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«Gran Hermano»: la negación del otro y el desinterés por acceder a la verdad

El exitoso reality llega a su fin este lunes tras cinco meses en la pantalla de Telefé. Dos especialistas analizan el fenómeno que explora ideales neoliberales como el individualismo, la meritocracia y el predominio de la imagen

Después de cinco meses, este lunes culmina el reality Gran Hermano con el anuncio de una gran final y la expectativa de Telefé de cerrar un exitoso ciclo con altos puntos de rating. El formato, que volvió a la pantalla más de dos décadas después de su estreno en el país, tiene como finalistas a dos chicos y una chica, todos de unos 20 años con rasgos hegemónicos y ansiedad por alzarse con el millonario premio.

Al igual que en 2001, el reality no necesitó aggiornarse para convertirse en un éxito y ponderó valores de una sociedad capitalista y neoliberal: la individualidad, la estrategia y la supremacía del más fuerte, aunque esa fortaleza sea la capacidad de convivir durante cinco meses con un grupo de desconocidos y cámaras las 24 horas.

A diferencia de ediciones anteriores, y según palabras de los panelistas que interpretan lo que pasa dentro y fuera de la casa, el público no premió el juego y en cambio reivindicó los supuestos grandes valores del candidato a ganador, un chico salteño a quien sólo se vio entrenar, guardar silencio y mantenerse ajeno a las discusiones de la casa. Quizás sea porque en este país plagado de grietas, el silencio, el mantenerse al margen del escándalo y las confrontaciones aparezca como la mejor virtud, aunque eso implique no tomar partido ni postura alguna.

La edición que volvió a la pantalla chica no casualmente en la previa de un año electoral, prometía conflictos y debates acordes a las problemáticas actuales, pero derivó en un aplanamiento de las discusiones con personajes descoloridos y previsibles frente a un público que buscaba tomar partido ante cualquier mínima disputa.

Como corolario, un participante que se jactó para luego desmentir que guardaba fotos íntimas de sus ex parejas, rozando la violación al derecho a la privacidad, y la reciente acusación contra Marcelo Corazza, el primer ganador de Gran Hermano en Argentina y productor del formato, volvió a poner bajo la lupa a la pantalla de la televisión abierta que por más que se empeñe en mostrar una imagen familiar, con caras bonitas y supuestos buenos valores, no puede ocultar los atisbos de una sociedad en decadencia que la tevé sabe reflejar.

“El neoliberalismo impregnó a las sociedades y construye subjetividades más allá de los modelos políticos. Presume de la libertad individual por encima de lo colectivo. El programa es un emergente de esa perspectiva, de esa forma de actuar y pensar lo neoliberal. Por eso tienen tanto éxito, circulan y cobran fuerza, sobre todo en jóvenes, propuestas políticas relacionadas con esto. Junto a la defensa excesiva de la libertad individual se pone de relieve que hay que tener mano dura, estar armados, defenderse. La exacerbación del individualismo y de formas violentas son otra expresión en otro ámbito de esta forma de concebir la vida y de subjetivación”, dijo a El Ciudadano Zulema Morresi, docente de la facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de Rosario (UNR).

“Gran Hermano”: el  espejo donde nadie se quiere mirar porque nadie resiste un primer plano

Como te ven, te tratan

La dicotomía entre el ser y el parecer. Participantes que se enorgullecen de sus estrategias frente a quienes dicen mostrarse tal cual son. Los límites difusos entre realidad y la ficción. Un público que tiene en sus manos el poder de premio y sanción, y otro show paralelo que se teje en las redes sociales con comentarios, conspiraciones, memes y discusiones fueron los condimentos centrales del reality.

“Prevalece el individualismo, la idea neoliberal según la cual uno es responsable de su propia vida y destino, la importancia de la imagen y la construcción de uno mismo. Todo tiene que ver con el consumo: cómo te vendes y te producís. Tanto los personajes como los espectadores forman parte de una producción subjetiva donde el espectador los juzga, vota, saca y pone pero también incide en esa construcción del juego. El participante que se quiere quedar está preocupado por seducir a esos espectadores para que no lo saquen del juego. Un juego que es un espectáculo”, agregó Morresi.

