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Carel Kraayenhof, el bandoneonista de la boda de Máxima, recorre la Argentina con un fin solidario

De paso por Rosario, el destacado músico holandés, ungido por el mismísimo Astor Piazzolla, habló de su recorrido, de su vocación por un instrumento que lo deslumbró siendo muy joven y de su sueño de popularizar la enseñanza de bandoneón en todo el país   

Un instrumento que en su melodiosa y potente resonancia interpela en el presente a ese niño que nació a finales de los 50 en el sur de Holanda. A los 8 años, Carel Kraayenhof, hoy conocido en gran parte del mundo, comenzó a tocar el piano y a estudiar música sin imaginar que su destino sería el bandoneón, ese instrumento del que se enamoró años después, a primera escucha, ya viviendo en Ámsterdam, ciudad a la que se mudó en 1976 para estudiar filosofía. Pero podría resultar aún más azaroso su encuentro con Astor Piazzolla en 1987, a quien le prestó su bandoneón para una gala y luego lo acompañó en una gira por Estados Unidos, o con la mismísima reina de Holanda, la argentina Máxima Zorreguieta, quien le pidió que en su recordada boda del 2 de febrero de 2002, tocara nada más y nada menos que “Adiós Nonino”, y esas imágenes recorrieran el mundo.

 

El recorrido de Carel es vasto y lleno de anécdotas maravillosas. Pero desde hace un tiempo, este holandés del mundo que ama la Argentina recorre los escenarios y las ciudades, incluida Rosario, llevando no sólo su música sino también su gran vocación: la difusión del estudio del bandoneón, que en este último viaje lo llevó una vez más a Jujuy, para acompañar el proyecto del músico y maestro Daniel Vedia, referente de la Escuela Municipal de Música de San Salvador, con la voluntad de avanzar en la formación de jóvenes bandoneonistas en ese lugar del norte argentino pero también en otros destinos entre los que se encuentra, a futuro, Rosario.

En su paso por la ciudad, y en el marco de los intercambios entre músicos argentinos y holandeses, que incluyen cursos de afinación y reparación de bandoneones y hasta becas de estudio, con el deseo de que su proyecto se ramifique y tenga alcance nacional, Carel se reunió hace unos días con el músico y maestro rosarino Javier Martínez Lo Re, director de la Orquesta Escuela de Tango de Rosario, para pensar juntos algunos primeros acercamientos para lo que será su regreso del año próximo.

Carel junto al maestro rosarino Javier Martínez Lo Re.

Destino: Jujuy

“He viajado a la Argentina más de quince veces y este es nuestro tercer viaje en particular a Jujuy. Lo que sucedió fue que una cineasta holandesa, Jiska Rickels, hizo un documental sobre este instrumento titulado El sonido del bandoneón (The Sound of the Bandoneon, 2011). Para el estreno de esa película, nos conocimos con el maestro Daniel Vedia, allí en San Salvador. Su proyecto se llama Jujuy Luz y nosotros, con nuestra fundación Clavel Rojo, estamos apoyándolo desde 2012. Concretamente, el apoyo pasa por llevarle bandoneones viejos de Alemania y Holanda que restauramos, con el objetivo de reemplazar los bandoneones de cartón que ellos hicieron para que los chicos aprendan a tocar”, contó Carel acerca de esta valiosa iniciativa que, como bien describe el documental de su compatriota, el bandoneón llegó a la Argentina a principios del siglo XX de la mano de los inmigrantes alemanes, pero aquellos bandoneones se rompen y difícilmente se fabriquen nuevos, más allá de que turistas y coleccionistas se los llevan a modo de reliquia poniendo al instrumento en un verdadero peligro de desaparición.

