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Los días transcurren en círculo: crónica del encierro

La lógica manicomial cuenta con años de astucia para colarse, camuflarse, agiornarse, fingir derrota, pasar desapercibida, y seguir encontrando asidero en miradas que van renovando la partida

Angelina Pagani/ Colegio de Trabajo Social

 

  1. I) El círculo

 

La repetición, un ritmo circular, pensado para ordenar una lógica de trabajo, el ritmo de una máquina. Una máquina que sólo es un engranaje de algo inmenso y que hace de los días lo mortífero. Asistencial, asilar, hospitalario y un ritmo ajeno al de quienes son asistidos.

Lo asilar en el S XXI  se asemeja tanto al del IXX, que para muchos/as el encierro de padeceres psiquiátricos aún es terapéutico. La lógica manicomial cuenta con años de astucia para colarse, camuflarse, agiornarse, fingir derrota, pasar desapercibida, y seguir encontrando asidero en miradas que van renovando la partida.

Los días transcurren en círculo ¿qué transcurre en los días?

7:00 hs encienden la Luz, comienza el llamado, una cumbia estridente rompe el silencio, algunos hace horas están despiertos, otros no durmieron, otros duermen, pero imposible seguir descansando sin escuchar el barullo. Hora de higienizarse, solos, con asistencia, con mucha asistencia. Mismo shampoo, mismo jabón, mismo desodorante. Después a buscar ropa, tarea casi imposible, nunca hay ni talle, ni estación correspondiente. No hay nada de nadie. Se apaga la cumbia, en el comedor los espera el “Catering Don pollo” con el desayuno de siempre. Medicación.

8:30 hs: sigue transcurriendo la mañana,el tiempo se escurre o se congela, la radio, cigarrillos, alguna caminata, las voces en algunos, el extrañar en otros, las ganas de consumir algo o de salir corriendo, el yerbeado[1], el canto de los pájaros y el extenso campo. Medicación.

10:30 hs: colación, el yerbeado, la radio, cigarrillos, los perros[2] y el extenso campo. Medicación.

12.30 hs Llega el medio día, llega el “Catering Don pollo” con su menú de pollo con algo Televisión, cigarrillo, repetir menú.  Medicación.

14.00hs: La siesta, 15 minutos, media hora, no puedo dormir, no me quiero levantar. Y el campo, el yerbeado, los cigarrillos, el tiempo que transcurre o se congela.

16:00hs: Merienda. La radio, el campo, las moscas[3]. Medicación

20:30hs La Cena, llega el “Catering Don Pollo” con su menú de pollo con algo. Algún programa de televisión. Medicación.

21:00hs A dormir.

7:00hs  Encienden la luz, comienza el llamado, una cumbia estridente…

 

Compartir en el encierro una rutina diaria, administrada formal y rítmicamente, ajena al ritmo y deseo de los asistidos. Aquí todos los aspectos de la vida se desarrollan en el mismo lugar bajo una misma autoridad.  Todos juntos, en un mismo espacio, todos haciendo las mismas cosas, al mismo tiempo, por un plazo largo, muy largo de vida[4]. Esto que es la versión más cruda de lo manicomial nos estalla las cabezas a 10 años de la implementación de la Ley Nacional de Salud Mental. A cuidadores y cuidados, asistidos y asistentes, a los equipos y a los usuarios. Mientras tanto, intentamos romper el círculo de los días, de lo cotidiano con todo aquello que irrumpe desde la propuesta, armando nuevos caminos desde el desarmar/armar, abrazando la ternura, desnaturalizando todo. Pensar transformaciones, sin desasistencia, arriesgando a la vida.

 

 

  1. II) Armar la vida

 

Acaso, las personas sin diagnósticos  ¿no tenemos derecho al riesgo? Y cuando digo riesgo, no hablo del riesgo que pone en juego una vida, sino de esa posibilidad que implica intentar algo sin saber si resultará, el derecho a apostar y ver qué sucede ¿No es la vida, al final, esa posibilidad a que las cosas no salgan como lo esperábamos?

Uno de los riesgos que se nos presenta a los equipos en relación al cuidado, desde el modelo hospitalario, es su cronificación, cuidar a otros cada día, 24/07, en cada momento, por un plazo prolongado en el encierro,  nos lleva a un cuidado que más temprano que tarde, termina limitando la vida. ¿cuál es el límite del cuidado desde los equipos que acompañamos?.

Si el modelo asilar nos acerca a un cuidado avasallante, actuando en detrimento de las autonomías de cada sujeto, la perspectiva que nos otorga pensar y dirigir nuestro trabajo cotidiano en clave de derechos humanos y de abordaje interdisciplinar, nos acerca a herramientas de asistencia y apoyo que nos permiten construir trayectoria de vida dignas y apoyos para empezar a recorrer el camino de la reparación.

