Pablo Suarez
(En primera persona)
La Play Station 1 fue lanzada al mercado en 1994. Lionel Andrés Messi Cuccittini nació en 1987.
En los barrios rosarinos “lapley” era un objeto de lujo hasta que “las bondades” del 1 a 1 la pusieron al alcance de algunos pibes de barrio.
Si bien existían otras consolas en las cuales se jugaba futbol, estaremos de acuerdo en que la Play se consolidó como el dispositivo líder para los niños de esos años.
Por entonces también las PC domésticas ofrecían esa posibilidad, aunque era para familias más pobres que aunaban en un solo dispositivo distintas variables de uso para toda la familia.
Los adultos aprendían rudimentos de informática (y se daban el gusto de meter en un solo CD discografías enteras de sus bandas preferidas), mientras los niños usaban “Encarta”, una suerte de enciclopedia multimedia digital de Microsoft descontinuada en 2009, para la escuela y jugaban juegos muchas veces comprados a algunos emprendedores que –piratería mediante– ponían al alcance de las mayorías esos contenidos.
Pero obviamente esto no es una reflexión sobre consolas o juegos.
Pretende desarrollar una hipótesis liviana y veraniega sobre la selección argentina campeona del mundo en 2022.
Cuando yo era chico (tengo 54), las imágenes de la concentración de los equipos los mostraban jugando al truco, al tenis de mesa o al billar.
Pasado el tiempo, si bien el truco quedó, las consolas de juego fueron reemplazando a los juegos reales.
La hipótesis es que el triunfo de esta selección es también el triunfo de la primera generación de “futbolistas nativos digitales”.
Se trata de hombres que hasta cierta edad pasaron más horas frente a la play que en el potrero (con la excepción de ya sabemos quiénes).
Después de asociar a esos juegos con la infancia, durante mucho tiempo se suponía que su predominio en las concentraciones implicaba una cierta infantilización de los jugadores, y se vinculaba a cierta irresponsabilidad o falta de madurez.
Si bien durante un tiempo compartí esa crítica, que tenía toda su impronta boomers (personas nacidas entre 1946 y 1964)/ generación X, (integrada por los nacidos entre 1965 y 1981), hoy la reviso y encuentro que las fallas de la generación anterior (Sergio “Kun” Agüero, Javier Mascherano, Ezequiel “Pocho” Lavezzi, entre otros) radica en que sus juegos digitales fueron tardíamente adquiridos, incorporados por ambiente y no por pertenencia de nacimiento.
Esa relación de organicidad que los jóvenes tienen con el mundo digital permitió que una mayoría de estos jóvenes pueda desarrollar su juego con la sumatoria, claro está, de Messi y algunos otros “viejos”, que lograron incorporarse a ese funcionamiento para sepultar del mundo del fútbol a las generaciones analógicas, al menos en lo futbolístico, ya que en lo institucional nos seguimos manejando como en 1930.
Más allá de la crítica fácil que al ver a un pibe o piba jugando soledad cree que juega en soledad, debemos poner un poco de atención en que algunos juegos digitales requieren de coordinación en equipo.
El jugador o jugadora de consola puede ser solitario o solitaria, pero en el juego él es un equipo. Es el enganche lírico, pero también es el rústico lateral que la revolea al córner sin prurito.
Es difícil que pretenda resolver todos sus lances con un jugador pretendiendo gambetear a todos los rivales (no me hagan decir a mí las ventajas tácticas de los juegos virtuales sobre el metegol); lo mismo ocurre con algunos juegos de estrategia que sólo se pueden jugar en red y en el cual los compañeros de juego pueden ser rivales pero también pueden ser compañeros en la misión.
Entonces, la hipótesis es que despojada ya la generación del potrero cuya adquisición de destrezas digitales fue tardía (10 u 11 años) en la cual la impronta individual podía ser un desequilibrante (y aún lo es) la nueva generación podrá lograr un funcionamiento colectivo más acorde a la cultura de los juegos de estos días y con ello, a un fútbol que cada vez más se guía por los análisis estadísticos y la construcción de modelos de funcionamiento concebidos fuera del campo de juego.
Si el fútbol de alta competencia se convirtió en una cuestión de modelación y estadísticas, es razonable que el mejor desempeño quede en quienes logren dialogar lo más naturalmente posible con esas construcciones lógicas, sin traducciones en el medio.
Me pregunto si esa capacidad forjada desde temprana edad para jugar en red influirá en los jugadores del futuro para comprender el juego colectivo.
Me pregunto, también, si los juegos de estrategia permitirán a los jugadores del futuro poder pensar un partido o un torneo con una mirada más comprensiva y resolutiva respecto de sus antecesores.
La existencia de un cuerpo técnico joven probablemente haya influido en generar un mejor contexto de diálogo bajo estos nuevos códigos.
Y atención, yo no digo que los integrantes de la camada anterior fueran malos jugadores, ni que fueran menos inteligentes.
Simplemente me permito pensar que estaban jugando (a nivel Selección Argentina) que ya no les pertenecía, que había cambiado y que hablaba un código que ellos no terminaban de descifrar.
Si el fútbol de hoy se juega como en la play, es probable que los que aprendieron a hablar y a jugar con ese código, lo hagan mejor.
El tiempo hizo lo que Messi no pudo o no quiso hacer, que era jubilar a algunos de sus amigos y por eso lo tuvimos en 2022 liderando a los pibes, en lo que yo considero es el cierre de la época de aquellos jugadores que no nacieron al fútbol con la play en la mano.
Queda por ver cómo funcionará el componente emocional en la construcción de los liderazgos en la era del pensamiento en red y esas dos cosas son compatibles.
Ahora eso sí, queda lo que la cultura futbolística de cada país pueda aportar a ese combo tecnológico para marcar diferencias.
Creo que la posibilidad de triunfo quedará en manos de las selecciones que puedan articular ambas cosas, dependiendo siempre de que la pelotita entre, porque si no, de nada sirve todo lo demás.
El músico Rubén Juárez decía “mi bandoneón y yo nacimos juntos, emparentados tal vez por la pobreza”.
Que el líder de este equipo sea Messi, es un homenaje póstumo a una generación que nació con la pelota, que pudo generar con ella esa relación de naturalidad, (y aun así para quien escribe, la relación del Diego con la pelota era aún más natural que la de Messi) y que cede su paso a una época en la que el balón (perfecto e impermeable, sobre un césped genéticamente perfecto, en estadios tecnológicamente perfectos) es un objeto externo a la formación del futbolista profesional.
Personalmente, no creo que volvamos a ver jugadores que se relacionen con la pelota como lo hacían “los de antes” Ricardo Bochini, Diego, Juan Román Riquelme, Pelé, Ronaldinho, Francesco Totti o Andrés Iniesta.
Este es el nuevo fútbol, y debemos recibirlo con la mejor disposición. Sin buscar en él vestigios glamorosos de aquél en el que crecimos, porque eso sería apurar nuestro propio paso hacia el pasado.