La gran muestra tecnológica Smart City Expo en las instalaciones del Nodo Tecnológico de Santiago del Estero dejó una sorpresa: el Ministerio de Seguridad presentó al Cabo Lugones, el primer robot policía, con forma de perro, que utiliza una combinación de sensores e inteligencia artificial para moverse y realizar tareas específicas de investigación.
Lugones ya tiene legajo policial. Se adapta a varios terrenos, como arena, barro y nieve. Precisamente, su desarrollo está centrado en el desempeño para moverse en lugares difíciles y con obstáculos. La inteligencia artificial, alimentada por varios sensores, le aporta la capacidad de aprender a modificar sus desplazamientos ante circunstancias imprevistas en zonas adversas. Puede, por ejemplo, seguir los movimientos de un objeto y reaccionar en consecuencia.
Para eso, está equipado con sensores de alta precisión que lo guían en tiempo real. Unos táctiles, cámaras de video, ultrasónicos, módulos GPS y otros sistemas. Así, con el análisis inteligente de las imágenes, Lugones puede percibir el entorno mejor que un humano. Porque, además de las cámaras convencionales, posee otras granangulares tipo ojo de pez y un módulo para percibir la profundidad, que se entrenan con algoritmos propios.
En unos segundos, el dispositivo es capaz de escanear los alrededores y crear mapas de navegación que le permiten planificar su recorrido. Y puede llevar otros dispositivos, ya que soporta cargas de hasta tres kilos. A todo lo anterior le suma la imprescindible memoria, de grado industrial, y un sistema de micrófonos.
Torturador, violador de menores y sodomizador de animales
El bautismo del can electrónico no puede ser menos feliz: un apellido lleno de oscuridad. Hijo del poeta Leopoldo Lugones, «Polo» fue jefe de la Sección de Orden Político en la Policía de la entonces Capital Federal tras el derrocamiento de Hipólito Yrigoyen a manos del general José Félix Uriburu. Y entonces, reinventó la picana como instrumento de tortura. Algunos sostienen que ni en eso fue original, porque el cambio de uso de la herramienta utilizada para arrear ganado fue unos años antes del otro lado del «charco».
Antes del golpe, Leopoldo padre, ya consagrado en la literatura, tuvo que interceder ante el presidente radical por su único hijo, que estaba a punto de ser condenado a una década de prisión acusado de violar niños internados en el Reformatorio de Olivera, del que había sido director durante el gobierno de Marcelo T. de Alvear.
El escritor Ricardo Ragendorfer recreó la humillante escena del promotor de «La hora de la espada» –una vez volcado al fascismo– ante el Peludo: imploró invocando el «honor familiar» para tapar las ignominias del vástago, a quien de adolescente ya había descubierto sodomizando a una gallina. Todo un adelanto de lo que sería.
En verdad, hay versiones encontradas sobre el «invento» de la picana como herramienta de tortura: muchos se la asignan al comisario uruguayo Luis Pardeiro, quien en 1926 ya la había puesto en práctica para agilizar confesiones.
Ragendorfer sostiene que, en todo caso, a «Polo» le cabe el triste mérito de importarla a la Argentina y extender su utilización en casi todas las comisarías del país. Ya en la última dictadura cívico militar, fue un símbolo del terrorismo de Estado.
La miseria de esa época también alcanzó a «Polo», aunque después de su muerte, porque se suicidó en octubre de 1971 luego de que su esposa se negara a hospitalizarse y muriera de cáncer.
La hija del Leopoldo torturador, Susana Lugones Aguirre, conocida como Pirí, una escritora, periodista, editora y traductora argentina que se presentaba como «nieta del poeta, hija del torturador», fue secuestrada el 20 de diciembre de 1977 por uno de los «grupos de tareas» de la Armada y permanece desaparecida. Se supone que fue torturada con el instrumento que su padre popularizó entre las fuerzas de seguridad.