Este mes se cierra la sala. La sala surge con el mismo hospital en 1943, en su origen de varones con padecimientos agudos, en el año 2016 cierra el ingreso de usuarios y se transforma en un lugar que aloja varones de larga internación. Desde ese entonces la población se fue moviendo: algunos usuarios ingresaron de otras salas, otros internados por primera vez, algunos ingresaron y se fueron a sus casas, otros a viviendas asistidas, otros fallecieron, otros se fueron a otras salas. La población está más a o menos fija desde el año 2019. La mayoría de los usuarios cuentan con más de 15 años de internación, sólo algunas excepciones baja el promedio a 10 años.

Estos usuarios pasaron varias pandemias juntos, la del covid que los encontró encerrados en el encierro y otras que tiene que ver con todo lo que hace el asilo en la vida cotidiana, para esta última no hay prensa, ni vacunas.

Estas personas no cuentan con red vinculoafectiva continente, a varios se le fueron muriendo las referencias afectivas que tenían en el momento del ingreso.

“Desmanicomializar”, esa palabra tan difícil de decir de manera fluida y rápida. Tan difícil de ponerla en práctica. Es como el patriarcado, pienso… Lo manicomial, el patriarcado, esos alumnos ejemplares de este sistema, lo sostienen y están en todos lados, pero principalmente en las cabezas.

Cerrar una sala de internación y comenzar a habitar dos viviendas se acerca bastante a la desmanicomialización, pero no del todo. En este proceso lento y costoso, fuimos habitando un mientras tanto, que implicaba desarmar lo que estaba, mientras las casas a las que iba a ir un grupo de usuarios se terminaban de acondicionar.

Lo que estaba era más que los cimientos de una sala, era tan invisible como aquello que se aloja en lo imaginario, como el miedo o la humedad de los cimientos. Tenía el peso de los años del hospital.

Lo que íbamos armando fue ese camino para que dos grupos de cuatro personas comiencen a habitar dos casas. Una casa, una puerta para abrir y cerrar, ventanas, cocina para encender y poner la pava, una cama para cada uno, un placard,  reloj, espejo, ropa a elección, el desodorante que elijan en la góndola del supermercado. Dormir, comer, bañarse en horarios elegidos. Repaso la larga lista de cuestiones cotidianas y no dejo de pensarlas como una gran posibilidad. Me conmueve pensar que esa simpleza de lo cotidiano no la goza todo el mundo.

Entonces vuelvo a la mirada del cuidado que implicará este dispositivo, que ya no podrá ser desde la repetición deshumanizante, sino desde ese cuidado que acompaña y se transforma en borde, el cuidado que sirve de apoyo para que el camino se construya potenciando el devenir.

Entonces desmanicomializar se parece bastante a mirar a los otros desde la dignidad que brinda intentar la autonomía, la dignidad que brinda intentar armar, ni más ni menos, que la vida. Me conmueve pensar que esa simpleza de lo cotidiano se levante y se sostenga como un derecho impostergable.

 

 

III) Microrelatos

 

Cuando no hay más que estos muros.

 

La historia clínica dice que ingresó a los 14 años, la historia oral dice a los 8 años. En aquella época se podían alojar a menores de edad junto a un grupo de monjas que los cuidaban. F vive desde esa edad en un hospital psiquiátrico.

Nos conocimos hace poco, a pesar de que lxs dos recorremos este campo hace mucho, el de las hectáreas que componen el hospital y el de la salud mental.

Lejos de caer en diagnósticos voy a decir que F es un viejo cascarrabias, que ha juntado admiradores/as a lo largo de los años, que tira palabrotas contra todo el mundo si está enojado y que usa los pantalones altos cerca de las axilas y que además, le gusta que las medias le coman el pantalón, se fuma hasta el filtro de los cigarrillos y a veces se le ampolla un costado del labio. No le gusta hablar de cosas íntimas con el equipo, sólo si es para organizar algún almuerzo de ravioles con salsa.

Vivió varios cierres de sala, el de éste año fue el último.

Puso como condición ir a las viviendas si iba su compañero S. S es joven, tiene medio cuerpo casi sin movilidad por un intento de suicidio y en las rondas de charla nos cuenta que su amigo F antes de dormir le pregunta si necesita algo y lo tapa para que duerma calentito.

 

 

El estigma puede más que mil leyes

 

H ingresa por primera vez al hospital en el auge pandémico del 2020, desde el sur de Santa Fe, donde las comunas y municipios sojeros no dudan en decir que cuentan con recursos económicos pero con pocos profesionales.

H vivía en un barrio céntrico, su casa familiar había quedado para su uso, había quedado solo en una  familia de 11 hermanxs, en un pueblo, en un barrio, en una casa que prendió fuego, fuego al lado de la vivienda de la directora del samco. Desatinada ubicación.

Fue muy difícil encontrar el punto de comunicación, un puente, una palabra sin tensión. H sabía lo que podía su imagen, generar miedo con su cuerpo enorme, su mirada extraviada e impredescible,  sus palabras amenazantes, su historia compleja. Fue difícil, pero no tan difícil como encontrar un puente en el territorio, un gesto empático, un equipo que aloje, un vecino que intente, un familiar que pueda, una directora del samco que no expulse. Alguien que atraviese el estigma de la locura.

