Ana Clara Pérez Cotten, Télam
La última temporada de Black Mirror refuerza una tendencia que excede a la serie porque también puede rastrearse en la literatura y el cine al proponer viajes al pasado para imaginar un presente distinto o escenas futuras pero fácilmente imaginables para el espectador, en una operación que podría leerse como un corrimiento de qué es ciencia ficción y qué no modifica el imaginario sobre qué esperamos del futuro en la era de la Inteligencia Artificial.
El encanto de la ficción distópica que pronostica un mundo aterrador o al menos radicalmente distinto está en que no se materialicen todas las predicciones de forma secuencial y exacta, una a una. ¿Qué sentido tiene que exista Black Mirror en un mundo como el de hoy marcado por los deepfakes, la posibilidad de que la Inteligencia Artificial altere a tal punto el mundo del trabajo que nos deje obsoletos e incluso cuando el avance del calentamiento global parecen haber dejado a la vuelta de la esquina el escenario distópico?
Black Mirror solía ser una de estas ficciones que propuso en las tramas de sus primeras temporadas -desde las emitidas por la televisión pública británica hasta las producidas y lanzadas por Netflix a partir de la tercera temporada- escenarios en un futuro remoto o, al menos, en un presente con un sutil pero icónico cambio tecnológico.
Pero las cosas empezaron a cambiar cuando esos escenarios distópicos y atractivos empezaron a resolverse de manera especular, en la vida cotidiana de los espectadores. En el primer episodio de todo Black Mirror, estrenado en 2011, el premier del Reino Unido se baja los pantalones y penetra a un cerdo, una escena que generó carcajadas y escándalo de millones de británicos a los que divertía el extremismo de la imagen, en el límite del humor político irreverente.
La sorpresa llegó cuatro años después, cuando a mediados de 2015, se publicó una biografía del primer ministro David Cameron, en el que se relataba cómo durante un ritual iniciático universitario había introducido “una parte privada de su anatomía” en la cabeza de un cerdo muerto.
A medida que las temporadas de la serie se fueron sucediendo, la distancia entre el futuro imaginado por la ficción y la realidad se fueron emparejando al punto que los creadores decidieron en la sexta temporada, la última estrenada, dar un giro y “dar de baja” a los planteos distópicos (y también por eso sólo dos de los capítulos suceden en el presente) para empezar a trabajar en ucronías, relatos que se preguntan cómo sería el mundo si hiciéramos un cambio puntual en la historia bajo la lógica de “qué hubiera pasado si…”. Aún cuando están ancladas temporalmente en el pasado, las ucronías pueden elaborar teorías sobre el presente o vaticinar sobre el futuro, en el gesto profundamente humano de revisar nuestro pasado: ¿Cómo serían hoy las cosas si en el pasado hubieran sido distintas?
Autor de libros como Miles de ojos o En el cuerpo una voz, Maximiliano Barrientos trabaja en su literatura la hibridez de distintos géneros como el terror, la ciencia ficción o la weird fiction y advierte que el uso “masivo” que los consumos culturales hicieron en los últimos años de la distopía no es ingenuo. “Creo que puede haber un uso ideológico de lo distópico para crear la ilusión de que lo terrible no está sucediendo ahora sino en un futuro por venir. Esa sociedad de control que obsesionaba a Foucault, ese matrimonio cruel entre biopolítica y tecnología, ya está sucediendo ahora, pero todas estas series y películas de las que se nutre la cultura popular la presentan como una amenaza probable. Algo de lo que tenemos que preocuparnos más adelante. Con la pandemia y el teletrabajo tuvimos un vislumbre del horror que está sucediendo”, sostiene.
