Gabriel Tuñez/Télam
En la medianoche del 30 de octubre de 1983, la jornada en la que los argentinos volvieron a votar todavía bajo el mandato de la dictadura militar más sangrienta en la historia del país, Raúl Alfonsín se apartó de la alegría generada por el triunfo electoral entre sus allegados y se refugió solo en una habitación, donde se recostó algunos minutos, cubierto por una manta, para pensar el discurso que pronunciaría tras ser consagrado presidente y en el que prometería «el comienzo de 100 años de democracia».
Cuarenta años después de aquel día histórico, el libro «Ahora Alfonsín. Historia íntima de la campaña electoral que cambió la Argentina para siempre» (Editorial Margen izquierdo), escrito por Matías Méndez y Rodrigo Estévez Andrade, reconstruyó un recorrido colmado de actos multitudinarios, viajes, estrategias publicitarias y discursos de un dirigente que había perdido su primera elección a los 18 años y que a los 56 fue erigido, según los autores, como un «héroe civil» por gran parte de una sociedad dispuesta a defender la democracia «sin condicionantes».
«La idea del héroe civil está atada a la epopeya de la sociedad que va perdiendo el miedo y a la que Alfonsín convoca durante toda su campaña a vivir 100 años de democracia», dijeron Méndez y Estévez Andrade en una entrevista concedida a Télam.
-¿Cómo les surgió la idea de reconstruir la campaña electoral que culmina con el triunfo de Alfonsín hace 40 años?
Rodrigo Estévez Andrade: Hay una reivindicación epocal que subyace en el relato, porque muchas veces la historiografía reconstruyó mal o minimizó esa etapa de la historia. Tal vez por las consecuencias de la guerra de Malvinas o el incendio del ataúd con la bandera radical que provocó Herminio Iglesias, candidato a gobernador bonaerense del peronismo. Se buscaron terceras situaciones fortuitas o meramente anecdóticas, pero que nada tuvieron que ver con la construcción real. Pensamos que había que destacar la epopeya de una sociedad que también se la jugó. ¿Por qué se consolida esta democracia? Entre otras cosas porque hubo dos millones de personas en el acto de cierre del candidato a presidente del justicialismo, Ítalo Luder, y porque hubo más de un millón en el de Alfonsín. Eso se construyó con la gente y fue minimizado u ocultado en los últimos 40 años.
-En el libro destacan desde algunos hechos anecdóticos, como que tanto Alfonsín como Luder utilizaron el mismo escenario para sus actos multitudinarios en la Avenida 9 de Julio, hasta los aspectos medulares del discurso del candidato radical, en los que no se muestra como un dirigente antiperonista.
Matías Méndez: La historia del escenario nos pareció muy simbólica. Fue una campaña en la que hubo violencia en términos de la disputa de la militancia en los territorios. Era muy habitual que se agarraran a trompadas por una pintada en un paredón o un afiche mal pegado, pero también existía un cierto nivel de diálogo entre las dos fuerzas políticas populares. Y existió también en este nivel organizativo. El radicalismo había convocado con mucha anticipación al cierre de campaña del distrito de la Capital Federal para el 26 de octubre -era el último día habilitado por la dictadura para ese tipo de actividades- en la Avenida 9 de Julio. Armó un escenario bastante grande. Pero luego el cierre de campaña se postergó para el día 28, entonces el peronismo salió rápido a hacer su acto y llamaron a los organizadores alfonsinistas: ‘Che, necesitamos un escenario y no llegamos a armarlo. ¿Ustedes tienen problemas si usamos el mismo’. Y así fue que usaron el mismo escenario. Con respecto al discurso, efectivamente Alfonsín identifica como adversarios a la burocracia sindical, al peronismo asociado a la violencia y a los acuerdos con las distintas dictaduras, pero le habla al pueblo peronista. Él termina todos los discursos convocando a todos a ir detrás de la bandera celeste y blanca, ya sean peronistas, socialistas, etc.
REA: Alfonsín dio vuelta en las elecciones el 25% de los votos históricos que tenía la UCR y lo transformó en un 52%. Lo hizo porque tuvo condiciones de liderazgo propias, sin dudas, y porque la sociedad tomó la decisión de ir hacia una democracia sin condicionantes. Pero también porque no era antiperonista y eso le permitió construir una mayoría.
-¿Cuánto tiempo duró la campaña electoral y cómo se custodiaban los actos en el contexto de la dictadura?
MM: Nosotros fijamos el comienzo de la campaña en el 16 de julio de 1982 en la Federación de Box, en el barrio porteño de Almagro. Hasta ese día regía una veda política, por lo que el alfosinismo decidió convocar a un acto casi en la clandestinidad, pegando calcos en los subtes, en los colectivos, poniendo mesas en las esquinas para repartir volantes lo más rápido posible antes de caer presos. La dictadura va estableciendo el cronograma electoral de a poco, tensando y aflojando la cuerda. De hecho, cuando Alfonsín presentó la fórmula con Víctor Martínez en diciembre de 1982 en el Luna Park, todavía no había sido fijada la fecha de las elecciones. Avanzada la campaña, inclusive, no se sabía el día en que iba a entregarse el mando. En cuanto a la seguridad, era hipismo puro y estaba a cargo de la propia militancia.