“También estamos ofreciendo cursos de mantenimiento, reparación y afinación de los bandoneones, dado que descubrimos que siendo bandoneonista en Jujuy, la afinación de esos instrumentos sólo se hacía en Buenos Aires y había que viajar, y esa afinación dura poco tiempo, lo que implicaba un gasto enorme. Por eso este es el segundo viaje en el que nos acompaña un afinador de Ámsterdam; él está dando un curso en castellano gracias a este gran amigo que es Pedro Kóbila (quien lo acompañó en este viaje como así también su compañera de vida Thirza Lourens, con la que lleva adelante la fundación Clavel Rojo). Pedro es rosarino, nos conocimos en Holanda, dado que vivía en nuestra misma calle en un tiempo que estaba haciendo un intercambio por sus estudios. Él habla perfectamente el holandés y por lo tanto nos acompañó a Jujuy para ocuparse de traducirle a los alumnos, porque nuestro afinador no habla castellano”, contó Carel que en 1980 escuchó por primera vez un bandoneón en un disco del recordado músico argentino radicado en Francia, Juan José Mosalini, y se enamoró del sonido de ese instrumento, al tiempo que cuatro años después, tocando su verdulera en el Vondelpark en Ámsterdam, conoció a un argentino que le llevó un bandoneón desde Buenos Aires. Así aprendió a tocar, de forma autodidacta, al tiempo que formó el grupo Tango Cuatro con el cantante uruguayo Juan Tajes, con el que recorrió Holanda Bélgica, Alemania, Suiza, Uruguay y Canadá.

Un rayo de luz

De aquél sueño de tocar ese instrumento que tanto lo seducía, a este músico y gestor cultural que recorre los escenarios del mundo pasaron cuatro décadas. “Yo empecé a los 8 años tocando el piano y a los 18 años me fui a vivir a Ámsterdam con la intención de estudiar filosofía en la universidad. Por aquellos años, mi hermano Jaap tocaba música celta, tocando varios instrumentos, pero yo no pude llevar mi piano a Ámsterdam y entonces fue mi hermano quien me sugirió que me comprara una verdulera, que es un acordeón con muy pocos botones; así recorrimos varios países haciendo música folclórica, pero siempre extrañaba el tamaño del teclado del piano, la independencia de las manos, tocando melodías también con la zurda. Hasta que en un momento, un amigo guitarrista me pone un LP de un bandoneonista extraordinario, era Juan José Mosalini, radicado en París, y ahí fue como un rayo del cielo y supe que era eso lo que quería hacer el resto de mi vida. Dejé todo, hasta la filosofía, porque fue como una epifanía; de allí en más creció en mí un amor platónico porque no pude encontrar un bandoneón ni siquiera en Alemania”, contó Carel acerca de su deslumbramiento con el instrumento.

“Pasaron cuatro años hasta que un día estoy tocando mi verdulera en el Vondelpark, que es el Parque Central de Ámsterdam, y se me acerca un señor que me estaba escuchando y me dice: «Qué lindo, pero no conocés el alma de mi ciudad, Buenos Aires, que es el bandoneón». Justamente ése era el instrumento que yo buscaba desde hacía tanto tiempo. Era 1984, y este señor me dijo que en unos meses viajaba a Buenos Aires y que me traería un bandoneón que lo encontró a través de José Libertella del Sexteto Mayor. No fue sólo eso, también me llevó como veinte discos de tango: Troilo, Pugliese, Salgán y por supuesto Piazzolla. Sin maestros y sin métodos, me retiré como un monje a un monasterio y me puse a desgrabar esos discos musicalmente, a escribir esa música: intentaba esos  vibratos, esos arreglos y así pasaron dos años hasta que me encuentro con Piazzolla”, un hecho que se convirtió en un verdadero capítulo aparte en su vasto recorrido artístico.

Astor, Carel y don Osvaldo  

“A Piazzolla me lo encuentro en Ámsterdam en el 1987 porque su fuelle estaba roto; lo vi en vivo, en un concierto y la válvula de su bandoneón perdía aire. Sin embargo, por el enorme maestro que era, completó su concierto de una manera prodigiosa. Al día siguiente me invitan a su hotel para que yo le prestara mi bandoneón. Me dijo: «Che, pibe, sentate y tocá algo». Toqué un arreglo de «La última curda», de Troilo y se quedó boquiabierto. Yo era medio punk y me dijo: «Holandés, vos sos un loco; tocás el tango como nosotros, te voy a invitar a tocar». Se fue, pero seis meses después, una persona que estaba viviendo en mi casa, un piso que compartíamos con un montón de gente, viene y me dice: «Te busca al teléfono un tal pizzaiolla» (risas). Era Piazzolla que me dijo: «Carel ven a París, tengo trabajo para vos en Nueva York». Así me encontré con Piazzolla que me da un sobre lleno de partituras, cuando yo tenía tan sólo dos años con ese instrumento, pero él confió en mí. Estuve tres meses tocando en Nueva York con Tango apasionado”, contó el músico acerca de ese momento inolvidable, quien tiempo después llegó por primera vez a Buenos Aires donde se “enamoró perdidamente” de la música de Osvaldo Pugliese.

