Ya pasaron más de 51 años de misterio sobre la verdadera identidad del «Caníbal de San Isidro», quien atacó, violó, mató y le arrancó partes del cuerpo a
mordiscos a cinco chicas jóvenes, caucásicas y rubias.
Este sujeto cometió los cinco crímenes en 1972 y todos fueron en el partido bonaerense de San Isidro.
En un principio se creyó que se trataba de Francisco Laureana, uno de los más sanguinarios asesinos seriales en la historia del país, pero esa hipótesis quedó descartada por dos cuestiones: porque este hombre arrancó su ola homicida recién en 1974 y al parecer no tenía preferencias raciales.
En ese sentido, este hombre sorprendía a sus víctimas en baldíos oscuros, las tomaba por la espalda, les tapaba la boca, las dejaba inconscientes con un golpe y las violaba. Luego, las estrangulaba y les arrancaba partes del cuerpo a mordiscos.
Los peritos de ese entonces lo definieron como un sádico sexual que atacaba muy cerca de la parada del colectivo de la Línea 60.
Los especialistas criminales creen que este sujeto frenó sus asesinatos porque pudo ser uno de los tantos abatidos por la Policía, aunque nunca se conoció su identidad.
Los criminalistas de la época y de los últimos tiempos confeccionaron una dentadura sobre la base de las mordidas que dejaba en el cuerpo de sus víctimas. Así eliminaron a 24 sospechosos, tras comparar las piezas dentales y ver que se trataba de mordeduras violentísimas.
El caso ocupó gran espacio en las páginas policiales de esa época y generó una gran repercusión mediática, por lo que el criminal recibió muchos apodos, pero para la Policía era «el Caníbal de San Isidro». Recién en noviembre de 1972 perdió peso mediátrico este caso por el regreso de Juan Domingo Perón al país, tras su exilio.
El miércoles 23 de noviembre de 1972 apareció su primera víctima: Diana Goldstein, de 23 años, rubia, alta, linda, de ojos celestes, estudiante de periodismo y empleada en la fábrica de colchones de su padre.
Goldstein fue hallada asesinada por un canillita en el jardín de un vecino de la mujer entre rosales y cipreses, en un chalé de Emilio Mitre 134, en la localidad bonaerense de Martínez. La joven tenía un pullover rojo y una pollera negra destrozados y le faltaban partes del cuerpo.
La autopsia determinó que murió estrangulada, tras ser violada a pocas cuadras del lugar donde fue encontrado el cuerpo.
Le faltaba un tercio de la lengua, el labio inferior, una parte de una mejilla, piel de la mano derecha, en el cuello y la punta de la nariz. En tanto, su padre había denunciado la desaparición la noche anterior.
Una de las mujeres que pudo escapar declaró que fue atacada en la avenida Maipú, a metros de la parada del colectivo, donde, según relató el agresor, al que apenas vio en la oscuridad, tenía nariz aguileña, mirada extraviada y estaba peinado hacia atrás.
Un colectivero vio a un pasajero de características similares que se sentaba al lado de mujeres y las acosaba, pero no pudieron ubicarlo.
Según los investigadores, el asesino era fuerte, de impecable estado atlético, desarrollaba un oficio rudo, trabajaba hasta las 23:00 porque los ataques se producían después de esa hora y perseguía a las víctimas por los baldíos.
Los especialistas aseguran que los asesinos seriales dejan de matar cuando están muertos y eso creen que pasó en este caso.
En ese aspecto, creen que lo mató la Policía, pero nunca se conoció su identidad, por lo que el misterio se prolongó ya por casi 52 años.