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Norma y Roberto: una historia de amor guardada entre antiguas cartas

“Normita” o “Tati”, como la conocen en la Colonia de Adultos Mayores del Polideportivo Municipal de Roldán, trajo toda su vivacidad con la que contagia alegría a sus compañeros y profesores, pero también una historia de esas que se ven sólo en las películas

Julieta Elzeard*

Supe en el instante después de escuchar la historia que voy a relatar a continuación que una cadena de preguntas, bajo la vigilancia del espectro de los sentimientos, frecuentaría mi cabeza por un tiempo. Entre ellas rescato aquellas que resultarán familiares: ¿Existen las casualidades? ¿Y el destino? ¿Estamos todos y cada uno de nosotros destinados a conocer a alguien especial con el que coincidir, conectados a alguien a través de un hilo que tensa y destensa constantemente? ¿O solo es obra del azar?

Hace poco tiempo me permitieron el placer de escuchar la historia de una mujer maravillosa, de las que causan impresiones formidables en las personas por su vivacidad y agudeza. Muchos la conocieron cuando empezó a concurrir a la Colonia de Adultos Mayores del Polideportivo Municipal de Roldán. Si es así, no pudieron haber dejado de escuchar el nombre de Norma, a veces Normita y para otros “Tati”.

Allí contó sobre su larga vida: Norma tiene 88 años de muchas historias que son imposibles de olvidar. Entre todas ellas, hoy ahondo en una digna de conmemorar: quizás para volver a creer, quizás para repensar, o simplemente para sumirnos en las íntimas dimensiones de nuestro corazón.

El relato de Norma tiene su comienzo hace 75 años, cuando un suceso trágico llevó a su padre a quedarse viudo. Tiempo después, cuando Normita cumplió trece, una nueva mujer aparece en la vida de su progenitor y se convierte en su nueva esposa. Este casamiento no solo llevó a Norma a convivir con esta nueva persona, sino también con los hijos de la nueva mujer de su padre. Esta fue la primera vez que supo de Roberto.

Pasaron los años, y cuando Norma creció hasta convertirse en una jovencita de 16 años y Roberto en uno de 15, algo sucedió entre ellos. “Nos enamoramos. Fue mi primer amor”, cuenta en la Colonia mientras sus ojos observaban algo en la lejanía, algo que no era nada más que recuerdos e imágenes de la escena que siempre nos va a remitir a cuando conocimos a esa persona en particular. En un susurro y al oído de una de sus profesoras dijo: “Éramos muy chicos. ¡Nos cagaban a patadas si hacíamos algo! Pero no quiero decirlo fuerte porque suena feo. Eran otras épocas”.

A pesar de estos sentimientos, nuestra maravillosa mujer se casó con otro hombre a los 18 años y a los 19 ya esperaba su primer hijo. “Veintinueve años estuve casada. ¡Veintinueve! Pero me cansé de no tener nada, nada, nada. Así que me separé”. En los meses en los que Normita realizó el trámite de divorcio, la esposa de su padre, y madre de “su amor” (como ella le dice), se enfermó.

En ese momento, ella estaba de vacaciones en Córdoba, un tiempo fuera de la ciudad que había sido recomendado por su hermano: “Andate, andate, que te va a hacer bien”. Por otro lado, su amor había estado viviendo en Buenos Aires por trabajo y hacía cinco años que ya estaba separado. Entre risas de antaño y ensueño cuenta cuando su cuñada se acercó a ella a comentarle lo que Roberto le había dicho: “Ay, qué linda está la Norma”.

Ante semejante revelación ¿Qué podía hacer ella más que atinar a reírse? ¿Seguían, a pesar de la cantidad de años que habían pasado, sintiendo algo entre ellos? Su reencuentro se dio entonces una de las primeras tardes en el hospital. Norma caminaba por el pasillo cuando una mano suave tocó su hombro para llamarla.

-Hola, Norma. ¿Cómo estás? ¿Estuviste veraneando? –le preguntó Roberto con una sonrisa. De alguna manera, Normita sabía que esta conversación iba a darse en algún momento–¿Cómo te fue?

-¡Pua! –le contestó ella– Tuve una fila de candidatos.

Entre nosotros, lectores, queda lo que Norma nos contó: “No te miento. Te juro por mi madre que un pendejo de 27 años que hacía artesanías me preguntó: “¿Qué tenés que hacer esta noche?” ¡Yo tenía cuarenta! “Nene, le contesté, puedo ser tu mamá”. “Si, me dijo, pero yo para madre no te quiero”. Esta anécdota hizo reír tanto a los presentes que la escuchaban como a Roberto, quien le contestó:

-¿Y si yo te pregunto qué tenés que hacer esta noche?

-Vos sos el primer candidato.

“¡Me salió del alma!”, exclamó nuestra protagonista entre risas. Al segundo de haberle contestado eso, Roberto se acercó y le levantó los rebeldes rulos de la frente, le dio un pequeño beso y le dijo: “Tenemos que hablar”. Esa misma noche se juntó con su amiga Raquel, quien le dijo: “¿Viste, Norma? ¡Te abrió la jaula y vos entraste como un pajarito!”. Risas y más risas. “Se me escapó una vez, dos no”, pensó ella.

Desde esa tarde fría de junio hasta los confines del año en un caluroso noviembre, estuvieron manteniendo su relación por cartas. Roberto tenía que volver a Buenos Aires para seguir trabajando y Norma ya había vuelto a su cotidianeidad. Es este el momento en el que debo admitir que Roberto era todo un poeta. Sus cartas llenaban los días de Norma entre palabras dulces y educadas de todo el amor que sentía por ella. Ella las guardó desde el principio, por lo que la primera data del 21 de Junio de 1983 y comienza así: “Tati: Fíjate que no te llamo “querida”, porque me suena a mujerzuela, y tú no eres eso para mis sentimientos, sino algo más, quizás más de lo que puedas imaginar”.

Entre las páginas de una segunda carta, un pedazo recortado de papel y pegado con cintas se resbaló de entre mis dedos para que pueda leer la prosa a continuación:

“Donde hubo fuego

desperté con tus besos

y conocí el amor

a los quince años

el albor de la vida

por otros caminos me llevó

y hoy, errante caminante,

al amor he vuelto a encontrar

 

y camino feliz, junto a ti

de cara al sol y al viento

sin temor a quemarme

en las brasas que en las

cenizas quedan”.

En diciembre del 83 Roberto le dio una alianza a Norma. Se comprometieron, pero no se casaron, porque ella en ese momento aún seguía con los trámites del divorcio. Él le dijo al hermano de ella: “Mirá, yo quiero vivir con tu hermana. Tené cuidado que no le di un anillo de oro, pero ya se lo voy a dar. La voy a llenar de brillantes. No le voy a hacer faltar nada”.

Estuvieron juntos hasta hace unos meses cuando Roberto falleció. Nuestra protagonista recuerda cada palabra con la dulzura de un amor que no tiene fin. “Ahora tengo dos casas, dice, cuando antes no había tenido nada en veintinueve años”.

Termino el relato entre sonrisas que no puedo borrar. De vez en cuando necesitamos conocer estas historias para poder volver a pensar que el amor sí es posible, que quizás solo hace falta que nos dejemos llevar ante la vida, porque puede que ella sepa más que nosotros.

 *Ganadora del concurso de cuentos Manuel Musto 2021 con su libro “Monarca”

 

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