Por Chacho Pron
La pretensión de originalidad tiene eso: suele devenir en injusticia. Y ésta es una prueba palpable.
¿Cuál Lio? ¿Messi o Scaloni? ¿Por qué limitar a esta duda el valor de lo logrado? ¿Por qué excluir al resto de los que formaron parte de la gesta argentina en Qatar?
De reinvidicar a todos ellos se ocuparán los que saben. Nosotros, los que ya no transitamos las redacciones, podemos darlos el lujo de infartarnos con el disfrute popular en lugar de hacerlo con la guillotina que pende sobre uno cuando hay que cerrar la edición para entrar en prensa a horario. Podemos darlos el lujo de putear por dos goles en contra en un abrir y cerrar de ojos cuando veníamos ganando con la cómoda ventaja de dos tantos a favor en lugar de tener que hacerlo cuando se cae el sistema y se nos borra una nota a punto de ir a paginación. Podemos saltar de alegría con los penales atajados por el Dibu sin obligación de mostrarnos “objetivos” y “neutrales” ante los que sufren –muchos– y los que gozan con el sufrimiento ajeno.
Esto a lo que estamos asistiendo es lo que tiene ganar el Mundial. Te da un respiro, te permite cambiar el aire para seguir peleándole mañana a la adversidad.
Con la Copa en alto ¡cómo podés aceptar que te digan que esto en pan y circo! Que con el fútbol te distraen para seguir cobrándote más impuestos. Que mientras mirás el partido el dólar y la inflación siguen subiendo y el gobierno te sigue metiendo la mano en el bolsillo.
Hay momentos en la vida de un país en que la cancha se inclina a favor del pueblo, y momentos en que los que te hablan todo el tiempo de libertad y republicanismo te hacen trabajar en negro, te niegan derechos y te pagan lo que quieren para poder llevársela toda junta. Y si es afuera, mejor.
De uno de aquellos momentos de felicidad se inspira el título de esta columna.
Si al principio se planteó la duda acerca de cuál de los Lio era el aludido, también despuntaba allí una certeza: la de que el Diego es y será uno solo, el único. Porque sigue siendo ídolo del pueblo. Porque humilde y al mismo tiempo soberbio, pobre de origen y rico en su retiro, disciplinado en la cancha y a la vez rebelde ante la injusticia y las trapisondas de los que hacen en torno al balompié un negocio escandaloso, fue de los pocos que defendieron al fútbol como el juego que es y que debe seguir siendo. El que supo decir, de una vez y para siempre, que pese a todo lo que pueda pasar, la pelota no se mancha.