El prolífico director y escritor Santiago Loza puso bajo su foco la amistad y sus metamorfosis a través de una caminata de dos mujeres en Amigas en un camino de campo, película que se puede ver en la porteña Sala Lugones, para luego tener funciones en otros espacios de CABA, desde este jueves El Cairo de Rosario y en la sala Hugo del Carril de Córdoba.
«La película tiene varios orígenes. En el momento que se hizo yo estaba más involucrado con la poesía e iba a un taller. Se hizo en un momento medio pandémico, de encierro. Tenía ganas de contar eso y vínculos de amistades. En el medio aparece la poesía de Roberta Iannamico y con ella una espacialidad que se describe en su poesía. Se hizo por la propuesta de la productora, con ciertas restricciones de presupuesto y tiempo, con las que vi que se podía hacer», explicó Loza a la agencia de noticias Télam.
Una mujer (la actriz cordobesa Eva Bianco) mira por la ventana de su casa mientras toma un té y en el reflejo del vidrio se ve una fugaz luz verde que desaparece del plano, a la vez que se escucha un estruendo. Una mueca de sonrisa se dibuja en su cara. Ya al otro día, una joven ingresa a su casa y sin mucho mediar, se abraza con el personaje de Bianco, para luego, en el desayuno, mostrar la fricción entre ambas.
Esa es sólo la presentación de la protagonista, solitaria, cómoda en su rutina y un tanto reticente a variarla, aunque su hija fuera de visita. El desayuno es interrumpido por el llamado de una amiga (la actriz porteña Anabella Bacigalupo), quien la invita a pasear por el campo para buscar el meteorito que cayó en la madrugada. Poco importa que la joven recién llegara de la ciudad de visita al pueblo.
Amigas en un camino de campo fue rodada en Villa Ventana en el invierno del 2021, y fue escrita por Loza junto a Lionel Braverman; además de los poemas de Iannamico, que son momentos en los que las actrices rompen la «cuarta pared», se puede escuchar la música original compuesta por Santiago Motorizado y observar la dirección de fotografía de Eduardo Crespo.
Respecto de qué fue lo que lo atrapó de la amistad para hacer esta película de caminata, Loza expresó: «Hay algo de la amistad que es muy constitutivo de mi vida con ese tipo de vínculos y lealtades, que se arman con más fuerza que los lazos de sangre. La película tenía que ver con esa fuerza y sus mutaciones y despedidas. En el momento en que se hizo, había cierta sensación de despedida y de fin de ciclo. La película marca esos vínculos en la madurez, que es expresada en el personaje de la hija y su amiga del pueblo».
El dramaturgo y realizador también deja medio inconclusa la relación madre-hija. Al respecto, expresó: «Me pareció que la película cuenta la historia de esa caminata de dos amigas ya adultas y el resto es como la prehistoria que las construye desde otros vínculos y marcos por fuera de esa unión. Con lo poco que se decía se podía entender a la protagonista, sobre todo en la austeridad de palabra, que la hija pareciera heredar».
Son interesantes los pasos en falso que dan las dos amigas con la memoria. Cada una recuerda a su manera el mismo hecho que vivieron juntas. «Me parece que la memoria siempre arma una suerte de ficción, donde se acomoda a la necesidad personal de quien la vive. Uno va armando esa memoria y sucede que las versiones de mis amigos no son claramente las que a mí me quedan. Por momentos, vamos hacia cierta zona en la que no hay una memoria en común. La amistad confluye en una necesidad de ir más allá de lo racional, de aceptar la diferencia cuando se sabe que no se recuerda de la misma manera. Es como una necesidad del otro, a veces muy primitiva, de compañía. Supongo, no lo sé, los estoy pensando en el momento (risas)», planteó.
Y sobre cierta mirada egoísta o egocéntrica sobre el vínculo, sumó: «Yo no lo veo así porque también en la amistad se quiere que al otro le sucedan buenas cosas. En la amistad hay algo de renuncia para que el otro esté bien. Se renuncia incluso a su propios deseos. Y eso en la película se ve en las charlas que tiene estas dos amigas, que están en un momento crucial de sus vidas y de su relación».
También se ve en el film cómo la amistad a lo largo de esa caminata va mutando. «Va cambiando, muta, y ahora que pienso, hay algo de los vínculos que se vuelven a pautar. Se reestablecen y si eso no sucede es porque el vínculo no está tan vivo. Hay algo que se vuelve a reencauzar. A mí me pasa eso, que en la madurez hay algo de volver a revisar los vínculos. No me disgusta la idea del perdón ni tampoco a cierto derecho al olvido», evaluó Loza.
Esa caminata entre amigas surge para buscar un meteorito, algo fuera de lo común. En ese sentido, destacó: «Me parecía que tenía que haber un gran recuerdo, que iba a diferenciar esa caminata de otras y la caída de un meteorito me parecía extraordinario. La poesía de Roberta también tiene algo de eso, que impacta en la zona más cotidiana. Eso y cómo el relato fantástico no se llega a desarrollar».
Acerca de por qué filmar esta historia de amistad en un pueblo como Villa Ventana y no en una ciudad, el cineasta analizó finalmente: «En parte porque ahí vive Roberta, y en parte porque le daba particularidad a la película. Villa Ventana es un lugar muy marciano, muy extraño, o por lo menos en el tiempo en el que filmamos la película,. La luz del fin del invierno le da un aura… además, es como la puerta de entrada a la Patagonia. Es muy extraño todo».