Anatoly Onoprienko, conocido como «la Bestia de Ucrania» o «Terminator», fue un estudiante de guarda forestal que confesó haber matado a 52 personas, en una ola de crímenes que sembró el terror en esa República.
Nacido en Zhytomyr -por entonces Ucrania pertenecía a la Unión Soviética-, el 25 de julio de 1959, este asesino serial se caracterizó por ser una persona muy memoriosa y sin piedad a la hora de matar.
Onoprienko tenía aspecto de deportista, era soltero, pero padre de un niño, que tuvo una infancia muy difícil, porque su madre había muerto cuando él tenía 4 años, y su padre y su hermano mayor lo habían abandonado en un orfanato.
Cuando llegó a la mayoría de edad, se embarcó como marino y había sido bombero en la ciudad de Dneprorudnoye. Posteriormente, había emigrado al extranjero para trabajar de obrero durante ese tiempo, pero confesó que su fuente primaria de ingreso eran los robos.
A finales de los años 80, Onoprienko empezó a delinquir: en 1989 junto con su cómplice Serhiy Rogozin robaron y mataron a nueve personas.
Onoprienko abandonó el país en forma ilegal cuando era buscado por la Policía.
Así recorrió Austria, Francia, Grecia y Alemania, en dónde estuvo seis meses arrestado por robo y luego fue expulsado.
En 1995 retornó a Ucrania donde volvió a matar y a establecer una oleada de crímenes y de terror en la región de Zhytomyr. En total mató a 43 personas más entre octubre de 1995 y marzo de 1996.
El 24 de diciembre de 1995 por la noche atacó la vivienda de la familia Zaichenko: el padre, la madre y dos niños muertos y la casa incendiada para no dejar huellas. Seis días después, repitió su modus operandi con otra familia de cuatro integrantes.
Se estima que en seis meses ocho grupos similares fueron atacados y asesinados por este criminal en las regiones de Odesa, Leópolis y Dniepropetrovsk.
«La Bestia de Ucrania» entraba a una casa poco antes del amanecer, reunía a los habitantes y mataba a los hombres con un arma de fuego y a las mujeres y a los niños con un cuchillo, un hacha o un martillo.
Después, prendía fuego la casa y si alguien tenía la mala suerte de cruzarse en su camino, también terminaba muerto.
Este sujeto no tenía piedad, a tal punto que incluso mató en su cuna a un bebé de tres meses, asfixiándolo con una almohada.
Onoprienko emuló al «Carnicero de Rostov» Andrei Chikatilo, ya que ambos mataron al mismo número de víctimas, aunque el primero lo hizo en apenas seis meses y el segundo en 12 años.
Sin embargo, eran muy diferentes, porque Chikatilo, ejecutado en 1994, era un maniaco sexual y sólo mataba mujeres y niños, cuyos cuerpos violaba y mutilaba, aunque a veces se comía las vísceras.
Pero nada de esto hizo Onoprienko, un ladrón que mataba para robar, con absoluta brutalidad y ligereza, pero sin las escenas del maniaco sexual.
A raíz de estos homicidios se inició una investigación delictiva más grande y complicada en la historia ucraniana después de la iniciada para la detención de Chikatilo.
El gobierno de ese país envió una buena parte de la Guardia Nacional con la misión de velar por la seguridad de los ciudadanos y movilizó a más de 2.000 investigadores de las policías federal y local.
Los efectivos empezaron a buscar a un personaje itinerante y elaboraron una lista en la que figuraba un hombre que viajaba frecuentemente por el sudoeste de Ucrania para visitar a su novia.
En marzo de 1996, el Servicio de Seguridad de Ucrania (SBU) detuvo a un joven de 26 años llamado Yury Mozola como sospechoso de los asesinatos.
Durante seis días, los miembros de seguridad torturaron al detenido mediante fuego y cargas eléctricas, pero Mozola se negó a confesar los hechos y murió en medio de la tortura.
Esa situación generó que siete de los responsables de la muerte fueron encarcelados.
Las sospechas finalmente fueron cayendo hacia Onoprienko y las pruebas definitivas las hallaron en el apartamento de su novia y su hermano, donde hallaron una pistola robada y 122 objetos pertenecientes a las víctimas.
Cuando la Policía le pidió los documentos en la puerta de su casa, Onoprienko no les quiso facilitar la tarea e hizo un esfuerzo vano por conseguir un arma y defenderse.
Cuando fue apresado, confesó inmediatamente ocho crímenes perpetrados entre 1989 y 1995, aunque negó el resto de asesinatos.
Sin embargo, muy pronto admitió que su lista ascendía a 52 en seis años de cacería, pero no se arrepentía de ninguno de sus actos.
En un momento determinado de la investigación, el acusado afirmó que oía una serie de voces en su cabeza de unos «dioses extraterrestres» que lo habían escogido por considerarlo «de nivel superior» y le habían ordenado llevar a cabo los crímenes.
También aseguró que poseía poderes hipnóticos y que podía comunicarse con los animales a través de la telepatía, además de poder detener el corazón con la mente a través de unos ejercicios de yoga.
Juicio a Onoprienko
El 23 de noviembre de 1998, se iniciaba en Zhytomyr el juicio -uno de los más complejos y costosos de esa nación- y en la sala se contraponía los gritos de un público enloquecido que reclamaba la cabeza del acusado con la calma de Onoprienko, quien seguía sin arrepentirse de ninguno de sus crímenes. Más de 400 testigos y centenares de especialistas pasaron por el estrado.
El peritaje médico dictaminó que estaba perfectamente cuerdo y que podía y debía asumir las consecuencias de sus actos.
La acusación pidió pena de muerte para Onoprienko, quien se denominaba «un delincuente que mataba para robar».
El presidente ucraniano, Leonid Kuchma, dio explicaciones al Consejo de Europa para violar en este caso la moratoria de ejecución de la pena de muerte que su país mantiene desde marzo de 1997.
Este sujeto finalmente fue hallado culpable, pero la pena de muerte le fue conmutada por cadena perpetua y falleció en la cárcel de Zhytomyr el 27 de agosto de 2013, a los 54 años, como consecuencia de un ataque al corazón.