Por: Elisa Bearzotti
Esta semana, con el deseo de aprovechar el soleado weekend, viajé a la pampa bonaerense para disfrutar de un encuentro con amigos entrañables pero -cual Cenicienta con buena conducta cívica- apenas sonaron las 12 campanadas del mediodía dominguero tomé las rutas argentinas para llegar a mi escuelita antes de que cerraran las urnas. A pesar de que me perdí la mateada de la tarde experimenté -como cada vez que tengo la oportunidad de emitir mi voto- la satisfacción del deber cumplido y la alegría inmensa que me provoca ser partícipe de un nuevo acto eleccionario, un bien tan añorado en nuestros años mozos. Entiendo que los jóvenes de hoy no vivan el proceso electoral del mismo modo que nosotros, y que no es posible (ni querible) volver el tiempo atrás para mostrarles el aire de libertad conquistado a fuerza de sangre y fuego, la alegría de las marchas en las calles, la pérdida del temor, el avance de los sueños, el “nunca más” gritado con un nudo en el estómago y lágrimas estalladas en la garganta, la inocente dicha de los recitales en el Monumento. No es posible regresar al pasado, y lo agradezco porque ninguna generación merece transitar su juventud por el camino de las prohibiciones y la tortura.
Quizás por eso, cuando ya pasaron cuarenta años de democracia y parecen agotados los modos para reinventarnos, no puedo dejar de sentir una tristeza profunda al percibir el desasosiego en las calles… y es que a pesar de la suma de oportunidades, en este país el futuro no acaba de despertar. Es cierto que a los argentinos nos sobra corazón y nos falta algo de sangre fría para calibrar candidatos políticos, que somos temperamentales, autocomplacientes y egocéntricos, pero la regla que dicta que cosechamos los líderes que nos merecemos no termina de dar cuenta de la debacle institucional, social y económica que estamos atravesando. Entonces… ¿de qué se trata? En busca de material que ayude a comprendernos un poco mejor, encontré algunas encuestas que, más allá de la frialdad de los números, quizás puedan brindar algunas pistas. Por estos días, un nuevo trabajo realizado por las agencias GOP —Grupo de Opinión Pública— y Trespuntozero expuso el pensamiento de los argentinos en relación a los políticos y a la eficiencia del Estado. Si bien la mayoría de los ciudadanos consultados cree que en los últimos 40 años la democracia fue entre muy buena y buena (69,5%), la mayoría (66,9%) expresa que la democracia del país está en crisis. Ante la pregunta “¿Y quién cree que es el principal responsable de la crisis democrática argentina?”, la respuesta mayoritaria (76,1%) fue: los políticos, un grupo lleno de privilegios según la opinión del 89% de la ciudadanía. En relación a la eficiencia del Estado, el 77,6% de las personas consultadas respondió de manera negativa, y entre las razones planteadas se cuentan la corrupción (35%), la mala gestión (28,4%), y la burocracia (7,3%), entre otras.
Otra encuesta sobre calidad de vida, realizada por el politólogo Mario Riorda y Griselda Ibaña, la Fundación Colsecor, Proyección Consultores y Dicen Consultora indica que, a pesar de lo que sugieren las infaustas agencias noticiosas, dos de cada tres argentinos se consideran felices, sólo tres de cada diez se manifiestan preocupados por las marchas y protestas ocurridas a diario y los que miran a Ezeiza son mayoritariamente jóvenes. El 62,2% de los encuestados dijo sentirse feliz en el último mes y los hombres más que las mujeres, dueñas de un mayor nivel de stress. Los jóvenes entre 16 y 24 años, quienes no completaron la secundaria y los que viven en grandes ciudades son los que se sienten menos felices, mientras que los adultos de 60 años o más, las personas con mayor nivel de estudios y quienes viven en pueblos pequeños se encuentran mejor anímicamente. “Quizá la mayor felicidad de varones, de las personas de mayor edad y de quienes habitan ciudades más chicas tenga que ver con el descanso, la energía y la vitalidad”, sugiere el informe. Contradictoriamente, a pesar del gran porcentaje de argentinos que manifiesta sentirse feliz, al 51,6% le gustaría irse del país, y entre los jóvenes la cifra sube al 65,7%.
Pero, ¿En busca de qué sueño loco se suben los jóvenes al avión? ¿No resulta demasiado pesada la mochila cargada de angustia, pérdidas, lejanía y nostalgia? ¿Es que afuera todo marcha tan bien? Parece que no, porque de acuerdo a otra encuesta, esta vez publicada por la asociación estudiantil COP1 y la consultora francesa de Opinión Pública (IFOP) -el instituto demoscópico más importante de Francia- este año casi la mitad de los estudiantes franceses se vieron obligados a saltarse comidas en algún momento debido al aumento de los precios de los alimentos. “Un análisis detallado de los resultados de la encuesta muestra que los estudiantes no se limitan a pasar a los productos menos costosos, sino que llegan incluso a saltarse ciertas comidas. Ese comportamiento está lejos de ser marginal, ya que un 46% indica haberlo hecho ya”, apunta la investigación. En general, tres cuartas partes de los encuestados tuvieron que cambiar sus hábitos de consumo debido a la inflación y más de la mitad de los estudiantes, el 52%, ya renunciaron a los gastos de entretenimiento y ropa.
Es decir que Europa, “la tierra prometida en la que abunda leche y miel”, también está sufriendo los espasmos del mundo capitalista, y ya nada es lo que fuera. O a lo mejor, sólo es cuestión de miradas. En su nuevo libro “Mira lo que te pierdes. El mundo visto a través del arte”, el experto británico Will Gompertz, exdirector de comunicación de la Tate Gallery de Londres, propone observar la vida desde la óptica de los artistas: apreciar los días nublados como el pintor romántico John Constable, ver los paisajes como David Hockney o mirarnos a nosotros mismos como lo hacía en sus autorretratos Rembrandt, entre otros ejemplos. “Si somos capaces de darnos cuenta humildemente de que sólo ‘vemos’ parcialmente cuando ‘vemos’, el mundo visual se abre de forma asombrosa. Los artistas lo saben”, dice Gompertz en una entrevista con Télam y agrega: “Lo que vemos y cómo lo vemos viene determinado por lo que nos han enseñado a ver y cómo lo hemos aprendido”. Quizás sólo se trate de esto: educar la mirada para ver lo positivo, apreciar el “vaso medio lleno”, valorar lo que nadie puede arrebatarnos: olores, sabores, decires, el sentido de las cosas… aquellas cosas que se pierden en la lejanía y que cuando estamos afuera, en el extranjero, quedan definitivamente sepultadas por la nostalgia.