REA: Eran los jóvenes de la agrupación Coordinadora, sumados a algún militar retirado del Ejército. Alfonsín tuvo suerte en esa campaña, porque si bien no hubo violencia en su contra, sí recibió varias amenazas de muerte.
MM: Recién sobre el final de la campaña el Ministerio del Interior le puso una custodia y el domingo de la elección lo acompañaron dos autos Ford Falcon. Pero quienes lo custodiaban ni siquiera eran jerárquicos de la Policía Federal, sino suboficiales.
-En el libro hacen referencia a que durante la campaña Alfonsín se constituyó en un héroe civil. ¿En qué sentido lo plantean?
REA: La civilidad se toma de un héroe y son las guerras las que suelen darnos a los héroes. Nuestros padres de la patria están corporizados por hechos de la guerra, no de la civilidad. Belgrano, por ejemplo, era abogado y un gran administrador, pero es nuestro héroe por su rol militar pese a haber perdido en Vilcapugio y Ayohuma, por ejemplo. Cuando vos encontrás un líder, caminás detrás suyo con certeza y convicción. En el libro también hablamos de Alfonsín como un santo patrono laico porque hubo algo de misticismo en la campaña. Sus cierres de discursos pronunciando el Preámbulo de la Constitución tenía misticismo. La gente lo recitaba, lo predicaba a la par suyo. La idea del héroe civil está atada, entonces, a la epopeya de la sociedad.
MM: Alfonsín solía utilizar dos finales de discursos: el del Preámbulo y la frase del Himno Nacional que no suele cantarse: «Se levanta a la faz de la tierra una nueva y gloriosa Nación: coronada su sien de laureles y a su planta rendido un león». Pero también en sus discursos va construyendo día a día un relato de cómo va a ser esa salida democrática.
REA: Eran discursos medulares, que duraban una hora o más. La gente los escuchaba subyugada, con mucho compromiso. A ellos iban con mucho miedo porque se encontraban a ciegas en una esquina, sin teléfonos celulares. Esa epopeya y esto de heroicidad civil va haciendo que la gente le gane al miedo. El temor que narran todos que se vive en la Federación de Box, donde no sabían si salían presos o vivos, ya no existe en el acto del Obelisco. Y lo mismo te cuentan en el peronismo.
-¿Cómo construía Alfonsín sus discursos?
MM: La construcción de sus discursos es de factura propia. Tenían que ver con su formación intelectual, sus lecturas y discusiones con dirigentes a los que respetaba mucho: Roque Carranza, Germán López, Raúl Borrás y Bernardo Grinspun. También son el resultado de muchos años de discusión política en un partido que había tenido otro gran orador como Ricardo Balbín, de quien Alfonsín era su delfín político. Juan Domingo Perón tenía un gran respeto por la oratoria de Balbín. Un país entero lloró cuando él habló frente al cajón de Perón en 1974. Nosotros estamos convencidos de que Alfonsín, sin embargo, fue el mejor orador de los últimos 40 años, sin ninguna duda.
-¿La incorporación del Preámbulo en sus discursos también tuvo que ver con esas discusiones partidarias?
MM: Nosotros creemos que eso es propio de Alfonsín. Haberlo hecho fue, sin dudas, un gran acierto de la campaña en el medio de tanta muerte, dolor y genocidio en el país. Es probable que por primera vez lo haya utilizado el 30 de septiembre del ’83 en la cancha de Ferro. Así surge de los archivos de la época, de los diarios y revistas, en los que se remarca con énfasis cómo todo un estadio terminó recitando a capela el Preámbulo.
-Alfonsín vive la noche de su triunfo electoral, cuentan en el libro, con una mezcla de cautela y alegría. ¿Cómo explican esa reacción?
REA: Alfonsín, que tenía 56 años, estaba rodeado de dirigentes que, en su mayoría, eran más grandes que él. Personas que con una vida larga en la cosa pública, que conocían los despachos, habían sido funcionarios. La gente grande es moderada. Alfonsín es consciente, además, de que enfrentará un mandato complejo, que va a entrar en la historia, sí, pero que eso va a demorar un tiempo. Sabe que no va a ser divertido. El país está al borde de una hiperinflación y la economía era una debacle total.
MM: Alfonsín espera el resultado final en una quinta familiar de clase media representativa de la época, donde había dos o tres televisores, una radio y dos líneas de teléfono. De esa manera se va reconstruyendo el resultado electoral de ese día. Alfonsín tenía confianza en su triunfo, pero para adjudicárselo decidió esperar el llamado de Luder reconociéndole la derrota, un gesto cívico que ahora parece haber pasado de moda. Así terminó una campaña que no solo inició el período democrático más largo de la historia del país, sino también que abrió el camino para otras democracias en la región. En eso también pensaba Alfonsín: en la construcción democrática de la región.