Por: Elisa Bearzotti
Es tiempo de elecciones y, en pocos días más, volveremos a debatirnos frente al dilema de colocar el voto en la urna y elegir a nuestros futuros gobernantes. En lo personal, hace bastante que no voto convencida de las virtudes y capacidades del candidato, sino que busco, entre las opciones disponibles, el que más se acerca a mis convicciones y principios, el que me parece más honesto, “el menos malo”, el más real. Un trabajo arduo, si tenemos en cuenta que muy poco de lo que vemos en campaña es “real” en sentido estricto. Hoy por hoy, cada palabra, gesto y presentación del candidato se halla mediada por una figura que viene cobrando cada vez mayor protagonismo: el consultor político. Este personaje, que comienza a aparecer en nuestras tierras en los años ’80 (a partir de la restauración democrática) se muestra en diferentes formatos: algunos disfrutan de las luces de la fama, mientras que otros prefieren trabajar desde las sombras; algunos poseen una mirada analítica y ofrecen a sus clientes encuestas, focus group, mediciones, y todo tipo de embrollos estadísticos, mientras que otros prefieren crear posibles escenarios, basan sus apreciaciones en fuentes confidenciales y se aferran a una capacidad cuasi adivinatoria para definir las chances de su candidato. Pero todos tienen algo en común: les gusta trabajar en el espacio incierto que ofrece la política, aman las arenas movedizas.
Entre los consultores y consultoras (hay muchas y exitosas mujeres dentro del rubro) en los últimos años se ha puesto de moda un estilo que a veces (aunque no siempre) contrasta con el virtuosismo pretendido para tan alto empeño: se trata de la campaña sucia. Y digo “no siempre” porque, en ocasiones, sacar los “trapitos al sol” puede llegar a evitar futuros y mayores dolores de cabeza. Sin embargo, el uso y abuso de esta estrategia provoca excesos difíciles de borrar y sobre todo (y este es el peor peligro) ha ido difuminando los límites entre la realidad y la ficción, la verdad y la mentira. Hoy, los motores para la gran carrera del 22 de octubre se encuentran rugiendo y calentando pista, y por lo tanto, desde hace varios meses venimos degustando un menú variado: acusaciones vinculadas al narcotráfico entre candidatos del mismo espacio, referencias al uso del aparato estatal para perseguir opositores, alusiones a familiares, videos que provocaron bajas en las listas, afiches sin firma ni rostro embanderando una ciudad con la intención de desprestigiar, y varios etcéteras más. En nuestra provincia, la interna de Juntos por el Cambio protagonizada por Carolina Losada y Maximiliano Pullaro añadió tensión a la violencia ya imperante en las calles rosarinas. “Yo no soy la candidata del narcotráfico”, deslizó Losada en una entrevista televisiva agregando que, por la misma razón, no respaldaría a Pullaro en ninguna lista si perdía las PASO. Ante la agresión, Pullaro -antes, durante y después-, usó la estrategia del GO -el antiguo juego japonés- y a sabiendas de que lo único importante es sacar al adversario del tablero, eligió el silencio como arma defensiva.
Frente a este panorama, Amnistía Internacional decidió enviar una carta a los precandidatos a presidente que competirán en las PASO del próximo 13 de agosto, en la que pidió que se comprometan “al cumplimiento de derechos” durante la campaña electoral así como con las propuestas y políticas a implementar en caso de ganar. En un comunicado de prensa, la organización internacional indicó que “en un contexto de incremento de la desinformación y de los discursos que incitan a la violencia y al odio”, esta acción pretende promover “un debate de ideas e iniciativas abierto, transparente, basado en información rigurosa y cierta; despojado de violencia, discursos agresivos, mentiras y fake news”. Por otra parte estimulan a los precandidatos presidenciales a tener en cuenta “ocho puntos indispensables en materia de derechos que deberían ser incluidos en un futuro programa de gobierno”. Ellos son: el compromiso con “un debate plural, transparente, riguroso y no violento” entre los competidores de la contienda electoral; “el derecho a la libertad de expresión y reunión”; “una política económica en línea con la máxima satisfacción de derechos”; “políticas de seguridad respetuosas de los derechos humanos”; “políticas igualitarias y de acceso a derechos para personas migrantes y refugiadas”; “la protección de los derechos de los pueblos originarios”; “la salvaguarda del derecho de las mujeres a una vida libre de violencia” y “la implementación de políticas efectivas para combatir la crisis climática”. En la carta, la organización sostuvo que “si el juego electoral es limpio y democrático, ganamos todos”.
Un ejemplo en contrario lo pone, como siempre, el inefable Donald Trump, quien durante su fantasmagórico paso por las arenas políticas del país del norte se pasó varios semáforos en rojo, llevándose puesto a más de un peatón. Como consecuencia, de acuerdo a una información proporcionada por el diario estadounidense The Washington Post, hoy está debiendo un saldo de aproximadamente 56 millones de dólares a su comité de campaña Save América, el cual fue usado para pagar honorarios a los abogados que lo defienden en los múltiples juicios que está enfrentando. Según lo informado por ese medio, Trump estuvo desviando dinero de los fondos recaudados para la campaña (que totalizaron casi 100 millones de dólares) para afrontar gastos jurídicos, debido a que se niega a sacar dinero de sus cuentas personales para pagar sus propias facturas legales. Un clásico ejemplo de funcionario “público” que, en lugar de agradecer el liderazgo concedido por sus votantes, considera “públicas” las consecuencias derivadas de sus actos de gobierno, incluidas las desviaciones cometidas por su propia impericia o mala fe.
Atrevidos y astutos, pragmáticos y soñadores, dueños de una verborragia envidiable, amantes del jet set y amigos del exclusivo grupo que maneja los hilos del poder, generosos y mercenarios, convincentes, fotogénicos, manipuladores, compañeros de periodistas y dueños de medios, los políticos de hoy no dudan en hacer lo “que hay que hacer” para conseguir su principal objetivo: el voto. Así, resulta muy fácil imaginar a Frank Underwood caminando por un largo pasillo, con la voz de Don Corleone resonando detrás: “algún día, que quizás nunca llegue, te pediré que hagas algo por mí”. Claro que cuando aparece un emisario diciendo: “le voy a proponer un negocio imposible de rechazar”, Frank asume que la inmortalidad es un privilegio de los dioses… y comienza a prepararse para una nueva campaña electoral.