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La juventud, ese divino tesoro

Si alguna vez la juventud estuvo perdida, digámosle que ya la encontramos.

Recuerdo cuando terminamos la primaria y con nuestros tímidos 13 años fuimos todos después de la escuela a comer a un bar del centro. Nos mirábamos y tratábamos de echar la sensación amarga del extrañamiento de nuestro lado, pero no se podía, estaba ahí, o eso creí durante mucho tiempo, hasta que comprendí que no se trataba de extrañar a las personas, sino de un egoísmo más fundamentado, se trataba de un extrañamiento de mí mismo, y era por eso que no se lo podía echar de nuestra mesa. Cada uno después del bar iba a hacer la suya. A algunos no los vi más. A otros los sigo viendo, pero ése no es el caso; el caso es que cuando llegué a mi casa y prendí la televisión nos vi retratados, y al cambiar de canal, me volví a ver retratado, y así. En la biblioteca estaba retratado mi reciente recuerdo colectivo, como también en las palabras rígidas de mis padres. También hablaban de nosotros los vecinos. La radio, los diarios y la policía en sus cuarteles hablaban de nosotros. Las maestras entre cigarrillos y cafés de recreo hablaban de nosotros. Todos hablaban de los nuevos jóvenes, menos nosotros, los nuevos jóvenes.

Todos los años desde que dejé la niñez escucho los discursos en clave dirigidos a los padres y madres de la Argentina y el milenio, todos los días desde ese día en que dejé la primaria, veo jóvenes como yo reprimir lo que no se debe reprimir. La suerte de mis compañeros no fue la misma. Desde que ellos dejaron la escuela, y ese bar del centro, e hicieron la suya, no tuvieron mis posibilidades, y no se vieron reflejados en la pantalla, no se vieron reflejados en las conversaciones, no se vieron en el futuro, sino que escucharon la voz de lo correcto que transmiten los medios con sus métodos (que son más futuristas, eficientes y nefastos que cualquier otro método), y que también sus padres repiten como cotorras, lo que a ellos sus propios padres, y otros puntos infectados de la comunicación les dijeron, y llevan a cabo la represión a sus hijos, por medio de la incentivación a la auto represión; a dejar en ridículo las ideas. A obligar a dejar atrás la imaginación porque, claro, es cosa de niños. A decir siempre la palabra justa, porque sino los ojos del mundo te miran mal. Y ellos hablan de la juventud. Y los niños siguen dejando de ser niños, y pasan a ser adultos, rompiendo con la niñez tan bruscamente que dejan heridas que no se pueden cerrar. Y ahora, cuando hablan de la juventud me hacen cerrar el puño de bronca y golpear al vacío, o por lo menos hasta hace unos pocos días, en que los jóvenes, sin querer queriendo, pusimos la primera de las trabas al discurso de siempre por medio de ejemplos, en uno tan duro como la muerte misma, de un joven idealista que murió en manos de una patota asesina del sindicalismo, plantando la semilla exquisita de la revolución; y en otro lado, tenemos al ejemplo de la juventud que nace (o que más bien demuestra que siempre estuvo viva) con la tristeza, con la tristeza de ver caer a un líder, del que ya se habló mucho y no pretendo tocar más su imagen, de la juventud que logró cambiar en una plaza los sentimientos de un país, los jóvenes que hicimos que todo aquel que lloró y se sintió espantado ante la muerte de Kirchner, pudiera cambiar de sentimiento, y pasar de la tristeza a la esperanza, los que logramos que puedan por fin respirar tranquilos y dejarnos con confianza el futuro en nuestras manos. Qué digo futuro, ¡el presente en nuestras manos! ¿Para qué el futuro si ya estamos listos hace rato? El futuro es para los que no nacieron.

La juventud que sigue reprimida y no quiere soñar pensando qué carrera va a llenar mejor su bolsillo y se olvida de llenar su corazón tiene que escuchar este grito, tiene que escuchar el grito de las decenas de miles de jóvenes que le cambiaron el color al luto, los que todavía están encerrados en su prisión de carne y huesos que el enemigo de turno supo construir a su rededor, rompan las cadenas y sean, o traten de ser, militantes de lo cotidiano, militantes del día a día, militantes de la felicidad, y no esperemos el futuro, porque hay quienes ya viejos lo siguen esperando, apropiémonos del presente, que es lo único que tenemos y es lo único que va a venir.

Continuemos el ejemplo de Mariano Ferreira y sus compañeros, que a pesar de las diferencias dejan la vida por el amor a la humanidad. Continuemos el ejemplo de los que se pusieron de pie para despedir al ex presidente, pero que también se pusieron de pie para bienvenir a un proyecto nacional nuevo. Continuemos el ejemplo de todos los jóvenes que creen en sus ideas, y no la llaman adolescencia, no la llaman utopía, no la llaman pubertad, sino que la llaman cambio, revolución, amor. Continuemos el ejemplo de dejar mudo al periodismo retrógrado que dice que la juventud está perdida, y si alguna vez estuvo perdida, digámosles que ya la encontramos, y que está intacta.

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