Por otro lado, entiende que lo distópico como moda evidencia un agotamiento de la imaginación y la incapacidad de pensar el futuro de manera distinta a la degeneración del presente. “Hay que vincular este agotamiento al liberalismo como un discurso triunfante, como único sistema posible, que es lo que celebraba Fukuyama en su ensayo famoso de los años 90. Otra forma de agotamiento de la imaginación puede encontrarse en esta obsesión con el pasado y con la recreación del mismo como si se tratara de un museo. La nostalgia como mercancía está afianzada en la incapacidad de afrontar al futuro como algo distinto al presente, esa es la muerte de la utopía”, propone sobre esta “revalorización” del pasado y cree que, de alguna forma, son parte de una imposibilidad de pensar en un futuro diferente: “Me parece que este fetiche del pasado es la otra cara de la moneda en cuanto a las ficciones distópicas, porque en ambas se rechaza al futuro como alteridad. La nueva novela de Gueorgui Gospadínov, con la que ganó el Booker este año, va por ese lado. Todo este debate de la inteligencia artificial, que parece ser el gran tema de las narrativas distópicas, reavivan ciertas cuestiones que Lyotard trató en su libro Lo Inhumano. El miedo que tenía el filósofo francés radicaba en que la muerte de lo humano representada por las IA también podrían implicar la muerte del disenso, que es lo que constituye nuestro ser político”.
En la nueva temporada de Black Mirror, los capítulos transcurren en el pasado: en los 2000, en los últimos 70 o incluso en 1969, pero pareciera no ser un “capricho” de los creadores de la propuesta sino que tiene ecos en otros escenarios ficcionales. “En literatura latinoamericana quien mejor está trabajando ese terreno es Roque Larraquy, sus novelas pueden ser catalogadas como ciencia ficción pero están ambientadas en el pasado y trabajan con paradigmas científicos que ahora nos resultan obsoletos”, sostiene Barrientos, para quien es muy interesante leer a Larraquy desde Foucault y desde lo que llamó “voluntad de saber”.
En definitiva, para el autor vivimos una época de agotamiento de la imaginación porque “nos imaginamos el futuro como catástrofe (lo apocalíptico) o como una degeneración del presente (lo distópico)”. “Esto es un síntoma que se remonta a la muerte de la utopía y a la imposibilidad de imaginar un mundo que aparezca como algo distinto del liberalismo (y esto, obviamente, es ideológico). Esa incapacidad de pensar la alternativa se ha grabado a fuego en el sentido común de la gente”, analiza y sostienen que es justamente por eso que le interesa la literatura weird por eso mismo, que va en contra de ese sentido común creado por el liberalismo. “Aparece como una narrativa hospitalaria de lo radicalmente otro. Eso otro por venir que cuando se dé, el evento, producirá un cambio total del orden simbólico. Es por eso que la literatura de género es más política que el realismo”, define.
En 2019, el filósofo y escritor Esteban Ierardo escribió dos libros inspirados en la serie Black Mirror, Sociedad pantalla y Mundo virtual, publicados por Ediciones Continente, en los cuales los capítulos distópicos de la ficción son el disparador de reflexiones críticas sobre la cultura tecno-global. Profundo conocedor del “universo Black Mirror” advierte que la concepción de la serie cambió completamente cuando la compró Netflix: “Solía habilitar reflexiones sobre el impacto en nuestra vida del exceso de tecnología y eso estuvo muy logrado en las primeras temporadas que se emitieron en la televisión británica. Cuando Netflix toma el control, la serie dejó de tocar puntos críticos”.
En la última temporada, Ierardo cree que la trama “se entrega a un juego de imitación de formatos con un propósito de entretenimientos”. El primer capítulo, “Joan Is Awful” protagonizado por Salma Hayek, es una suerte de comedia autorreferencial en la que la plataforma se permite burlarse de sí misma y de cómo los algoritmos moldearán nuestra vida en el futuro cercano. “Antes, mucha gente evitaba ver la serie porque se angustiaba. Ahora, eso está invertido, se convirtió en pasatista y puro entretenimiento”, sostiene el filósofo sobre cómo esa trama que pretende alertar sobre la clonación con deepfakes, en verdad, se convierte en una simple comedia pochoclera. Para él, la última temporada de Black Mirror reedita esa idea de Marx de que la historia se repite primero como tragedia y, después, como farsa.