En su libro Por qué dura el amor la periodista Raquel San Martín vincula relatos de la vida real con una perspectiva interdisciplinaria que intenta explicar las razones por las que algunas parejas logran sostenerse en el tiempo, a contramano de una cultura moldeada por la fragilidad de los vínculos y los deseos efímeros.
“Hasta que la muerte los separe”, la mítica consigna utilizada para coronar las ceremonias nupciales, hace ya algunos años que fue empujada al abismo por una sociedad que apuesta decidida al aniquilamiento de los mandatos y que ha reemplazado los sueños de largo aliento por objetivos de corto alcance nacidos para calmar una insatisfacción de curso ascendente. Y aunque el amor para toda la vida sigue siendo un deseo recurrente para las parejas en gestación, se ha tornado escasamente alcanzable en una sociedad que parece redoblar todo el tiempo sus expectativas sobre las relaciones: ya no alcanza con sentir “mariposas en el estómago” para saber que una pareja es viable.
“Vivimos en una época, una sociedad y un momento cultural donde está como prescripto estar en pareja. Por un lado está bien visto tener pareja estable (y hasta hay toda una industria montada para ayudar a encontrar pareja) pero al mismo tiempo sabemos que es muy difícil que las relaciones duren”, destaca San Martín.
“El mandato del matrimonio monogámico no significó lo mismo en todas las décadas, ya que van cambiando las expectativas con la que las parejas se plantean esa condición. Eso tiene que ver con una serie de cambios e ideas que hoy están asociadas a la realización personal”, señala la periodista y editora de Cultura del diario La Nación.
“En la actualidad tenemos una expectativa altísima puesta en la pareja: nuestro compañero/a tiene que ayudarnos a realizarnos como personas, pero además queremos pasión, sexo de buena calidad e intensidad, tranquilidad, seguridad económica… Y claro, uno llega con un nivel tan alto de exigencia que ante el más mínimo contratiempo se termina disolviendo la pareja”, explica.
San Martín sostiene que frente a esa “inmanencia” en el tiempo que definía al común de las parejas de antaño hoy hay más facilidades y menos restricciones para quienes optan por la vía del divorcio. “Tenemos más permiso social y cultural para romper una pareja. Es más fácil divorciarse ahora, incluso para las mujeres que eran las grandes perdedoras en este proceso”, apunta.
“Se podría decir que estamos entrampados en una paradoja que por un lado nos lleva a tener el mandato conjunto de formar una pareja, ser felices y autorrealizarnos, pero por el otro toda esa exigencia nos lleva a separarnos ante la mínima diferencia para alimentar la fantasía de volver a empezar con otro”, indica.
El gran sustento del texto son las nueve historias que a grandes rasgos ilustran la idea de un amor resistente al paso del tiempo y los obstáculos: un amor genuino y duradero que no resulta de fórmulas magistrales sino de una negociación permanente templada por la intromisión de familiares, los vaivenes económicos y la confrontación de proyectos personales.
“En esta época «líquida» y de fragmentación, donde todo está signado por la el recambio permanente, ellos se propusieron durar en el tiempo y fueron desplegando distintas estrategias para que eso resulte”, subraya la autora.