Carel junto al destacado maestro salteño Dino Saluzzi.

“Hay otro momento maravilloso: en 1989, Piazzolla y Pugliese se juntan en Ámsterdam, fue la única vez que tocaron juntos; Pugliese festejando los cincuenta años de su orquesta y como invitado especial estuvo Piazzolla. Para ese momento ya habíamos formado el Sexteto Canyengue y lo invitamos al maestro a un concierto nuestro donde estrenamos un tango, el primero que compuse, que se llama «Clavel rojo»; fue un homenaje a don Osvaldo, porque en el tiempo que estuvo en la cárcel pusieron claveles rojos sobre las teclas de su piano y la gente escribía en las paredes «El tango está preso», algo que para nosotros fue muy impactante y por eso también lleva ese nombre nuestra fundación. En ese sentido, tengo la sensación de que el espíritu de don Osvaldo está presente: compartimos música e impartimos conocimiento a otras personas. Muchas veces me siento un nexo, viniendo de Holanda, entre viejos y jóvenes argentinos. En mi juventud, en la época del rock, no se tocaba el bandoneón y ahora sí, y esa es mi gran alegría. Hay grandes bandoneonistas jóvenes como Santiago Arias, que vive en Tilcara, con el que acabo de tocar por primera vez y será una de las grandes figuras de nuestro proyecto”, evocó el músico que, con diversas formaciones, recorrió y recorre gran parte de Europa como del resto del mundo.

El periplo de Carel y su bandoneón, antes de Rosario y luego Buenos Aires donde se despide por estos días de la Argentina, pasó por Jujuy, también por Mendoza, donde tocó en una bodega; aunque un hallazgo en este viaje fue, también, su encuentro con otro gran maestro, el salteño Dino Saluzzi. “Fui a compartir un momento recientemente, antes de pasar por Mendoza, con el gran maestro argentino Dino Saluzzi. Nos cruzamos en Rosario de Lerma, cerca de Salta. Él siempre dice que el bandoneón es un instrumento maravilloso en el que se puede tocar toda la música del mundo; sólo hay que recordar de dónde viene”, rememoró con nostalgia.

La Ceremonia

La exposición internacional de Carel Kraayenhof comenzó a partir de boda real de Máxima y Willem Alexander en 2002, los actuales reyes de Holanda, un evento que le trajo infinidad de invitaciones y cooperaciones: grabó con el sello Universal álbumes con música de Piazzolla, Bernstein, también música cubana y un álbum junto al compositor de música para películas Ennio Morricone. Hizo conciertos junto a Sting en Holanda, con los violinistas Janine Jansen en Berlín y Joshua Bell, con quien grabó también en Nueva York. En la tevé holandesa se presentó con el violoncelista Yo-Yo Ma; junto al director de orquesta Kristjan Järvi hizo recitales como solista con la Sinfonía de Londres en Inglaterra y Estados Unidos, en Estonia, en Dinamarca, en Viena con los Niederösterreichische Tonkünstler, en Lyon, y en la Ópera de Sydney con la Orquesta Sinfónica, y en Adelaide y Perth, Australia, y en Seúl, en Corea del Sur. También colaboró con infinidad de orquestas de Europa y Oriente y con su Sexteto Canyengue recorrió Noruega, Dinamarca, Finlandia, Italia, Escocia, Irlanda, Turquía, Malasia, Indonesia y las Antillas, entre muchos otros destinos.

“Fue un encuentro casual –contó finalmente–; mi peluquero, que es de un pueblo pequeño y tiene una peluquería que se llama Hair World, me cuenta, porque lo ve en el diario, que el príncipe tenía una novia argentina. Y me dice: «Ojalá algún día puedas tocar un tango para ella». Y eso pasó de verdad: tuve, previo a la boda, una llamada del director de la orquesta que tocaría en la ceremonia que preparaba todo junto a la pareja real. Ya habían decidido que tocarían «Adiós Nonino» y Máxima tenía la intención de encontrar un bandoneonista holandés para esa ocasión. Volvió esa luz que me iluminó; el director me conocía y me llamaron. Fue un momento muy especial. Después de muchos años le pregunté a Máxima si había averiguado quién era yo, y ella sabía perfectamente quién era, sabía que había tocado con Piazzolla y con Pugliese. Fue un momento maravilloso: estábamos en la iglesia preparando todo y entra Nelson Mandela, fue impactante y conmovedor. Nunca lo voy a olvidar”.

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