Las expresiones de deseo suelen hacerse en clave alentadora o, por el contrario, con algún sesgo funesto que impediría un resultado auspicioso sobre el asunto en cuestión. Cuando se inauguró el diario El Ciudadano, allá por el 98, desbordando entusiasmo en el medio de una gran comilona facilitada por el empresario y dueño del medio, un empleado entonces adscripto a la parte gerencial le auguró 100 años por delante, sobre lo que propuso brindar para sellar el siglo por venir. No pocos se miraron atónitos creyéndolo incapaz de tamaño optimismo; mientras otros, entre periodistas, administrativos y vendedores volvieron a levantar las copas por enésima vez ese caluroso mediodía en un galpón de Capitán Bermúdez, porque total qué más daba el tiempo invocado si se trataba de una nueva aventura periodística en una ciudad, Rosario, tomada literalmente por un medio hegemónico que sistemáticamente terminaba impidiendo la posibilidad de otras voces con sus inagotables recursos financieros.
Sin embargo, el “100 años por delante” quedó así surfeando en la memoria de buena parte de los que estuvieron en aquella ocasión y poco a poco –ateniéndonos a la terminología en boga– se volvió viral. Cada vez que el diario volvía a abrirse o seguía saliendo luego de un cierre compulsivo, la frase picaba en punta entre los trabajadores –los que quedaban, ya que en cada “bajada de persiana” varios abandonaban ese barco que creían a la deriva, y no se equivocaban, solo que otros habían decidido permanecer en cubierta tal vez atraídos justamente por los riesgos de esa deriva– y se escuchaba mentar una suma que señalaba cuántos años todavía quedaban para llegar a la centena.
Lo cierto es que este medio, convertido ahora en otra cosa por imperio de las nuevas tecnologías y por las apetencias de una audiencia cambiante y segmentada, ya caminó un cuarto de ese siglo augurado a partir de una reinvención permanente –con un eje orbitando entre lo productivo y lo gremial–, en una ciudad harto difícil para la sostenibilidad de un espacio de comunicación caracterizado por un perfil atento a expresiones no tan visibilizadas: diversidad, feminismo, derechos humanos, posturas contrahegemónicas o independientes, miradas de diferente tenor, certero tratamiento de la violencia imperante a partir de la narcocriminalidad, entre otras.
Pero además, el que transita los 25 ya no es un medio sometido a los caprichos de empresarios espurios (como lo fue la mayoría de quienes lo tutelaron), sino uno cooperativo, amalgamado en instancias decisivas ante otro cierre que amenazaba ser definitivo, y que, literalmente, se tiró a la pileta en un momento –2016– en que un rapaz neoliberalismo entraba de la mano macrista a gestionar la política nacional. Quizás, esa decisión de quienes quedaron en el barco –como otras veces, otros trabajadores optaron por abandonarlo– iba a ser la más osada de todas las anteriores, puesto que ahora se trataba de tomar el timón y ya no de sostener el piloto automático que permitía llevar adelante determinado perfil en los intersticios que los empresarios dejaban.
En estos últimos años, además de convertirse en una cooperativa de comunicación llamada La Cigarra, el diario El Ciudadano pasó a formar parte de las ofertas informativas o comunicativas de esa misma cooperativa dentro de un conglomerado de productos digitales y audiovisuales a tono con la multiplicidad de dispositivos existentes. Se hizo hincapié en la comunicación por redes, en las plataformas de video, en la producción de streamings y audiovisuales, en la producción de suplementos especiales, todo a partir de una constante capacitación de los trabajadores en esas lides.
Es decir, un motor encendido para motivar el afán de reinventarse porque se sabe que es la única condición que permite seguir existiendo, informando, comunicando, certificando la pluralidad de voces en una sociedad cada vez más jaqueada por la incesante ofensiva de los poderes concentrados, siempre dispuestos a una mayor hegemonía en la disputa de la opinión pública.
Hoy entonces, el cumpleañero, con su página web y su tirada en papel, es uno más entre las expresiones de la productora de contenidos que lleva por nombre Cooperativa La Cigarra. ¿Y qué hace que un medio cooperativo reme a contracorriente, persista y amplíe su capacidad de contar el color local y universal desde el enfoque agudo y desobligado de atender otros intereses que no sean los que los definen en esa senda? Nada mágico si se tiene en cuenta el tesón de los trabajadores para ir a golpear puertas y mostrar lo que pueden hacer con su capacidad productiva e innovadora.
Aunque, al mismo tiempo, se hace imposible soslayar cierto componente místico fogueado en las innumerables luchas y movilizaciones para mantener en pie los puestos de trabajo –ante la insensibilidad de los empresarios antes mencionados–, de la mano de la imprescindible e inclaudicable presencia del Sindicato de Prensa Rosario, sin cuyo acompañamiento en los momentos más difíciles de la existencia de este medio, su continuidad no hubiera sido posible. Sobre todo por la sinergia que fue dándose entre el gremio y los trabajadores del diario El Ciudadano cada vez que había que salir a la calle y demostrar que otro medio era posible en la ciudad para que la libertad de expresión no se convirtiese en un concepto abstracto. Incluso serviría para que los trabajadores de otros medios se vieran influidos por esa insistencia en no bajar los brazos, porque también allí, en esa puja de fisonomía gremial, de movilización y disputa, se sustanciaba el derecho a un trabajo digno.
Y ese camino de resistencia que hoy lleva 25 años, transitado y reinventado conjuntamente entre los trabajadores de este medio y el SPR, hace ya indiscernibles las motivaciones y tribulaciones de cada uno en pos de un mismo objetivo: la existencia de un medio plural, independiente, consecuente con la veracidad informativa, actualizado sistemáticamente a partir de las demandas virtuales, sin ningún tipo de pros(sus)cripción, y que sienta un precedente único en la historia de la comunicación rosarina –otra vez, ante el panorama incierto de los tiempos que corren, seguramente habrá otra reinvención– con su cuarto de siglo de existencia.