En La Bajada, el barrio donde nació Lionel Messi, la calle 1º de Mayo se angosta tanto en sus dos últimas cuadras, desde la avenida Uriburu hacia el sur rosarino, que es apenas una callecita más flaca que el pasaje Australia, situado a media cuadra hacia el este, donde está el Club La Bajada, en la esquina donde antaño estaba el mercadito del Gringo Luiggi, un peligroso puntero derecho del equipo de camisetas blanquinegras.
Hasta antes de que naciera el rosarino más conocido en el mundo de las redes sociales, La Bajada era uno de los tantos barrios olvidados de la ciudad de los pibes sin calma, con la mayoría de sus calles de tierra y zanjas, donde a la tarde los vecinos regaban la calle con un palo que tenía una lata de duraznos clavada en la punta.
«Era un barrio privado -como decía el Diego-, privado de cloacas, de gas, de teléfono», aunque ese rincón del sudeste había conseguido, a fines de los 60, el lujo asiático del pavimento en varias callecitas escondidas contra el campo del Regimiento 121 por la gestión de un vecino, «Camote» Magno, ladero de Coscarelli, un puntero radical de la zona sur.
Leo nació y vivió sus primeros años en la casa de los abuelos maternos, en Estado de Israel al 400, que aún ostenta, orgullosa, en el número, el nombre: «Familia Cuccittini».
La escuela Nº 66 General Las Heras está situada a unas seis cuadras de la casa de los abuelos de Messi, pero cuando Leo iba a clase debía caminar unas diez cuadras porque el barrio La Bajada estaba encerrado por el campo del Batallón 121 y porque había varias calles cerradas, como Ibáñez y Juan Manuel de Rosas, que entonces terminaba en la avenida Uriburu y se llamaba 25 de Diciembre, por la fecha de un levantamiento del centro de la ciudad a favor del general y empresario saladero entrerriano Justo José de Urquiza.
«Un día cuando íbamos a la escuela con Leo nos metimos por un agujero del alambrado y cruzamos en diagonal todo el campo del Batallón, pero cuando llegamos al otro lado nos agarró un militar, que no nos dejó salir por (la calle) Buenos Aires y nos obligó a volver y salir por Uriburu», confió Cintia Arrelano, la amiga, vecina y hermana de leche de Messi, como se acostumbraba en los barrios rosarinos de antaño, cuando las madres compartían la tarea de amamantar a su hijo y al de la vecina, que dio origen a una palabra mágica: «Comadres».
Allí, en esas callecitas sin tiempo que tienen más gambetas que su carrera, Leo jugaba a la pelota en el medio de Estado de Israel y su abuela lo llevaba dos veces por semana caminando 18 cuadras -solo de ida- hasta el Club Grandoli, donde su padre, Jorge Messi, dirigía una división del baby.
«Un día vino un pibe a comprar carbón vestido con ropa de Barcelona. Yo lo miraba porque lo veía parecido hasta que me animé y le pregunté si era él. `No’, me dijo, ‘soy el primo’, y se fue. Pero antes de salir se dio vuelta y me dijo: ‘Sí, soy yo, pero no digas nada'», confió antaño «Choricito» Domínguez, el carbonero de la calle Ayacucho entre Uriburu y Ameghino, en las épocas en las que el 10 recorría las calles de La Bajada en su auto importado y compartía un asado con sus amigos de pibe.
Ahora que el barrio de Messi sale publicado hasta en el New York Times, los pibes y los vecinos que siempre preguntan han pintado camisetas argentinas con el 10 del habitante más famoso por doquier, en tapiales, esquinas y hasta en los cordones.
Además, grupos de muralistas allende La Bajada han pintado murales de Leo desde una pared de la Escuela Las Heras y un monoblock de enfrente, en Azara y Buenos Aires, del barrio Presidente Perón, el primero que construyó el general en Rosario, en la década del 50.
Y otros muralistas pintaron el mural de Messi más alto del mundo, en la medianera del edificio San Jorge, del céntrico barrio Martin, a un par de cuadras del Monumento, así, a secas, como llamamos los rosarinos al ícono de la Cuna de la Bandera.
Por Miguel Pisano / Télam