Esteban Guida / Especial para El Ciudadano
La final de la Copa Mundial de fútbol nos ha emocionado a todos, no sólo por la brillante actuación del seleccionado argentino, que finalmente se llevó el título mayor, sino por la sorprendente respuesta del pueblo argentino que se manifestó de una manera espontánea, extraordinaria, sorprendente.
Ese espíritu que movilizó a millones de personas en todo el país, detrás de los colores de nuestra bandera, se vio encarnado por un conjunto de deportistas que dio muestras de lo más alto del profesionalismo mundial. Pero no hay dudas que en este caso han sido mucho más que jugadores de futbol; como siendo eso suficiente, demostraron además un amor por la camiseta, por sus compañeros y por el deseo de vencer que impactó a todo un país, que respondió inmediatamente con una expresión sencilla pero genuina de reconocimiento y gratitud.
El amor es la fuerza más poderosa del universo; de lo contrario ¿qué otra cosa podría haber movilizado a millones de personas de esta manera? Todo lo que ha ocurrido es una muestra efectiva y concreta de ello. Amor por la camiseta, amor por el futbol, amor por el otro, por los compañeros, amor por la Patria.
Sería una lástima circunscribir este fenómeno al solo hecho deportivo. Nuestro pueblo puede y necesita tomar consciencia acerca de este noble espíritu que lo moviliza; de la potencia de sus sentimientos comunes, de la vigencia de la motivación positiva, de la alegría y la esperanza, capaz de torcer el rumbo de los acontecimientos, por más adversos que sean.
¿Por qué no pararnos frente al desafío de ser una Patria grande y un Pueblo feliz, imbuidos de este espíritu movilizador, avasallante, genuino, espontáneo y alegre, cuyo fundamento es el amor, la gratitud y el deseo de vencer? Muchos elegimos creer que la selección podía llegar a levantar la copa, incluso cuando terminó en derrota la primera fecha del mundial; muchos elegimos creer que la Argentina puede ser una gran Nación, incluso en estos momentos donde no parece haber solución posible para las necesidades básicas de nuestro pueblo.
No se trata de hacer una simple analogía entre el futbol y la política; tampoco de transpolar una victoria deportiva al ámbito de la lucha por la liberación nacional (¡ojalá fuera tan fácil!). Sí, en cambio, la propuesta radica en encontrar en nuestra propia identidad las cualidades del ser nacional que nos impulsan hacia los objetivos comunes con un ferviente deseo de victoria.
¡Cuánto deseamos ver nuestras banderas flameando en alto! Independencia económica, soberanía política y justicia social, son la síntesis inmutable del deseo de vencer de nuestro pueblo. Y así como en algún momento supimos levantarlas en alto y exhibirlas al mundo entero, elegimos creer que podemos volver a hacerlo; elegimos creer que podemos lograrlo sin renunciar a lo que somos, sin menospreciar a ninguno de nuestros hermanos compatriotas y sin rechazar el legado y la experiencia de los que dejaron su impronta en esta lucha.
Las analogías podrían aceptarse en otros sentidos. El camino a la victoria es duro y, como hemos escuchado muchas veces en este Mundial, hay que hacer sacrificios para levantar la copa (“hay que sufrir”); expresión que indica que se trata de algo que no es nada fácil, que exige renunciamientos, entrenamiento, disciplina, compañerismo y sentido de comunidad; que requiere un acuerdo fundamental en torno a un objetivo común, superior a las pretensiones individuales o grupales, que nos pone de frente a todos que buscan el mismo objetivo; pero que aun así es posible.
Desde luego existen y existirán propios y ajenos, de adentro y de afuera, que no creen, que se jactan de nuestros defectos y se benefician con nuestra derrota, que no creen posible el camino a la victoria, que se inmiscuyen con el fin de evitar que la copa sea nuestra, por interés, o por el odio fundado en el aborrecimiento de lo propio, de lo argentino.
Vale rescatar el ejemplo de nuestra selección que no pagó con la misma moneda, ni se enredó en el laberinto de la mera opinión; que se negó a dar escenario a los interesados y se enfocó en ofrecer cada resultado a lo más humilde del pueblo; porque es allí donde radica el núcleo fundamental de las cualidades que nos identifican, y que nos permitieron, una vez más, levantar la copa; es de allí de donde surgieron los campeones.
La Argentina es una Nación bendecida por Dios en cuanto a su riqueza natural, cultural, histórica, popular; con un pueblo extraordinario que está más vivo que nunca, y que no ha renunciado en su deseo fervoroso de vencer.
En esta Navidad, celebramos la copa y elegimos creer que podemos ser una Nación justa, libre y soberana.