchos Ejecutivos, puede darse cierta abstracción, entonces las redes te permiten un contacto más directo con la comunidad, yo administro y contesto los mensajes, eso te permite un registro más fino de lo que está pasando, cuáles son los problemas: qué es lo que falta, qué sienten.

—¿Cuál es tu motor para este trabajo?

—Es consecuencia de una situación de disfrute, uno lo que disfruta lo hace con mejor energía. Tomo esto como un tremendo privilegio, porque lo es, pero además lo disfruto mucho, me siento muy cómodo haciendo lo que hago, me gusta, me levanto con ganas de hacer, me acuesto pensando cosas que me gustaría hacer, y además tengo conciencia de la finitud del tiempo, que pasa volando. Miro para atrás y digo ya estoy casi por terminar este mandato y es tremendo, me parece que ha pasado rapidísimo, entonces me pesa esa responsabilidad de no perder tiempo en tratar de hacer lo que siempre pensé que la universidad tenía que ser, al menos tratar de aportar hacia eso desde mi lugar.

No sé si pasa en otras esferas, pero muchas de las cosas que uno siempre aspiró que la universidad sea, quizás solamente se pueden cambiar desde este lugar. Ahí sí hay como un mandato interno, como un imperativo total, si yo hice todo el recorrido durante treinta años, soñé, reclamé, pedí, planteé que la universidad fuera tal cosa, no hay excusa. Y después hay un mandato más general de que no hay derecho a fallar por los recursos que la gente pone acá y por las necesidades que hay afuera. Todas esas cosas se conjugan en una personalidad bastante obsesiva con el trabajo y hacen esto que para bien o para mal se percibe.

—¿Qué viene en la UNR, qué sigue?

—Mi energía va a estar puesta en todo. Muchas veces me preguntan por qué lanzamos tantas cosas a la vez, y bueno porque creo que hay que meterle mano a todas esas cosas a la vez, si uno espera el momento indicado y oportuno para hacer algo, probablemente ese momento no llegue nunca, tengo la teoría de que siempre hay que poner todas las cosas sobre la mesa, discutir, y consensuar en lo que se pueda, y avanzar en lo que se pueda avanzar. Sí creo que hay dos grandes ejes que siguen, y uno es una reforma administrativa hacia el interior de la universidad porque para poder cumplir con todos los objetivos, hay que avanzar en transparencia, innovación en la gestión, incorporación de tecnología, digitalización de los procesos. Y después como eje casi una revolución académica pedagógica inevitable si es que la universidad quiere seguir cumpliendo con su misión.

Terminar de consagrar todo eso que aspiramos a que la universidad sea y que se sintetiza en la universidad que queremos, la que sentimos en el corazón y la que aspiramos ser, como la definimos el primer día, de excelencia y popular, innovadora, creativa, diversa, plural, feminista, comprometida genuinamente con los problemas y la agenda de su tiempo. En la sociedad en que vivimos los ejecutivos dedican mucho tiempo a justificar porque no pudieron hacer aquello que habían prometido, si hay algo que me produce orgullo, no en términos personales sino colectivos, es que nosotros el ciento por ciento de las cosas que dijimos el 6 de agosto de 2019 las pusimos en marcha. Lo que más cuesta es esa transformación cultural y no hay un hecho que lo consagre, es un proceso que puede llevar mucho tiempo.

54 de años de una universidad presente

El 29 de noviembre de 1968 fue creada la Universidad Nacional de Rosario (UNR) a través de la Ley 17.987 que determinó la autonomía de las facultades asentadas en la ciudad que desde 1919 y hasta ese entonces dependían de la Universidad Nacional del Litoral (UNL).

Pero la vida universitaria en la ciudad empezó mucho antes, los primeros antecedentes se remontan a 1910, cuando se creó una comisión con el propósito de construir un hospital escuela, fomentar la ciencia y la educación. En esos años, con la donación por parte de la Municipalidad de los terrenos ubicados entre Vera Mujica, Santa Fe, Urquiza y Francia y aportes privados, se comenzaron a construir los edificios que empezaron a funcionar en 1920.

En esa época, además de la Facultad de Ciencias Médicas, Farmacia y ramos menores, en Rosario se establecieron la Facultad de Ciencias Matemáticas, Físico-Químicas, y Naturales aplicadas a la Industria; y la Facultad de Ciencias Económicas y Políticas. En los años siguientes se fueron incorporando otras: la de Filosofía; Ciencia Política; Odontología; Ciencias Agrarias, Arquitectura, Veterinarias y Psicología. Además de los hospitales escuelas, dos escuelas secundarias, el Instituto Superior de Música de Rosario y el Instituto Superior de Bellas Artes.

Fueron varias las ocasiones en las que se presentaron proyectos para formalizar la Universidad en Rosario, pero no prosperaron. Ya en 1968, con motivo de gestiones para la creación de la Escuela de Derecho, finalmente se avanzó en la agrupación de las unidades académicas y administrativas que dieron origen a la UNR.

Con la recuperación de la democracia en 1983, la universidad recobró su autonomía, sus libertades, la plenitud de la vida estudiantil, la legalidad de sus estatutos. Al asumir el presidente Raúl Alfonsín determinó que se inicie la normalización de las universidades, que se encaminaron a la reconstrucción institucional siguiendo los carriles de la tradición reformista.

La UNR adoptó primero el estatuto de la UNL mientras se desandaba la normalización que concluyó con el estatuto de 1986 donde se ratificó el cogobierno con docentes, estudiantes graduados y no-docentes. Por primera vez desde su creación, la UNR contó con sus órganos de gobierno en pleno funcionamiento y comenzó un período de transformaciones y acciones continuas, que no se han interrumpido hasta la actualidad.

La UNR se ha convertido en una de las instituciones públicas más prestigiosas del país. La estructura actual incluye 12 facultades, 5 escuelas de enseñanza media, un centro de estudios interdisciplinarios y 13 institutos de investigación de doble dependencia en conjunto con el Conicet. En 2023, se dará inicio a una nueva escuela media de Ciencias Sociales y Humanísticas. Además dispone de cinco predios deportivos, seis comedores universitarios, tres centros de salud para asistir a estudiantes sin cobertura médica y una residencia universitaria.

La oferta académica es amplia con 121 carreras de grado, 119 de especialización, 60 maestrías, 40 doctorados, 17 entre bachilleres y tecnicaturas de nivel secundario, 22 títulos de pregrado, 34 ciclos de complementación curricular y ciclos de licenciatura, 20 tecnicaturas, 29 postítulos, diplomaturas de pregrado, diplomaturas de estudios avanzados y una instancia de posdoctorado. La propuesta contempla además cursos de oficios para jóvenes y trayectos para adultos mayores. Las carreras de grado son gratuitas y es condición haber concluido el ciclo anterior del sistema educativo.

La UNR es la cuarta Universidad con más estudiantes de grado a nivel nacional y la primera en Santa Fe. Tiene 86.849 alumnos de pregrado y grado y 14.845 de posgrado. En una tendencia que se consolida, sigue aumentando la cantidad de mujeres en el ámbito universitario con 55.987 del total de 86.849, lo que representa el 64 por ciento de la población estudiantil. Un dato a destacar es que el 57 % de los ingresantes en 2021 se considera primera generación de estudiantes universitarios, con madre y padre que no completaron estudios superiores. Son alrededor de siete mil docentes los que transitan las aulas, y más de 3500 investigadores e investigadoras dedican su trabajo diario a innovar, mejorar y consolidar aportes que colaboren con el avance de la frontera del conocimiento y el acceso democrático a sus beneficios.

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