25 octubres. Un cumpleaños, como se dice, casi redondo. Y toca el festejo en una tierra casi aplanada por el peso de noticias falsas, simplificaciones en 140 caracteres y Tik Tok. La comunicación masiva apenas se reconoce en aquella que se pensaba cuando nació El Ciudadano.
¿Es posible, en este paisaje, hacer periodismo con aceptables niveles de honestidad y ética siempre más declamadas que atendidas? Porque también, como escribió Abonizio, “muchachos, hay que comer, salgan para el taller”. Acá vamos para la redacción, la calle y, por supuesto, las oficinas corporativas y los despachos oficiales que garantizan el sustento económico: la publicidad.
Es dios y el diablo en el trabajo. No es nuevo, es distinto. Los clicks, las visitas y las reproducciones de posteos valen más que los contenidos. Mucho más que cuando, en los comienzos de este medio, apenas había una computadora conectada a internet y lo que se medía, con menos histeria, era la tirada en papel de los diarios.
Pasó un cuarto de siglo que parece un milenio. Las lecturas son cortas y furtivas. Urge captar atenciones volátiles en un universo digital de expansión acelerada. Porque uno pretende que lo que produce se lea, cree que vale la pena. Y porque es sano sobrevivir.
En este último asunto, los anunciantes privilegian la métrica de los clicks, que los algoritmos de redes y plataformas dominan, potencian, ponen en el centro de la escena. Entonces: ¿es posible atender eso sin caer en los anzuelos engañosos y las recetas sin pruritos que pontifican los gurúes del marketing digital?
Se trata de congeniar calidad y presencia en la web para informar a la mayor audiencia posible sin morir en el intento. Puede haber épica, seguro hay tensión entre dios y el diablo. Y una sola ventanilla para atender a los dos si es que estamos en un medio cooperativo: trabajadores–dueños con las dos tareas, a recibirse de equilibristas.
Para colmo, hay más desafíos.
A los 25 octubres llegamos junto a los 40 diciembres de democracia ininterrumpida en la Argentina. De nuevo, una de cal y otra de arena. Hay que tener pulmones para soplar velitas con el aire enrarecido por discursos desquiciados de motosierras, detonaciones y entierros. El riesgo es que dejen de ser metáforas. Son efectivos, ahí está el voto masivo por el salto al vacío. Un “que se pudra todo” asentado en el desencanto, advertencia para un sistema político encapsulado en sí mismo que pasó de la calle a las redes y copió su lógica con destreza dispar: ya se ve quiénes la entienden mejor. La confrontación se redujo a un cruce de eslóganes y la argumentación: te la debo.
Cuánta culpa le cabe a los medios de comunicación en el entuerto, es materia opinable. Es atendible la sospecha de que habrá que ponerse las pilas entre la tecnología desatada y la democracia desencantada.