El reflejo del sol en el enorme ventanal se desliza delicadamente sobre la superficie del agua. Es hipnótico ver ese celeste ondular. El calor abraza y arrasa. La sensación de vulnerabilidad convive con la fortaleza de animarse a; enfrentando la potencia de un monstruo que existió y que permanece, pero que no va a seguir condicionando decisiones. Parada en el borde de la pileta sólo se me vienen flashes de todas las cosas que deje de hacer por ser gorda. Mientras, con los dedos del pie, jugueteo con el agua cálida. Finalmente va a pasar. Si vieras la malla que tengo puesta nos reiríamos juntas/os, realmente mi desparpajo me está llevando a límites inusitados. Ella me dice, dale Romi, metete, y ahí me mando.
No puedo creer que estuve tantos años limitándome a la pelopincho, con todo el respeto y amor que le tengo a la pileta desmontable, fiel compañera de veranos rosarinos potentes. Cada paso, cada zambullida, me recuerdan cuan mierda dejé que me hiciera la mirada externa. Cuantas privaciones por miedo y por vergüenza. Por no ser (o parecer) quien debía ser (o parecer).
Me hundo en preguntas
¿Cuánto estrago puede hacer un sistema en una vida?, ¿se entenderá que el reclamo trasciende las formas corporales?, ¿es tan difícil de comprender que todos y todas, más allá del cuerpo que tengamos, tenemos derecho a vivenciar experiencias sin prejuicios y discriminación?, ¿de verdad creen que debemos detener nuestra vida hasta que nuestro cuerpo se adapte a sus estándares de belleza, de salud, estándares poco realistas?, ¿Quiénes se abogan el derecho a decir quien sí y quién no?, ¿tanta supremacía moral les da ufanarse como portadores de la verdad?, en definitiva ¿se entenderá el reclamo?
Entro más profundo al agua.
Cada paso que doy me emociona. Reafirmo mi derecho a disfrutar. Sólo eso. Disfrutar. Despojada de cánones de belleza, de opiniones, de miradas ajenas y propias. Aunque no es tan simple zanjar la herida gordofóbica que persiste, que con eco insistente intenta sabotear esa sensación de plenitud y alegría; no me detengo, no me paraliza.
Voy más hondo.
Ya no importa si nado contra la corriente, estoy nadando. Cuando me sumerjo y encuentro el silencio que retumba en mi nuca, me abrazo a esa sensación de libertad reprimida por años, por el temor a la burla. Lloro y entiendo cuanto tiempo le regale al miedo. No quiero que siga pasando esto. No quiero que le pase a nadie más. Más allá que la gordofobia persista, somos muchas las que resistimos y seguimos reafirmando nuestro derecho a recibir un trato digno trascendiendo la corporalidad, entendiendo que todas y todos los cuerpos son válidos por igual. La pile, ese micro campo de batalla que nunca pude conquistar, hoy es un escenario que me recibe y me deja nadar en paz.
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*Licenciada en Ciencia Política (UNR), militante por la diversidad corporal, anticapacitista, docente de Problemáticas de la Discapacidad, Sociología de la Discapacidad, y de Metodologías en la UGR, trabajadora en la Secretaría de DDHH de la UNR. Columna de opinión “Cuerpas mutantes”. Miembro fundacional de IG: @alicya.para.iberoamerica (Asociación por la liberación corporal y alimentaria para Iberoamérica). IG: romina.sarti