Por Elisa Bearzotti
Siempre me pasa lo mismo en septiembre. Pareciera que el año diera un aventón y de pronto, casi sin darnos cuenta, llega la primavera: las flores despiertan, las plantas reanudan su ciclo vital, el aire se vuelve transparente y el entorno más amable. Sin embargo, la estación de las flores y el amor se muestra este año más incierta que nunca. En el renovado intento por abrir los ojos, las voces de la naturaleza suenan abrumadas, como si no terminaran de decidir el modo ni la forma de su nueva apariencia. El cielo cubre y descubre su extensa geografía con nubarrones arañados por tenues rayos de sol, mientras el viento despeina cabelleras y arrea cualquier objeto que no se encuentre firmemente adherido al suelo. Sabemos que los soplos de aire corresponden a la identidad de la estación ya que permiten el proceso de polinización y renovación de las especies pero… ¿ráfagas de 50 km por hora? ¿no será demasiado? En estos días, el Servicio Meteorológico Nacional (SMN) emitió un alerta de nivel amarillo por viento para sectores de doce provincias de la franja central del país, la región de Cuyo y la Patagonia donde “se esperan vientos del sector sur con velocidades entre 35 a 50 kilómetros por hora (km/h) y ráfagas que podrían alcanzar los 80 km/h”, mientras que “las zonas cordilleranas están afectadas por vientos del sector oeste con velocidades entre 50 y 70 km/h y ráfagas que pueden alcanzar los 100 km/h”, sugiriendo “evitar actividades al aire libre y asegurar los elementos que puedan volarse”. Pero eso no es todo, porque el organismo también lanzó un alerta de nivel rojo por temperaturas extremas por calor para el norte de Misiones en las ciudades de Eldorado, Iguazú, General Manuel Belgrano y Montecarlo, donde se pronostican para estos días temperaturas máximas de 38 grados. El nivel rojo, el máximo alerta dispuesta por el SMN, implica un “efecto alto a extremo en la salud” y temperaturas “muy peligrosas que pueden afectar a todas las personas, incluso a las saludables”, por lo cual se instó a la población a beber agua, no exponerse al calor, evitar la actividad física, comer liviano, y prestar atención a bebés, niños, niñas y personas mayores. Es decir, las recomendaciones que suelen esperarse para mediados de enero, cuando la canícula desmotiva y amordaza, despinta paredes y ennoblece zaguanes. Pero… ¿en septiembre?
La ansiedad sigue en aumento cuando leemos una información de la agencia AFP, según la cual este año la capa de hielo marino de la Antártida sufrió una reducción histórica, nunca antes vista al final del invierno austral. Los datos fueron provistos por el Centro Nacional de Datos de Hielo y Nieve (NSIDC), principal observatorio estadounidense, que asegura que la medición actual es “el máximo más bajo de hielo marino registrado entre los años 1979 y 2023”, es decir desde que comenzaron los relevamientos científicos, hace 44 años. “Durante décadas, el hielo marino se mantuvo estable o incluso se expandió ligeramente», explicó el centro de monitoreo pero “desde agosto de 2016, la tendencia relativa a la extensión del hielo marino antártico ha experimentado un fuerte descenso, durante casi todos los meses del año”, lo cual parece ya “vinculado al calentamiento de la capa superior del océano”. “Existe preocupación por la disminución del hielo marino antártico, a medida que se van calentando los océanos, a escala mundial. El hielo blanco refleja los rayos del Sol más que el océano más oscuro, y su pérdida agudiza el calentamiento global”, afirma el instituto, y para ensombrecer aún más el panorama concluye diciendo que “la pérdida de hielo marino expone aún más las costas de la Antártida a las olas, que podrían desestabilizar los cascos polares, formados por agua dulce. Su derretimiento provocaría un catastrófico aumento del nivel de los océanos”.
Otro dato que contribuye a alimentar la pesadumbre sobre las consecuencias del cambio climático es la cuestión del famoso “agujero de ozono”. Esta semana supimos que el adelgazamiento de la capa de ese material que se produce sobre la Antártida entre la primavera y el verano, se había agrandado y desplazado hacia el sur de la Argentina y Chile, produciendo riesgos en la salud de la población, debido a la menor protección frente a la exposición a los rayos ultravioletas. “Los datos mínimos de la columna de ozono mostraron importantes áreas de bajo ozono a principios de julio, que sólo se han registrado una docena de veces en las últimas cuatro décadas”, indicaron los expertos. Aunque en este tema hay que admitir una luz de esperanza porque desde la adopción del Protocolo de Montreal en 1987, que eliminó progresivamente las emisiones de aerosoles que perjudican esta barrera protectora, las concentraciones de las sustancias en la estratosfera se han frenado y hay signos significativos de recuperación. Gracias a esto se espera que en 50 años esas emisiones hayan vuelto a los niveles preindustriales y no se experimenten agujeros de ozono.
Otra buena noticia es que, de un tiempo a esta parte, la población del mundo entero comenzó a volverse consciente de la situación y en consecuencia, a presionar a los gobiernos para generar legislaciones proteccionistas sobre el cuidado del medio ambiente. Como siempre, las acciones provienen de la sociedad civil que, sin esperar el accionar de las autoridades, decide tomar cartas en el asunto, buscando el modo de estimular la reflexión sobre una problemática cada día más vigente. Tal vez por eso la editorial Siglo XXI decidió reeditar una obra de Eduardo Galeano, el sensible escritor uruguayo, que resultó pionera en la problemática ambiental. Se trata de “Úselo y tírelo. Nuestro planeta, nuestra única casa”, un libro publicado por primera vez en 1994, cuando el tema ambiental no era todavía una preocupación global y cotidiana, que hilvana una serie de historias alertando sobre formas de consumo demoledoras para la naturaleza. Con esta idea, imagina un “Juicio Final” para los seres humanos en el que bichos y plantas nos acusarán de haber convertido el mundo en un “desierto de piedra”, aunque su mensaje termina siendo alentador: “no es tarde para entender de una vez por todas que nuestro planeta es nuestra única casa”, dice el autor. A pesar de que esto fue escrito 30 años atrás y que la cuenta regresiva ya comenzó, es bueno pensar que, a contrapelo de las élites tecnológicas y sus megalómanas ideas escapistas, la “revolución de los pequeños”, de las personas comunes y anónimas, ya está marcando el paso del futuro.