Para la docente, se borró la diferencia entre lo fáctico y la ficción, y a nadie le interesa acceder a la verdad. “Es un programa de ficción donde se ficcionaliza la vida. A nadie le interesa si los personajes que representan tienen que ver con lo que son realmente. Incluso, en espacios donde se tratan noticias aparece lo que ocurre en Gran Hermano. Hay dos cuestiones que ya no tienen peso: la verdad y la autenticidad. Todo es espectáculo y apariencia”, planteó.

La pregunta por la imagen hacia el afuera resultó una constante dentro de la casa más famosa del país, habitada por un grupo de participantes que cambió la pantalla del celular por la de la televisión. Al mismo tiempo, la interacción en redes sociales y el show generado por fuera del reality resultó otro fenómeno de época que el programa supo aprovechar. “En versiones anteriores se planteaba la cuestión del encierro y el panóptico. Hoy no pesa el encierro, sino lo que los participantes generan allí y pareciera que esta sociedad en redes virtualizada traspasa el muro de los encerrados. Antes se pensaba en el vouyerismo; hoy no sólo se quiere ver lo que pasa adentro sino influir y eso arma otro juego entre los espectadores. Hay un juego entre los personajes, los productores y los espectadores. Al juego del programa televisivo, se arma un juego paralelo entre los espectadores en las redes”, opinó Morresi.

Verdugos

Betina Monteverde es psicóloga y docente de la carrera de Trabajo Social en la UNR. Para ella, este tipo de formatos en los que se pone en competencia a los de adentro y a los de afuera establece un modelo pobre de interacción pero otorga una sensación de poder para los espectadores. “Ser el mismo verdugo como público de la selección social de la sociedad, a quién eliminamos y a quién premiamos. Al tiempo que muestra jóvenes con ambición de ganar dinero a cualquier precio. Una subjetividad neoliberal que se expone a la competencia por ganar un premio, tejiendo estrategias en factores humanos, con quién te alias, cuál es la mejor relación de conveniencia para eliminar al otro y salir ganador”, señaló.

Para Monteverde, el formato se apoya en los cambios tecnológicos que incentivan una exposición constante del yo: “Hacer públicas las cosas privadas y depender de la interacción con otro: cuántos seguidores o likes tengo. Se incentiva ver esa escena pública que tiene mecanismos identificatorios de las historias que narra”.

En esta edición, quizás más que en otras, se reivindicó la figura del jugador como escindido de la persona. No había traiciones, sino estrategias para sacar contrincantes y llegar a la final. No había amistades, sino alianzas. Sin embargo, los panelistas aseguraron que “la gente no premió el juego”, y apostó por personas que respeten valores acordes a la “moral y buenas costumbres”.

“Asistimos a un cambio de valores culturales; qué pondera la población y a quién premia. También cuáles son los modelos que se están mostrando. Se busca imponer alguna modalidad de la manera de ser por la cual podés llegar. Se trata de dispositivos que se montan y estrategias con lo social, lo político, lo económico para moldear subjetividad”, expresó Monteverde. Y agregó: “Deleuze trabaja las sociedades de post control donde las formas no son el disciplinamiento de los cuerpos sino el modelaje de la conducta a distancia. A partir de las nuevas tecnologías y marketing, la exhibición y la publicidad generan otra forma del ser y un cambio de la subjetividad”.

Monteverde señaló también que hay una “intensificación del narcisismo a la vez que una banalización de las discusiones”. “Se discute sobre las situaciones del programa cuando se deberían discutir situaciones del país. Genera un aplanamiento donde cualquiera puede opinar en una falsificación de la democracia: cualquiera tiene posibilidades de aparecer y cualquiera tiene la posibilidad de opinar sobre lo que pasa. Viene bien en contextos neoliberales donde parecería que la política queda descalificada”, expresó.

En un año electoral donde las alianzas están a la orden del día y las caras nuevas son sólo un espejo de oscuros fantasmas del pasado, la televisión vuelve a apostar por llenar la pantalla con discusiones vacías, caras bonitas y personas que no buscan confrontar detrás de las cuales se esconden viejos ideales siempre vigentes en una sociedad en constante ebullición.

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