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Las muchas caras de Ciudad Gótica

Manuel Parola

Ciudad portuaria de más de un millón de habitantes, una de las urbes más prominentes del país, con una centralidad económica, cultural y etnográfica muy importante y cuya reputación está marcada por ser la meca del crimen organizado, con índices de violencia que quintuplican la media nacional. Fiscales corruptos, policías metidos en el narcotráfico y personajes más que peculiares protagonizan las crónicas policiales. Pero no estoy hablando de Rosario. Estoy hablando de Ciudad Gótica, o Gotham City.

Gotham City es la ciudad que Bill Finger y Bob Kane idearon en noviembre de 1940 como escenario central de las miles de aventuras del superhéroe más completo que el ecosistema de cómics nos regaló a los freaks: Batman. Cuenta la leyenda que estos dos escritores tomaron el nombre que Washington Irving usó para nombrar a Nueva York en una de sus obras.

“Gotham City” quiere decir “ciudad de las cabras”, y viene de una ciudad homónima de Nottinghamshire, dado que sus habitantes eran considerados por el argot popular como el paradigma de la locura (supuestamente porque impidieron al rey Juan, ése que tanto odiaba a Robin Hood, establecer su residencia ahí, a principios del siglo XIX). O sea, una ciudad punk en toda la línea.

Las diversas historias de Batman muestran un escenario que está partido en varias partes. No se puede conocer a Gotham en una única forma: los oscuros puertos donde nadie tiene una cabal idea de qué sucede puertas adentro de los atracaderos o de las terminales, tiene un microcentro donde la economía financiera es la ley, callejuelas sucias y mal iluminadas, y una periferia que lucha por sobrevivir más contra la desposesión que contra la delincuencia.

En la vida out-comic, Rosario responde a todos los elementos nombrados que definen a Gotham. Ya en la segunda mitad de los 90 la ciudad presentaba esa grosera separación de clases y realidades. En diciembre de 2001, la gente de los barrios más carenciados se metían en sus casas, algunas ni siquiera de material, para esconderse de las balaceras policiales (ni así pudieron), mientras que la clase media estaba golpeando cacerolas en el Monumento. La grieta entre el centro y lo que está más allá de Oroño y Pellegrini no comenzó en la pandemia. El problema es que poco se hizo para rellenarla. Aunque un poco más para mostrarla.

En octubre de 1998, un nuevo periódico sale a la calle. El tiempo y las vicisitudes propias de la época lo llevarían a convertirse en un diario popular, que en su orden de ser amarillista publicaba sobre las huelgas de los trabajadores, analizaba la coyuntura desde una perspectiva obrera, hablaba de la mujer y del trabajo, visitaba las ferias de trueque, luchaba en las calles por los derechos de sus colegas y de los demás rubros. El Ciudadano comenzaba a recorrer ese sendero no sólo de resistencia sino de elaboración de una voz distinta.

Las varias teselas de un mosaico

La creciente violencia en la que la ciudad se ha visto envuelta tiene que ver con un sistema cruel que se basa en tres ejes: la desigualdad proveniente de la explotación, la expulsión y la concentración, la aceleración del ritmo de vida (internet, el cine on demand, Pedidos Ya y los smartphones, sólo por nombrar algunos de sus instigadores) y el constante “patear para adelante los problemas” que necesita ese orden atolondrado de vida que el realismo capitalista exige para sostener el primer eje.

En la película The Dark Knight Rises, cuando el villano Bain deja aislada a Gotham del mundo, los ciudadanos sobreviven gracias a la solidaridad y la creatividad. Rosario no es diferente: los barrios sobreviven gracias a las ferias populares, a la organización de los vecinos y a la conciencia de comunidad que todavía persiste en la mayoría de ellos. Recitales solidarios, organizaciones como la Fundación Bocacha Orellano, clubes recuperados a bandas narco de la mano de jóvenes entusiastas como es el caso de El Federal o El Luchador. La cara más oscura de Rosario se desdibuja para darle paso a experiencias alegres y rebeldes.

Rosario no tiene un Batman. Pero al igual que Gotham, tiene a su gente: los rosarinos no nos resignamos a dar por hecho que está todo mal. El Tanque, la feria popular más grande de la ciudad, permite una salida y un horizonte a más de 1500 familias. Por más que la ordenanza municipal que regula la nocturnidad es la misma desde octubre de 2001, la ciudad sigue siendo una usina de talento y cultura. Las manifestaciones en defensa de la educación pública. Las marchas del 24 de marzo, del 8M y del Orgullo y contra el 2×1 a los genocidas. Rosario siempre aporta las calles más rebosantes a las movilizaciones nacionales.

Cada uno de los ejemplos mencionados está sacado de las miles de páginas publicadas por El Ciudadano en sus 25 años de existencia. De resistencia. De estar ahí, dando cuenta y publicando la voz de los jóvenes, de las pibas, de las villas. No sólo es ejemplo de lucha: es también vidriera y reflejo de las luchas populares, de la pulsión de vida de esta ciudad y un espejo de las diferentes caras que Rosario tiene. Y allí seguirán. Con la frente en alto, marcando una optimista y obstinada diferencia. Cantando al sol. Como La Cigarra.

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