H fue pudiendo, el territorio no. Un NO para que vuelva a su casa, Un NO para acompañantes terapéuticos, un NO para una institución que lo aloje, un NO para que el sistema de salud lo atienda. No.

Recuerdo el día que fuimos al pueblo a cobrar por primera vez el beneficio de su pensión. La expectativa de contar con dinero propio por primera vez en 45 años, la emoción de volver a su ciudad, de cruzarse con alguna de sus hermanas. Y el miedo, “ el miedo de cómo me miran” decía.

También recuerdo que lo vimos sonreír y llenarse de ternura con ese sobrinito que había nacido en esos años de internación, al que no conocía y la sorpresa de encontrarse con el hijo de un amigo en el banco.

Veníamos trazando pequeños movimientos, pero seguros, proponiendo algo de la proyección de vida que él tomaba y se animaba a confiar. Había encontrado un lugar en la sala en la que vivía, en donde la mirada de los otros no le devolvía miedo, ni rechazo. Construimos una mirada que le devolvía un lugar.

La sala ya venía con aires de cierre y H sería parte de esos grupos convivenciales. Estaba proyectado el segundo viaje a cobrar y el almuerzo con sus hermanas, la compra de ropa y algunas salidas al pueblo cercano al hospital.

Empezaba diciembre y el llamado telefónico de los compañeros de la guardia me sorprende en la noche calurosa.  H había fallecido. Y ante esa noticia pensé en todo ese camino andado en estos años y la ironía con que la vida juega en la impredescibilidad de las cosas.

H en estos años pudo un montón, pero sobre todo pudo encontrar una mirada que lo alojó. El territorio no.

 

Trampolines con redes

 

La distancia en kilómetros y en años de internación nos alejan de los territorios de origen y de la realidad con la que una sociedad subsiste en el cotidiano. Desde los equipos, hacemos manuales de varios tomos de cómo amigarnos con la frustración y hacer de ella un trampolín para volver a intentarlo.

P hace 21 años que vive en un Hospital a 300km de su casa. A lo largo de esos años, se han intentado desde distintos equipos frustradas externaciones, que duraron plazos breves, en donde se confirmaban los miedos de quienes quedaban observando todo lo que P no podía: vecinos, centro de salud, hospital local y familia proponiendo como único lugar posible el hospital que queda a 300km de su casa. Bien lejos, así nadie ve lo fea que es la locura.

A él le gusta su casa y la de la familia mucho más, porque ahí encuentra comida casera, un patio hermoso, mascotas, y un sillón. Ese sillón es el que más le gusta. Le gusta su ciudad y recordar sus andanzas. Fue jóven en esa ciudad, con muchos recursos económicos y simbólicos. Nos cuenta esas andanzas y a veces volvemos al presente: – “Todavía sos joven P, ¿ que te gustaría hacer ?” La pregunta lo vuelve a ensimismar.

Hace dos años que venimos proponiendo un regreso sustentable a su ciudad, difícil por momentos en las distancias: de kilómetros a su casa y años de internación con las que cuenta. Difícil en las distancias que existen entre una Ley de Salud Mental y la realidad de los territorios. Difícil en la apuesta familiar para que vuelvan a confiar y hacer de sostén. Difícil ante tanta resistencia.

Irrumpe con enojo su familia ante la frase: – “B se merece una vida, un proyecto por fuera del hospital”. Y como hacemos manuales de varios tomos de cómo amigarnos con la frustración y hacer de ella un trampolín para volver a intentarlo… lo volvemos a intentar.

Hoy contamos con una red local, de pocas personas pero con mucha fuerza que acompaña a P y acompaña a su familia a acompañar. Y nos acompaña a nosotras achicando distancias.

P se va vivir el mes que viene a su casa. Viene con estadías prolongadas en su casa que alterna con consultas en el hospital. Ayer me llamó una de sus referentes familiares pidiendo que se quede unos pocos días más, así tienen tiempo de limpiar y decorar su departamento. Que lo van a esperar.

Somos varias y varios que esta vez usamos la red armada como trampolín para volver a intentarlo.

 

[1]      Yerba con agua caliente, tibia o fría. Con bombilla o sin, en vaso, taza, botella o en el mejor de los casos en mate.

[2]      Los y las perras pasan de ser mascotas terapeúticas a jaurías amenzantes y voraces. Requiere su tratado un capítulo aparte, en donde los riesgos del encierro daría su nota más cruel.

[3]      La imagen se repite, los cuerpos se adormecen al sol, con suerte sobre sillas, en el campo los veranos son con moscas. Las moscas son pegajosas, se adosan a los ojos, nariz, boca, manos. Paso y las espanto “C, correte las moscas de la cara” mi voz apurada entre un lugar y otro. C entreabre un ojo y me dice ¿qué moscas? , por un momento dudo si la que delira soy yo.

[4]      Goffman Erving “Internados. Ensayos sobre la situación social de los enfermos mentales”. de. Amorrortu 2012

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