Los pies del público samban tímidos bajos las butacas, hacen vibrar suavemente el piso del Teatro El Círculo. Pero con cuidado de que no suene demasiado fuerte, nadie se quiere perder ni un solo detalle de la música que está sonando. Caetano, ágil y gracioso, en el centro del escenario, baila sonriente, invita al público a hacer palmas.
Un viaje por “seu coco”
El concierto nace de la excusa de presentar Meu coco, el último disco de Caetano Veloso. Además de la obvia misión de brindar nuevas canciones, este disco invita a emprender un viaje por la cabeza, las ideas y los conceptos del compositor brasileño. Este recorrido por el disco es más que interesante si se piensa que Caetano es un músico que se reinventa incansablemente desde hace ya más de sesenta años; un artista que está más allá de su propia novedad: trasciende su innovación y se transgrede a sí mismo constantemente.
La vanguardia es así
Algo de ese gesto vanguardista se repone también desde la escenografía realizada por Hélio Eichbauer y adaptada por Luiz Henrique: una proyección simple sobre el telón que se complementa con una estructura de metal que genera líneas rectas con sus sombras. Una imagen muy sencilla que se irá complejizando con los juegos de colores, luces y sombras que recuerdan a la estética vanguardista de la Bauhaus.
Ese mismo concepto se vio reflejado en la elección musical: un juego entre la fuerza de la percusión, variada, multifacética, que conllevó un despliegue enorme de instrumentos ubicados a la izquierda del escenario y la suavidad de las melodías y armonías de los instrumentos de cuerdas, a la derecha. Una banda sólida, precisa y multifacética que se adapta perfectamente al juego de contrastes.
El juego entre fuerza y suavidad, entre ritmo y armonía, hilvanada por la voz de un cantante único, que a pesar de su resfrío, logra unir con maestría estos opuestos genera una maravilla de concierto que despierta ovaciones continuas en el público.
El repertorio también jugó con los contrastes, porque si bien las canciones del nuevo disco fueron las estrellas invitadas y hubo momentos sublimes como “Meu coco”, “”Anjos Tronchos” y la declaración de principios “Nao vou deixar”, también hubo algunos clásicos que fueron coreados por el público como “Cajuína”, “Itapua” o “Reconvexo”.
Comentario aparte merece el poema de Álvaro Campos, “O pulsar”, musicalizado por Caetano y expuesto con un juego sincronizados de luces, voz y sonido que no hace más que reforzar el gesto provocador y bello de la estimulación de todos los sentidos que ya venía proponiendo el concierto.
En palabras de Caetano: “La forma general del espectáculo se debe también al placer del regreso casi post-pandémico a los escenarios y a la atención a mi historia en este arte tan amado y bien cultivado por los brasileños”. Porque si algo le debemos a este disco, es justamente la posibilidad de ver al músico de 81 años subido nuevamente al escenario trayendo bajo el brazo la alegría de propia novedad.
La juventud recuperada
Uno de los momentos más sublimes de la noche se abrió paso cuando Caetano decidió cantar “la canción que no sabía”: en un homenaje a Violeta Parra y a la canción latinoamericana, el músico decide entonar, guitarra en mano, “Volver a los 17”. Y ese empujón en el tiempo le sirvió para recuperar el espíritu rockero unos temas después de la mano de “La bossa nova é foda”.
Después de casi una hora y media de show, los aplausos seguían reconociendo al artista hasta que se transformaron en pedidos de bis cuando se produjo el apagón de despedida. Los músicos volvieron a escena y tocaron dos temas más para aplacar el pedido del público. “Masidao” y “Odara” funcionaron a modo de despedida.
Intimidad
Ni la monumentalidad del teatro, que por su magnitud y su aire de grandeza podrían ser intimidantes para el público, ni el frío que le quiso jugar una mala pasada a Caetano, lograron evitar la mágica comunión entre el cantante y su gente. Es increíble cómo la voz de Caetano se desliza suave por las distintas frecuencias de onda: la dulzura, la precisión, lo envolvente de su timbre no se detiene con un simple resfrío.