Un biólogo salteño de 35 años formado en Cuba y Brasil es el responsable durante la actual travesía del rompehielos “Almirante Irízar” del monitoreo de aves y mamíferos marinos mientras el buque navega los mares más australes del mundo para abastecer las bases argentinas en el continente blanco.
Facundo Álvarez, de él se trata, se recibió de licenciado en Ciencias Biológicas de la Universidad de La Habana, cursó su maestría en la Universidad Federal de Pará y el doctorado en Universidad Estatal de Mato Grosso. Y todos los días desde la salida del sol y hasta el ocaso se instala con sus binoculares y planillas en el puente de observación del rompehielos para registrar las aves y mamíferos marinos a la vista desde el buque como parte de un proyecto de investigación del Instituto Antártico Argentino (DNA-IAA, Cancillería), que está liderado por el también biólogo José Luis Orgeira.
Álvarez señaló que su investigación, a la que inició en 1987, “busca establecer cómo están cambiando las dinámicas poblacionales de las diferentes especies”.
Y añadió: “Aquí podemos encontrar decenas de aves y mamíferos que van desde cinco especies diferentes de ballenas como la azul, la jorobada o la minke, que son las que tienen mayor presencia, hasta cuatro especies diferentes de focas que dependiendo de zona de la Antártida en la que nos encontremos podemos ver a la cangrejera que tiene mayor distribución, o la de Weddell en el Mar de Weddell, elefantes y lobos marinos en distintas costas, o foca de Ross” en el mar homónimo.
“El trabajo –indicó el biólogo– consiste en evaluar las dinámicas poblacionales y patrones de distribución para ver si la distribución actual se condice con la distribución de hace treinta años o si el calentamiento global estaría teniendo algún tipo de efecto sobre los patrones de dinámica poblacional y distribución”, indicó.
En ese sentido, sostuvo que “todos los trabajos e investigaciones multitemporales permiten tener datos de base, como los registros de las décadas de 1980 y 1990, que se puedan contrastar con los datos actuales. No es lo mismo comparar los datos de 2022 con los de 2021 que compararlos con los de 1992, mientras más datos tenés disponibles mayor fortaleza estadística tiene el trabajo y las conclusiones científicas van a ser más sólidas”.
“Tener todos estos relevamientos nos permite decir que en los últimos 90 años la distribución de krill se desplazó unos 450 kilómetros hacia regiones cada vez más australes, y el krill es la base trófica de toda la biodiversidad antártica; entonces el desplazamiento del krill hacia latitudes más australes está forzando a que las poblaciones que dependen de ese recurso, que son la mayoría, también se sientan presionadas a ampliar su distribución cada vez más hacia el sur”, añadió Álvarez.
El investigador destacó que “este tipo de trabajos multitemporales permiten evaluar los patrones de distribución, las dinámicas poblacionales y sus desplazamientos frente al cambio climático que no es sólo calentamiento global, sino también acidificación de los océanos, derretimiento de los glaciares, aportes de detritos al agua y otros efectos que también podrían estar condicionando a estas especies.
“Esto a modo al menos de advertencia porque ya existe concientización y quizá lo que falta es sensibilización, porque a pesar de que somos conscientes de los efectos de las acciones antrópicas las acciones de mitigación siguen siendo insuficientes; las áreas de protección de los ecosistemas australes todavía no consiguen abrazar toda la biodiversidad y están colocadas en sectores que no se superponen con intereses de explotación pesqueros”, consideró.
Álvarez resaltó que, “como en cualquier otro trabajo, lo más importante para estar acá es que te guste; el principal desafío para llevar adelante esta tarea es saber adaptarse a los cambios en las condiciones de navegación o de temperatura, quizá la parte más difícil es la presión del horario porque por ejemplo ahora que estamos en abril las horas de luz son menores, pero al principio de la campaña que vamos directo al mar de Weddell hay luz las 24 horas y la intensidad de trabajo es mucho mayor porque nosotros censamos aves y mamíferos desde que sale el sol hasta que se pone. Gracias a Dios fuimos un equipo de dos y nos pudimos ir turnando porque nuestro trabajo es monitorear desde el puente de observación con pausas sólo para ir al baño”.
“La capacidad para identificar las especies que se observan es algo que se va ganando con el tiempo y la experiencia en cada navegación, al principio es difícil porque son muchas especies y todas tienen sus patrones pero de a poco se empiezan a reconocer patrones de vuelo, siluetas, tamaños, proporciones, en el caso de las aves a qué distancia del agua vuelan, en el caso de las ballenas cómo son su soplidos o cómo muestran el lomo o la cola al emerger, poco a poco se construye el hábito y ayuda mucho la lectura de la guía de aves de (José Luis) Orgeira (integra el departamento de Biología de Predadores Tope, Área de Ciencias de la vida, Instituto Antártico Argentino -DNA-IAA-) o de las guías de mamíferos”, explicó.
El biólogo mencionó: “Mi primer contacto con la Antártida fue participar de la invernada de 2014 y desde ahí empecé a trabajar con aves y mamíferos, en 2017 me convocaron de nuevo para realizar la campaña antártica embarcado en el Almirante Irízar y desde ahí estoy viniendo para hacer todos los monitoreos desde este buque que tiene la particularidad de que tiene la capacidad de navegar en todo el mar de Weddell que es uno de los principales puntos de los que consideramos que serían de los últimos en experimentar el cambio climático”.
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